Capítulo 13

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ALEXANDRE

Los últimos días había tenido sueños tan lúcidos que ya me era difícil saber si estaba dormido o despierto.

En serio, incluso un día le pregunté a Monique por la sopa de verduras que había hecho y se burló, diciendo que yo no entraba a la cocina más que para picotear lo que ella estaba preparando.

Así que empecé a monitorear mis sueños para poder diferenciarlos de la realidad, como si no tuviera bastantes cosas por hacer.

Bueno, encontré un patrón que, si bien no era cien por ciento certero, al menos parecía no equivocarse la mayoría de las veces. Descubrí que si estaba mi chica presente, en definitiva era falso; por más que pudiera caminar junto a ella, hablarle, hacerla reír con charla insípida, e incluso oler su fresca fragancia, no era real.

Y aquí estaba de nuevo, viéndola como si fuera la primera vez que lo hacía.

Siempre supe que era bonita, pero habíamos pasado por tanto que, después de creer que la perdería para siempre, empecé a apreciarla más.

¡Dios! Podría pasar toda una vida admirando ese cabello enmarañado, o ese gesto fruncido que, de seguro, lo había provocado yo. Era tan injusto —como divertido—, que incluso en sueños tuviera el infortunio de hacerla enfadar.

En un parpadeo, sus brazos me rodearon el cuello. Siempre me gustó que tuviera que pararse sobre las puntas de sus dedos para abrazarme de esa forma; la hacía ver tan pequeña y tan frágil, que de inmediato mis instintos protectores salían a la superficie, a pesar de que dichos reflejos eran inexistentes antes de que ella apareciera.

Quise decirle que la amaba, que la extrañaba como el infierno, que no volviera a separarse de mí... No obstante, me conformé con aliviar un poco de lo que sea que la estuviera afectando en esos momentos.

***

Desperté con un sobresalto.

El reloj marcaba poco antes de las siete, justo la hora en que había programado mi alarma. La música de Monique se escuchaba en la estancia principal y supuse que ya estaba despierta, preparando el desayuno.

Gracias a mi molesta insistencia, la doctora incrementó las sesiones de terapia al día. La última semana trabajamos bastante en ese aspecto; bueno, cada que podíamos porque, justo como planeé, organicé mi agenda lo más apretada que pude para reducir el tiempo del proyecto.

Todos esos aburridísimos lapsos de veinte minutos entre juntas, dieron sus pequeños frutos. Ahora ya podía caminar por el departamento casi sin la ayuda de la muleta. No había prescindido de la silla, puesto que todavía la ocupaba para ir al súper o hacer trayectos largos, pero ya era ganancia; en especial, cuando mi pie no me recriminaba exigirle cinco pasos seguidos apoyando totalmente mi peso sobre él.

Sobre la encimera de la cocina había un plato enorme con waffles recién hechos. Partí uno por la mitad y me llevé el pan, todavía caliente, a la boca. No sabía qué les ponía, pero estaba decidido a pedirle la receta.

—Buenos días —dijo Monique, sirviendo leche en dos vasos de cristal.

Desde que me burlé de su ridículo pijama, se había comprado un camisón corto de satén que constantemente me distraía. Claro que si me lo preguntaran, diría que Merybeth es más sexy con sus pantalones de chándal, y no mentiría; no obstante, seguía siendo hombre, y mirar es algo que ya viene en nuestras venas.

—Hola —respondí, apartando la vista de sus piernas—. Hoy vendrá mi equipo a las nueve; quizá no se vayan hasta la una de la tarde.

—¿Me estás corriendo del departamento? —preguntó sin mostrar signos de enojo.

Dilema [Saga Doppelgänger]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora