Capítulo 17

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ALEXANDRE


Regresé a Newington el sábado por la tarde.

Cuando de nuevo me disponía a violar la cerradura, una mujer llegó con su niño en brazos. Mi presencia no le sorprendió y hasta me dejó pasar, confirmando de esa forma que mis temores no eran infundados. Seguía habiendo algo entre McNeil y mi doble.

Esperé en la sala de la pelirroja hasta que el sol se ocultó en el horizonte. Si no tenía noticias pronto, tendría que recurrir a mi última y desagradable opción para encontrarla: Sebastian.

Sabía el riesgo que eso implicaba. Si me veía en la ciudad, no cabía duda de que se lo informaría a mi padre; no iba a desaprovechar cualquier ventaja que pudiera tener sobre mí. No obstante, aceptaría las consecuencias en dado caso de que eso sucediera, y lo haría con orgullo. Tenía claras mis prioridades.

Un mensaje llegó a mi teléfono. Era de Dunne.

No necesitaba abrirlo para saber qué era. Antes de venir, le había dicho que no era necesario que se quedara en el hotel si ya tenía un hogar al cual volver. Aunque no estaba tan convencida al principio, le aseguré que seguiríamos con la terapia como hasta ahora. A pesar de que sería ella quien iría al hotel para ayudarme con los ejercicios, prometió que me enviaría su dirección por si se me ofrecía cualquier otra cosa.

Mis esperanzas se fueron desvaneciendo conforme las manecillas del reloj avanzaban. Sin embargo, el ruido de llaves en la puerta me hizo espabilarme del aburrimiento que comenzaba a sentir. Tomé el ramo de rosas que había comprado antes de venir, y me paré para recibirla.

Si bien me sorprendió ver que quien cruzaba la puerta era Graham, él no pareció consternado por encontrarme ahí. De hecho, la sonrisa de suficiencia que dibujó en su rostro, tan parecida a la mía cuando algo me salía bien, fue la ratificación de que su propósito era hallarme.

En cuanto entró, cerró la puerta despacio.

—¿Son para mí? —preguntó con falso escepticismo. Genial, ahora también copiaba mi sarcasmo—. Qué romántico. No te hubieras molestado.

Bien, pensé, si a eso quieres jugar...

—Iba a traerte una personalidad, pero ya habían cerrado la tienda. Dime, doppy, ¿copias mis gestos y respuestas porque te es inevitable ser como yo, o porque de otro modo Merybeth ya no te haría caso?

Entrecerró los ojos un par de milímetros.

—¿Qué haces aquí, Tremblay? Pensé que había sido claro al advertirte que no te quería por estos lugares.

—Así que sí eras tú, ¿eh? —Vagamente recordaba los detalles de lo que creí había sido un sueño—. ¿Cómo lo haces? No sabía que un humilde granjero se pudiera permitir tantos viajes en avión.

En cuanto dije aquellas palabras, me sentí fatal. Nunca me gustó presumir mis recursos, y mucho menos degradar a otras personas por lo mismo. Me sorprendió darme cuenta de que esa era la primera vez que lo hacía. Peor aún, me sorprendió saber que me había sentido bien al hacerlo.

¿Qué me estaba pasando?

—Hay cosas que no te incumben —respondió sin inmutarse ni un poco—. Pero si tanto te gusta vanagloriar lo material, ¿por qué no abordas el primer avión que encuentres y vuelves a tu hogar?

Dilema [Saga Doppelgänger]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora