CAPÍTULO 6:LA TRIBU DE LOS ZAIS

33 4 3
                                    

A la mañana siguieron su marcha a través de la extensa llanura cubierta por la nieve.

Tras tres horas de andar sin descanso, avistaron a lo lejos una columna de humo. Tara no tenía ni idea de lo que podía ser, pero Yaro sí.

-Debe venir de alguna tribu. No sé si en la Tierra pasará lo mismo, pero por lo menos en este planeta hay muchas tribus. Ya era raro que no nos encontrásemos con ninguna.

-En la Tierra también hay tribus, algunas muy conocidas, otras no tantos. Y muchas más etnias, repartidas por todo el mundo.

-Aquí no hay tanta variedad. Muchas veces se intercambian producto, aunque algunas tribus son algo ariscas. Se podría decir que son aldeas más, porque tanto como a ciudades no llegan. Lo que está completamente prohibido es contraer matrimonio entre tribus y poblados.. Hace poco quemaron a dos amantes en la hoguera, un chico de una tribu y una chica del poblado. Al parecer un guardia del templo los había visto besarse y,  tras ver los rasgos físicos del chico, se dio cuenta de que pertenecía a la tribu de los Xilot.

Al oír esas palabras, Tara se estremeció. ¿Quién podía ser tan malvado como para condenar a muerte a alguien solo por amar? Claro, que según le había contado cosas parecidas pasaban o habían pasado en la tierra. Se acordó de las trágicas historias y leyendas de amor entre cristianos y musulmanes en la época de la Reconquista. Al fin y al cabo, esos casos eran similares a lo que le había contado Yaro. Decidió no darle vueltas al asunto, el solo hecho de pensarlo le causaba una mala sensación, como de miedo y pena.

Tara cada vez se sorprendía más de todo los que sabía Yaro. A pesar de tener su misma edad, tenía mucha cultura. Claro, que él sabía cosas de Nerba, al igual que ella sabía información del planeta Tierra. Tal vez lo que era más de admirar era que Tara lo había aprendido en la escuela e instituto, mientras que no sabía quien le había enseñado tanto a Yaro. Seguramente su abuelo, pensó.

Cuando llegaron a la tribu Yaro le explicó que se trataba de Zais, una tribu que por lo general sus habitantes eran muy tratables. Decidieron negociar para obtener provisiones o cualquier cosa que les pudiera servir. Había varias mujeres fabricando armas, pastoreando o comerciando, y hombres cosiendo, fabricando también armas y herramientas y negociando. También había niños y niñas que corrían de un lado a otro.

Las mujeres vestían corsés negros y faldas acampanadas de color vivos. La mayoría llevaba el pelo suelto. Los hombres llevaban camisas de diferentes colores y pantalones de pana marrones o negros. Los niños vestían con túnicas.

Yaro entró con cuidado en una de las tiendas hechas con grandes hojas secas, más grande que todas las demás. Dentro, se encontraba un hombre anciano, con las barbas blancas y largas, y un gran abrigo de pieles. Yaro empezó a hablar en el mismo idioma que había utilizado para hablar con la Diosa Esmeralda. Seguidamente, el hombre habló en el mismo idioma, y así mantuvieron una conversación en la que Tara no entendía nada. Finalmente, Yaro le tradujo todo:

-Dice que nos dará un caballo a cambio de una actuación.

-¿Actuación?

-Sí, tenemos que cantarle, bailarle, contarle algo gracioso...

En ese preciso momento, el anciano habló otra vez, alzando un poco la voz.

-Dice – explicó Yaro- que no sabe de que se trata este idioma, el que hablamos nosotros, pero que le parece bonito. Quiere que le cantes una canción.

-¿Yo? ¿Pero qué canción?- Todo esto le extrañaba a Tara, pero todo eso de conseguir un caballo solo por cantar le parecía una ganga que no podía dejar pasar.

-La que sea. Da igual, de todas formas no te va entender.

Seguidamente, Tara se aclaró la voz y comenzó a cantar. Empezó cantando una canción infantil, pero como era muy corta decidió cantar una inventada por ella misma hace tiempo, cuando todavía iba al colegio. Trataba sobre la vida, lo que a veces va, y lo que viene, de las desgracias y los momentos felices, de las virtudes y defectos de una persona, de que al final todo como una ruleta que giraba en torno a sí. Ni ella misma se podía creer haber compuesto algo así, pero estaba muy orgullosa de su propia canción que nunca se le olvidaría.

Tanto el anciano como Yaro la escuchaban atentamente. Cuando terminó ,el anciano aplaudió solemnemente, y volvió hablar. Según Yaro, la canción le había gustado, y les regalaba un caballo negro y dos bolsas de provisiones.

NerbaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora