CAPÍTULO 22: HECHICERA

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Tara observó el paisaje que tenían a su alrededor. Le traía nostalgia aquel lugar. Pero ahora era muy diferente. Tras el solsticio de verano y la resurrección de Nerba, la nieve se había derretido y, en su lugar, varias flores y plantas propias de la estación estival empezaban a brotar. Pudo distinguir algunas terrestres, como el centeno y la avena, ya secos, o los girasoles y el hipérico. Pero también había extrañas plantas nerbianas, como una flor enorme de pétalos blancos en espiral, que solía cubrir prados enteros. Los árboles empezaban a echar más y más hojas. Si en el Bosque Zafiro sus hojas eran azules, en el resto de Nerba los árboles eran verdes, amarillos y rosados. Rosados...

Llegaron a la cabaña de Yaro, o, por lo menos, donde había vivido Yaro en los últimos tiempos. Según le contó Yaro los primeros días que se conocieron, mucha gente en Valdey decía que había pertenecido a una bruja. Tara tuvo la esperanza de que esa "bruja" se tratase de una hechicera, como ella, o una maga. Todavía no entendía por qué solo había dos hechiceros y dos magos en el universo.

En ambos lados de la cabaña, Tara pudo observar que los dos árboles rosados seguían como siempre, con sus hilos verdes comestibles, aunque tenían un mejor aspecto. Parecían más vivos y vivos y el color de sus hojas eran más intenso, casi fucsia, en vez del rosa pálido que tenían la última vez que Tara los vio. Incluso parecía que su tronco se había ensanchado.

Pasaron al interior de la vivienda, que estaba tan limpia como la última vez, cuando se marcharon. Sospechosamente limpia. Tara no se percató de ese pequeño detalle, pero Yaro sí, aunque, como siempre, no dijo nada.

Lo que ambos sí que pudieron notar claramente es que había un abrigo colgado en la percha que estaba al lado de la puerta principal. Además, desde el piso de arriba, llegaba un olor a comida. Parecían verduras cocidas, o algo así. 

Tara salió un momento de la cabaña para realizar el hechizo que ya había hecho otra vez. Juntó varias rocas del entorno que, por suerte, parecían ser ricas en hierro, y construyó una espada, que más tarde bañó en fuego. Yaro agarró un puñal que él mismo había confeccionado en las últimas semanas. Había pensado en suicidarse con dicha arma, pero no lo consiguió, como las otras veces. No obstante, ya llevaba varias noches seguidas que ni lo intentaba.

Armados, cada cual a su manera, entraron en la cabaña y subieron las estrechas escaleras hasta la planta de arriba, silenciosamente. Allí, pudieron ver de espaldas la figura de una persona con un vestido largo o túnica hasta lo pies negro y azul marino, y una larga cabellera rubia.

La persona intrusa no parecía haberse percatado de la presencia de los dos "intrusos", o eso creían Tara y Yaro. Pero en cuanto dieron dos pasos, la persona, que resultó ser una mujer, se dio la vuelta, apuntando hacia ellos una larga lanza acabada en un filo de metal. Yaro y Tara también amenazaron con su puñal y espada.

-¿¡Quién eres tú!?- preguntó Tara- ¿Y qué haces en esta casa que no es tuya?

La mujer se dispuso a atacar con la lanza a Tara, y lo hubiera hecho de no fijarse en quien estaba a su lado. En ese momento se detuvo en seco, y Tara, paralizada, no sabía como reaccionar. Menos supo cómo reaccionar cuando la mujer habló:

-¿Tú eres Yaro, no?

Yaro, sorprendido y asustado, aunque aparentemente sereno, intentó clavar el puñal en el cuello de la mujer. Pero esta, con un ligero movimiento de muñeca, lo rompió en pedazos y lo convirtió en polvo.

-No os asustéis. Yaro...tengo mucho que contarte. Venid, sentaros.

La mujer los condujo hasta la mesa, una mesa que Yaro no recordaba que estuviera allí. Era demasiado bonita y lujosa para una cabaña como aquella. Pero se dio cuenta de que, en realidad, toda la cabaña había cambiado por dentro. Cuando él vivía, el piso de abajo no era más que un sitio de almacenaje, mientras que el de arriba solo contaba con una vieja cama y un montón de paja, además de una olla pequeña en una chimenea. Pero ahora había armarios, sillas, mesas, encimeras, vajillas...

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