CAPÍTULO 8: EL BOSQUE DE LAS BRUMAS

32 4 3
                                    

A la mañana siguiente se adentraron en el Bosque de las Brumas. Según los datos que conocía Yaro, el Bosque era totalmente seguro mientras uno no duerma dentro. No obstante, Tara estaba totalmente aterrorizada, le daba miedo ese lugar lleno de árboles secos y con formas extrañas, ya que nunca había visto nada igual y, por lo que sea, lo desconocido suele dar miedo.  Además, de vez en cuando se oía un sonido un tanto raro, a veces chirriante, profundo, repetitivo... Y eso acompañado de un viento que no paraba de silbar. Yaro lo notó y , aunque él también tenía miedo, intento tranquilizarla mientras le ponía la mano en el hombro:

-Tranquila, si no nos dormimos no nos pasará nada. Es normal que los árboles estén secos y hagan formas extrañas con las ramas, al fin al cabo, están muertos como todas las plantas de Nerba, a excepción de los dos árboles rosados de mi actual casa. Y el viento es normal que "silbe", al pasar por pequeños agujeros entre las ramas y oquedades de los árboles.

De repente, empezó a aparecer disperso por el aire un polvo blanco. Yaro sabía que ese polvo provenía del Bosque de las Brumas, y no debían respirarlo. La criatura que solía habitar por esos parajes, según cuenta los libros, los esparcía cuando había algún visitante. Si lo inhalaban, quedarían completamente dormidos y no podrían despertar. 

Le dijo a Tara que aguantase la respiración, y él hizo lo mismo. Cabalgaron lo más deprisa que pudieron. Yaro tenía una gran capacidad para aguantar la respiración, pero Tara, casi asfixiada, inspiró profundamente el aire contaminado del nocivo polvo blanco. Al instante, cayó en un sueño profundo. Yaro, alarmado, paró el caballo y bajó a Tara. Intento reanimarla, vació su cantimplora en su cara y le gritaba:

-¡Vamos, Tara, despierta! ¡Tara! 

Yaro, al hablar e inspirar el polvo, empezó a sentir una pesada somnolencia, pero intentó mantenerse despierto. Mantuvo la respiración nuevamente y volvió a subir a Tara al caballo, para salir lo más pronto posible de aquel lugar. Por suerte, el polvo desapareció, pero una niebla profunda invadió el bosque, dificultándole la visión. No podía ver más allá de sus propias manos, ni siquiera podía ver a Tara. La agarró con fuerza para asegurarse de que no se caía del caballo.

Pero se quedó paralizado cuando noto una presencia a su lado. Más que la presencia, oyó el ruido de la respiración de la criatura y notó una sensación de frío insoportable por el brazo izquierdo. Se giró, pero no vio nada. Intentó hacer que el caballo se moviera, pero este, fiel a sus instintos, no se movería mientras no pudiera ver por dónde iba. Alargó la mano y tocó algo frío que le mojó.

Y en ese instante, el silencio se rompió. En enorme chillido, que dejaría sordo a Yaro por unos instantes, resonó por todos los recovecos del Bosque de las Brumas. La niebla no se disipó poco a poco, sino que lo hizo de golpe, y entonces Yaro vio de qué se trataba aquella criatura cubierta de sangre de la que tantas leyendas nerbianas hablaban.

Vio como una especie de rostro desfigurado, que más que un rostro era solo una calavera sin nada de carne o piel, se acercaba a Tara. De la calavera manaban dos cascadas de un líquido rojo, que Yaro no supo identificar como sangre ya que no olía a hierro. Olió su mano, manchada de aquella sustancia, y tampoco olía a hierro, sino a un olor más bien corrompido. 

Yaro, instintivamente, y aunque muerto de miedo, se interpuso delante de Tara para evitar que le hiciera daño, a pesar de sus instintos de salir corriendo. Pero la calavera la apartó con una extraña fuerza que lo azotó y llevó lejos de donde estaba Tara. Corrió, pero no podía acercarse a ella. Una especie de barrera se lo impedía. Pudo ver claramente como la calavera derramada aquel extraño líquido escarlata sobre Tara.

Yaro gritó y gritó, pero ni el mismo pudo oír sus gritos debido a la sordera que padecía todavía en esos instantes. Intentó acercarse una vez más y otra, otra, otra... Pero la "calavera" se lo impedía todas las veces.

Cuando por fin llegó a Tara fue cuando por fin la calavera se marchó, o más bien, se esfumó. Tarde. Todo estaba hecho.

 La piel de Tara estaba blanca y sus cabellos estaban erizados, a la vez que parecía que se elevaban y flotaban en el aire. Yaro la llamó por su nombre y la sacudió, pero era inútil. Sospechaba que ya estaba soñando y, a pesar de su rostro inexpresivo, estaba claro que estaría teniendo unas horribles pesadillas durante toda la eternidad. Una parte de la criatura se había metido dentro de su cabeza y la atormentaba en un sueño que no tendría fin.

Yaro lloró sin saber que podía hacer. Montó en el caballo el cuerpo dormido de Tara y después subió él. Sabía que era mejor dejarla abandonada, pues lo más probable fuera que en el cuerpo de Tara fuera peligroso, a pesar de estar dormida, pero no lo hizo. La estupidez se interpuso a las comunes ideas racionales de Yaro.

Cuando ya se divisaba la luz fuera del bosque, notó una especie de convulsión tras de sí. Era el cuerpo de Tara, que se movía sacudiéndose en varios golpes. Rápidamente bajó del caballo. Los ojos de Tara se habían abierto, pero no eran verdes como siempre, sino más claros. En su rostro mostraba un sonrisa maliciosa que atemorizó a Yaro con solo mirarla. Yaro, instintivamente, corrió todo lo que pudo hasta la salida del bosque oscuro, sin embargo, antes de que pudiera salir, una especie de muralla de varios kilómetros de largo salió de la nada, que le impedía la huida. El cuerpo de Tara "poseído" o, más bien, manejado como una marioneta por la criatura, se fue acercando lentamente a él, decidido a que corriera la misma suerte de la chica hacía unos minutos. Al parecer, aquella criatura en forma de rostro de hueso no permitiría que ningún visitante del Bosque de las Brumas saliera de allí

-¡Tara!- gritó- ¿Puedes escucharme? Soy yo, Yaro. ¿Estás ahí?

Fue una pregunta estúpida. Claro que no estaba ahí, ni aquí, ni allí. Sino lejos.

Sus inútiles palabras seguían sin tener efecto y ya podía presenciar el aliento del demonio en su rostro. A lo lejos, vio como la criatura se iba acercando. Sintió miedo como nunca antes lo había sentido.

-Tara, tú no eres así. –Su voz sonaba más tranquila a pesar del pánico- No te dejes vencer por el demonio, tienes que despertar.

Al decir aquellas palabras, tal vez más inútiles todavía, pudo incluso notar como la calavera hacía mueca de reírse, a pesar de su constante inexpresividad.

Pero, cuando la calavera ya estaba a punto de derramar su sangre sobre Yaro, este chilló con todas sus fuerzas. Y en esa tremenda voz, echó todos sus males. Su miedo en ese momento, su rabia por no saber nada de su madre, la pena y odio por su padre, los miedos que sintió de pequeño en la calle, la culpa por robar lo que no era suyo. La nostalgia por su abuelo, su enfado por las injusticias, las dudas sobre Tara.

La voz de Yaro, que él no llegó a oír con claridad debido a que todavía tenía el chillido de la calavera metido en su cabeza, fue, sin embargo, mucho más fuerte que el chillido de la criatura. Todos los árboles secos del Bosque de las Brumas la hicieron resonar. Resonó incluso en los exoesqueletos de los insectos, en el aire, en las brumas. La calavera se desvaneció, y Yaro nunca llegó a saber si la había matado, espantando o enfadado. Por si acaso era la última opción, cargó de nuevo a Tara, que yacía inconsciente de nuevo, en el caballo y cabalgó a salir de allí.

Una vez fuera de entre las brumas, intentó reanimarla:

-¡Tara! ¿Estás bien?

Tara abrió los ojos y los clavó en Yaro. No preguntó nada, simplemente dijo:

-No hace falta que me cuentes nada. Sé lo que ha pasado. Eres poderoso.

Yaro se sorprendió de que se hubiese enterado de todo. Al final, ¿resultó que sí estaba consciente?

Antes de comenzar el viaje, se abrazaron durante un rato y seguidamente subieron al caballo, dispuestos a alejarse de ese lugar. No podían perder ni un minuto más. El tiempo corría, y Tasin seguía causando destrucción.

NerbaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora