CAPÍTULO 10:LA PRISIÓN DE LA MENTIRA

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Tras esa desagradable experiencia con el randu, Tara y Yaro siguieron su camino a lomos del caballo negro, al que Tara decidió bautizarlo como "Blacky".

-No te preocupes Tara, sea cómo sea, encontraremos una solución para tu hermano.- Yaro intentaba consolarla, porque Tara parecía hasta más deprimida. Y si estaba deprimida, no podía poner atención si se les presentaba algún peligro.

Llevaba todo el rato intentando animar a Tara, aunque no lo conseguía. Por lo que le había contado ella, siempre había estado junto a Main, era su hermano mayor, así que entendió que perderlo era como perder una parte de ella. Más o menos. Él nunca había perdido a nadie que conociera, a excepción de su abuelo,por el que sí sentía nostalgia. Por su madre y por su padre más bien sentía curiosidad y rabia por no tener ni idea de ellos. Excepto por aquel borroso recuerdo que conservaba de su madre de cuando todavía era un bebé.

Mientras cabalgaban en silencio, oyeron a lo lejos unos pasos. Pero no de una persona sola, el ruido era de varios pies que poco a poco se iba haciendo mucho más fuerte conforme se acercaban. Pronto empezó a divisarse una nube de polvo.

-¿Qué es eso?- preguntó Tara, un tanto asustada.

-No lo sé.

Yaro también estaba preocupado, pero cuando la gran nube de polvo estuvo lo suficiente cerca, supo lo que era.

-¡Son caballeros de la Verdad!

-¿Y eso qué es?

-Verás, los caballeros de la Verdad son como una especie de policía, aunque lo único que vigila es que no haya mentiras en el planeta. No hace falta correr, simplemente nos harán una serie de preguntas y debemos contestarlas sinceramente.

-¿Qué tipo de preguntas?

-No lo sé, a veces son verdaderamente fáciles, otras tienen truco. Incluso dicen que algunas son demasiado privadas. Pero tienes que decir la verdad.

-Bueno lo intentaré. Pero si no la dices, ¿qué pasa?

-Nos meterán en prisión.

Antes de que Tara pudiera articula alguna otra palabra, frente a ellos aparecieron tres hombres vestidos con pantalones negros y camisas azules, además de unos chalecos hasta los pies blancos. Detrás de ellos había una tropa de al menos ciento cincuenta hombres, vestidos de igual manera que los tres primeros, pero con una camisa de un azul más claro y chalecos negros.

Al verlos, Yaro se hincó de rodillas en el suelo, y Tara enseguida lo imitó.

-Muy bien- comenzó a hablar el hombre de la derecha. Tenía el pelo rizado y negro, indomable. Sus ojos pequeños eran de un color bastante raro. ¿Tal vez amarillo?-comencemos las preguntas. Tú, el chico, ¿cómo te llamas?

-Yaro- contestó Yaro.

-¿Y tú?- dijo el hombre, refiriéndose a Tara.

Tara iba a responder sin ninguna duda su nombre en castellano, pero notó un codazo de Yaro en el brazo. Se puso nerviosa, pero recordó que su nombre, en aquel planeta, no era Tara:

-Arut.

-¿Qué hace un árbol si ve a alguien cortando una rama suya?- preguntó el del medio, cuyos labios finos y expresión seria producía a Tara un ligero temor. Era calvo, y su mirada desafiante.

Tara recordó que un acertijo similar, aunque no igual, le había planteado su amigo Teo una vez. No requería pensar mucho. Era demasiado sencillo como para equivocarse:

-Nada, porque los árboles no pueden ver.- contestó, y, al parecer, fue correcto.

-Creo que deberíamos preguntar al niño- dijo el hombre de los ojos amarillos.

-Está bien. Empieza tú, Sier.- dijo el del medio dirigiéndose al de la izquierda, el cuál era rubio y con numerosas pecas en el rostro. Destacaban sus ojos azules.

-¿Tus padres se encuentran con vida, Yaro?

Yaro no estaba seguro. Nunca lo había estado. No obstante, respondió lo que había creído toda su vida.

-Mi padre no, pero sí mi madre.

Silencio.

Creía que ya todo había terminado, sin embargo, toda la tropa que estaba en frente de ellos empezó a gritar:

-¡MENTIRA, MENTIRA, MENTIRA!

Antes de poder reaccionar, cuatro soldados agarraron a Yaro y a Tara y los metieron en una especie de celda con ruedas de metal. Intentaban resistirse a ellos, pero las fuerzas de los dos jóvenes eran inferiores a las de los perfectamente entrenados soldados.
Durante el resto del trayecto no pudieron ver nada debido a una capa negra que los soldados colocaron encima de la celda.Tampoco dijeron nada, Yaro estaba confuso, pues la "verdad" que él había creído toda su vida, parecía no ser verdad. ¿Significaba eso que su madre estaba muerta? ¿Los dos estaban muertos? ¿O tal vez era al contrario, y su madre estaba muerta y su padre, vivo? Tal vez, lo más sincero, y sin duda, inteligente, hubiera sido decir "No lo sé". Esa era la verdad, que no lo sabía, aunque él hubiese creído siempre que sí. Pero ya era tarde para arrepentirse.

Finalmente llegaron a una prisión, donde ambos fueron metidos en una celda, entre otras muchas. 

Estaban callados, por lo que se oía el ruido que hacían el resto de presos a su alrededor. Uno, dormido, roncaba con gran estruendo, otro parecía estar cantando. Había una mujer que gritaba como loca, y otra, al parecer con voz de anciana, que se oía como murmuraba. Otra persona daba saltos sin parar, intentando darlos cada vez más fuerte. También se oían los golpes de dos piezas metálicas sonar. Las gotas de aquella húmeda prisión caían sin parar del techo, con estricto compás. Tara comprendía a la mujer que gritaba. Esa prisión era de locos.

Sin embargo, todo acabó cuando llegó Sier, el hombre rubio con pecas, ordenó que parara el ruido de inmediato. Como todos, excepto Tara y Yaro, que ya de por sí estaban callados, hicieron caso omiso, Sier sacó un cuchillo de su chaqueta y se acercó a la celda desde donde se oían los ronquidos. Estaba muy oscuro, por lo que Tara y Yaro no pudieron distinguir que ocurrió exactamente dentro de esa celda. Sin embargo, por el resplandor del cuchillo con la leve luz de la puerta, el cesar de los ronquidos y el profundo olor a hierro, podían suponerlo. Y al parecer, el resto de presos también, porque el hombre que estaba cantando cesó su cantar, la mujer que gritaba dio un chillido más agudo todavía, pero, tras ese, calló. La anciana empezó a murmurar en voz más bajo, se dejaron de oír saltos y golpes. 

Cuando el hombre salió y cerró la puerta, nadie se atrevió a retomar otra vez el ruido. Tara susurró algo a Yaro, no sin antes asegurarse de que los pasos de Sier dejaban de oírse:

-Tenemos que salir de aquí.

-Obvio, Tara, obvio.

Yaro no podía evitar darle vueltas a lo de sus padres. Pero sabía que no se encontraban ni en el lugar ni en la situación apropiada para reflexionar y encontrar respuestas. Lo importante era salir de la prisión de la Mentira, buscar la Verdad vendría después.

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