CAPÍTULO 21: VACÍO

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Blacky galopó por la extensa llanura nerbiana, donde poco a poco la nieve iba desapareciendo y las hierbas creciendo. Finalmente, llegaron a un bosque de árboles cuyas hojas, todavía pequeñas, eran de un color azul intenso. Allí Tara y Yaro bajaron del caballo.

-¡Lo hemos conseguido, Yaro! ¡Lo hemos logrado! ¿Ves la hierba crecer? ¡Y mira la hojas de estos árboles! ¡Crecen por segundos! ¡Parece magia! Espera...¡es que es magia! Todavía no me acostumbro a esto de ser hechicera...¡Pero mira todo! ¡Hemos salvado Nerba!

Tara calló al instante, cuando se dio cuenta que Yaro no tenía tantas razones para alegrarse. Había estado presente y consciente del momento en que Yaro había asesinado a Tasin para salvarla. El chico todavía tenía las manos manchadas con la sangre de su padre, y no podía parar de mirarlas. Sus ojos ya no lloraban, no expresaban ninguna emoción. Ni sus labios.

-Perdona, Yaro...-comenzó a decir Tara, intentando consolarlo.-Sé que esto es difícil...pero tal vez ha sido lo correcto. Lo superarás...

-¡He asesinado a mi padre, Tara! ¿No ves lo que he hecho? Él era otra víctima más de todo esto. No tenía la culpa de estar poseído por el Mal de la luzniera. Pero yo lo he matado.

Y tras eso, ya no dijo nada más. Ni ese día, ni las siguientes semanas. Permaneció en silencio como si se le hubiese olvidado hablar.

Siguieron cabalgando por el bosque, que resultó ser el Bosque Zafiro. La imagen era maravillosa. Pese a que no podía evitar sentir pena y preocupación por Yaro, Tara tampoco podía evitar fascinarse por la vida que no paraba de crecer. Cubierto bajo la nieve, Nerba era casi idéntico a la Tierra. Pero la chica empezó a darse cuenta de que Nerba también tenía su propia belleza única. Árboles de hojas azules que formaban enredaderas, por la que se colgaban extraños animales con cabeza en forma de cuchillo y cuerpo de serpiente. Insectos de varios tipos, criaturas con pelo negras y blancas...

Al caer la noche, decidieron descansar. El bosque parecía grande y necesitarían al menos tres días para atravesarlo. Yaro no quiso cenar, y se acostó de inmediato. Tara, una vez que se dispuso también a dormir, decidió velarlo. Pero el sueño pudo con ella.

Entonces Yaro aprovechó la oportunidad. Cogió una rama afilada de uno de los árboles, y la clavó, suavemente, en su corazón, dispuesto a reunirse con sus padres para pedirles perdón. Justo cuando empezaba a hacer fuerza, un sueño inefable empezó a inundarlo, y al momento acabó rendido en el suelo con la estaca en la mano. Durante aquel profundo sueño, además, también fueron introducidos en su sangre diferentes nutrientes que lo mantendrían con vida hasta que decidiera volver a comer por sí mismo.

"Tendremos que cuidar de él durante un tiempo". dijo Zafiro al resto de diosas.

Puesto que Tara no pudo hacerlo, la diosa Zafiro permaneció, todas las noches que pasaron en su bosque, velando el sueño de Yaro para que no cometiera ninguna locura debido a la culpabilidad que lo carcomía por dentro. Zafiro, además, administraba en su sangre sustancias de frutos y hierbas antidepresivas, que le ayudarían a llevarlo mejor. Y es que él no lo sabía todavía, pero, en verdad, aunque no lo pareciera, había actuado de forma correcta. Había hecho lo que debía hacer. Y no había causado ningún daño a nadie.

Los días pasaron cada vez a mejor para Nerba, no obstante, insoportables para Yaro. No comprendía cómo no conseguía morir. Todos los atardeceres se decía a sí mismo que esa noche lo haría, pero todos los amaneceres se levantaba frustrado porque no lo había hecho. No encontraba el porqué de su sueño. El intentaba no dormirse, de hecho nunca tenía sueño, y, al final, siempre acababa dormido. Había soñado varias veces con suicidarse de múltiples formas: con una estaca de madera, con una antorcha, atándose una liana al cuello... Incluso creía haberlas intentado en la vigilia. Pero nunca lo conseguía. 

Tampoco entendía por qué, a pesar de que llevaba semanas sin comer, como último recurso para morir, no llegaba nunca a tener hambre. Los primeros días Tara insistía en que comiera, pero pronto dejó de hacerlo, o lo hacía de forma mal disimulada. 

Ni el mismo chico sabía ya a qué se debía su frustración y culpabilidad. Si por haber matado a su padre y alejado a su madre, ser demasiado "cobarde" como para suicidarse, no entender nada... Tampoco entendía por qué ahora, de la nada, sufría por Tasin. Todavía incluso le costaba llamarlo padre. Él siempre lo había odiado, como todos los nerbianos, porque había estado matando de hambre a la población durante el último año. Y no tanto por las personas, también por el resto de seres vivos que murieron por su culpa. ¿No debería alegrarse, al igual que Tara, porque acababan de salvar Nerba de todo el Mal, porque todo volvía a ser como antes? Y, sin embargo, le molestaba que Tara se mostrara tan feliz por todo, pese a que intentaba disimularlo ya que intuía por lo que estaba pasando Yaro. Además, ella también tenía sus propios problemas con su hermano... Pero, si lo pensaba bien, él no había salvado Nerba. Eso lo había hecho Tara. Él solo había matado a un hombre, en cierto modo, inocente.

Yaro desearía seguir odiando, como antes, a Tasin. Pero no podía. No sabía si era porque en el fondo lo apreciaba, o porque debido a eso había alejado a su madre, Miala.

Mientras tanto, entre día y día, y noche y noche, Yaro seguía intentando acabar con su vida una y otra vez. Pero por ningún medio lo conseguía. Todos los días volvía a despertar, sin decir ni una palabra, viendo como la vida nerbiana se renovaba y con las manos manchadas todavía de la sangre de su padre.

Tara, por su parte, había tenido un encuentro con cada una de las diosas. En el bosque se encontró con la diosa Zafiro, la guardiana de los bosques. Fue la primera que le explicó lo que le sucedía a Yaro. Tara ya suponía que intentaba quitarse la vida, ya que, mediante un hechizo, había percibido los sentimientos de Yaro. Agradeció mucho a la diosa Zafiro que velara porque no hiciera nada, y que le permitiera dormir y alimentarse. No obstante, seguía preocupada por Yaro. Un chico obsesionado cada día, a cada momento, con morir como castigo...cargando la culpa siempre. Tara intentaba disimular su pena, también sus conocimientos sobre lo que estaba pasando con la diosa Zafiro. No obstante, a veces no podía evitar alegrarse por la nueva de Nerba, y trataba de transmitir esa alegría a Yaro, pero era imposible.

Pasaron nuevamente por el lago Esmeralda, donde tuvieron que invocar a la diosa de los lagos y los pantanos para poder pasar. Esta vez fue Tara quien lo hizo.

Sin embargo, a diferencia de la otra vez, Esmeralda no desapareció en cuanto los jóvenes estaban en la otra orilla. Miró con tristeza a Yaro, pero el chico se limitó a contemplar a la diosa seriamente. Esa misma noche, Esmeralda habló con Tara, y cuidó de Yaro. Ella no soló lo mantuvo dormido, también, entre sueños, le cantó nanas, para impedir, aunque fuera solo por unas noches, los malos sueños y pensamientos.

Por una desviación, acabaron en tierra de la tribu de los Sharu, gente de fuego, ya que vivían al lado de los Volcanes Sharu. Tara y Yaro durmieron solo una noche en una de las tiendas de la tribu, el la cual Yaro se aproximó a la boca del volcán Karik, dispuesto a precipitarse hacia su interior. Pero la diosa Amatista, la señora de los volcanes, lo recogió al vuelo y, entre brisas, lo llevó de nuevo a su cama y sopló sobre él el viento del sueño. Como le habían dicho la otras diosas, atrajo diferentes alimentos de los Sharu e introdujo únicamente los nutrientes en la sangre de Yaro. Aquella noche, también, Amatista secó cada una de sus lágrimas con su fuego purificador.

Llegaron a los Montes Arenales, lo cual significaba que ya estaba cerca de Valdey, la aldea de Yaro, y de su cabaña algo más apartada. Allí era además donde la ya bien conocida por los jóvenes, Rubí, era la soberana. Los estaba esperando desde hacía días, pacientemente.

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