CAPÍTULO 25: HACIA ALLÁ

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-¡Yaro! ¡Yaroooooo! ¿Dónde estás?- gritaba Tara por todos lados.

Llevaban un buen rato buscándolo, pues entre la furia y el polvo de la batalla se había esfumado. Finalmente, lo hallaron entre dos cadáveres, uno de un mago y otro de un Caballero de la Verdad. Parecía muerto.

Pero no lo estaba.

Solo casi.

Tenía dos profundas heridas. Una era un gran corte en la pierna derecha, por el que manaba abundante sangre. Otro era una flecha clavada en el hombro derecho, peligrosamente cerca del cuello.

Pero había muchos más así. Liberaron rápidamente a los prisioneros de la prisión para poder utilizar las camas para los heridos. La mayoría de los que salieron de la prisión de la Mentira se fueron, muchos corriendo perdidamente sin un rumbo o destino concreto. Otros se quedaron por los alrededores, vagando sin sentido y no sabiendo muy bien a dónde ir. Solo unos pocos, los únicos que el encierro de varios meses entre oscuridad no los había vuelto locos y aún mantenían la cordura, agradecieron a sus liberadores y se dispusieron a ayudar con los heridos.

Un grupo de hechiceros fueron examinando los cuerpos, uno por uno, para ver quién estaba muerto o y quién se podía salvar todavía. Todos aquellos que estaban muertos eran transportados por los magos con su energía. Con una gran explosión, varios magos abrieron una gran sima donde fueron echando los cadáveres. Mientras tanto, el resto iban transportando y colocando en las camas de la prisión a los heridos.

El ambiente de la prisión de la Mentira no se parecía en nada a un hospital. Húmedo, frío y oscuro. Tara y Aznare abrieron todas las ventanas del edificio para ventilar las estancias y además, permitir que entrara algo de luz para poder ver. 

Cuando por fin había suficiente luz, la gente se percató de que el suelo estaba mojado y mohoso, y había varios restos de comida que atraían cucarachas, ratas... y una insecto enorme y volador llamada mañe, cuya picadura resultaba muy venenosa. El olor eran insoportable, y la infecciones eran evidentes.

Por lo tanto, no quedó otra opción que sacar las camas que no estuvieran comidas por la termitas fuera de la prisión. Después de abrir la sima, los magos, liderados por Tasin, se encargaron también de transportar con su magia las camas. Mientras tanto, los hechiceros buscaban natarasare y otras clases de hierbas, como antía o escalindra, para desinfectar las heridas y acelerar el proceso de cicatrización, evitando que perdieran demasiada sangre.

Aznare y Tara se encargaban de Yaro, el cual permanecía inconsciente pero estable. Ya había detenido la hemorragia de la pierna con antía, y ahora Aznare cosía el corte con hilos de escalindra, pues esta hierba se usaba principalmente por sus finos hilos, ideales para costura y, sobretodo, cirugía. Mientras tanto, Tara se ocupaba de poner un emplasto de natarasare y antía en el hombro de Yaro para desinfectar la herida, que tenía muy mala pinta, y conseguir que dejara de sangrar. A la misma vez, colocaba sobre él un paño empapado en aceite de cecinio, que le ayudaría a bajar la fiebre.

El resto de hechiceros realizaban cosas parecidas con el resto de pacientes. Tara pensó que el rey Escaro tendría que estar esperándola desde hace tiempo, pues hacía días que ya deberían estar en el Palacio de Nerba. La chica hubiese deseado tener aquella tablilla de cristal que le permitía comunicarse con el Palacio, pero que se había roto hace meses cuando cayó en los Montes Arenales. Se acordó entonces del enorme lobo blanco que le había servido de montura en sus primeros días. ¿Que habría sido de él? ¿Habría llegado al Palacio? ¿Qué habrían pensado entonces el rey y los demás al verlo?

Dejó de pensar tanto porque en ese momento Yaro empezó a despertar. Entre balbuceos y palabras confusas, que posiblemente no entendía ni él, logró pronunciar un débil "gracias". Aznare y Tara suspiraron, más tranquila, pues había habido unos intensos minutos en los que ambas daban por seguro que moriría. Las hierbas estaban haciendo efecto, aunque tardaría en ponerse bien.

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