"Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará."
Mateo 16.25
Diana
Es veinticuatro de Diciembre. Mañana es Navidad. La pila de ropa de la semana pasada sigue ahí, sucia y desordenada. Mamá ha salido de viaje de negocios y la abuela esta en casa, haciéndome compañía, pero ni si quiera su presencia la siento tan cerca ni real. Se ha pasado toda mañana cocinando el pollo frito y el pay para esta noche, como si de verdad hubiera un sin fin de invitados para un gran banquete. Solo somos ella y yo, nada más. He decidido encerrarme en mi recámara, fumar, ver películas y tomar las botellas de vodka que me comprado con la última paga que he recibido del trabajo. Mi jefe no deja de preguntar mi ausencia, y no hablo de una ausencia física; más bien a lo que se refiere es mi ausencia de presencia emocional y espiritual según él. Siempre me la pasaba riendo con mis compañeros de trabajo e incluso cuando tenía oportunidad hablaba del amor de Dios. Esta vez por difícil que parezca, estaba dudando del amor de Dios hacia mí.
Como es habitual, veo detrás de mi ventana a la gente pasar caminando sobre la banqueta y los carros en la avenida. El mundo se detiene cuando imagino a Fernando pararse frente a mi casa gritando por una segunda oportunidad. Es probable que en el fondo de mi corazón lo esté deseando, porque en seguida me doy cuenta que no es una realidad. No puedo evitarlo, a pesar de que mis amigos de la Iglesia no dejen de preocuparse o buscarme todo duele; a pesar de recordar las palabras mágicas de "Dios te ama" "Dios esto" "Las promesas de Dios aquello", no puedo ver claramente y advierto a mi corazón que no me destruya más. Cuanto más pasa el tiempo antes de Navidad, más inquieta me siento. Aumenta la tristeza y la ansiedad, porque en seguida me levantó del pequeño sillón y voy al baño a vomitar, tomo la navaja que esta encima del lavabo, me corto para disipar el dolor, me baño, me visto y me acuesto sobre mi alcoba pasando desapercibida la voz de mi abuela llamándome atrás de la puerta.
A la mañana del veinticinco de Diciembre.
El frío me paraliza. Son las nueve de la mañana y el clima es húmedo y helado. Me gustaría quedarme aquí por el resto de mi vida y no despertar nunca más. Desearía haber muerto y no volver jamás.
Me levanto y cuando bajo a la sala de estar, la abuela ya se ha ido. Mamá no ha regresado. Mi estómago cruje y hurgo en el refrigerador buscando las sobras de la cena del día de ayer. Me quedo mirando el pollo frito que esta tapado con papel aluminio y dentro de un recipiente de plástico. La verdad es que se me ha ido el apetito. Una vez leí que si te atragantas toda una pieza de pollo sin apartar los huesos, podrías morir de asfixia. Quizá si lo intento... no esta vez no, necesito salir de aquí antes de que me invada las ganas de morir.
No soy la misma de antes. Ya no irradia la luz de vida de mis ojos que en este momento se encuentran hinchados y rojos de tanto llorar y beber. Estoy adelgazando gravemente y aunque muera de hambre, algo me impide hacerlo. Es esa repulsiva idea que querer más alcohol que comida dentro de mi cuerpo. En la muñeca derecha llevo las cicatrices y las cortadas recientes de hace días y ayer. Me pongo una blusa de manga larga y unos pantalones flojos y grises. Estoy evadiendo todo contacto con la gente pero me es necesario salir a correr para despejar un poco la mente.
Cuando salgo de casa me sersioro de esconder la llave bajo la maceta que está al lado del pino que mamá adorno la semana pasada. Agarro la velocidad al salir de la avenida y yendo camino hacia el parque central. Necesito llenar mi cuerpo de endorfinas, ya que estaré libre de sexo y orgasmos por largo tiempo solo esto me queda por hacer. Me urge mejorar mi humor y optimizar mi sistema inmunológico entretanto haga ejercicio. No aguanto más. Puedo hacerlo, yo lo sé. Pienso en todas las veces que Fernando me engañó y yo seguía viviendo engañada porque estaba enamorada de él. ¿Porque Dios permite todo esto? ¿Porque no me hace justicia y lo mata? ¿Qué estoy pensando? Dios no mata, Dios no odia, el solo busca el bien de todos. Pero entonces pienso que no todo es culpa de Él, ¿sabes?. Alguien que te ama no va a querer el mal para ti, somos nosotros mismos quienes distorsionamos la imagen de Dios. Estoy loca. Debería irme a un manicomio y quedarme ahí soportando mi pena.
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Perdonar merece la pena [TRILOGÍA #2]
EspiritualUna vida que ha quedado destruida, una identidad que ha sido robada y una fe que ha sido matada. En Aurora ya no quedan mas fuerzas ni esperanzas para vivir... por lo que ella tendrá que descubrir el propósito en su vida y permitir que quien mas la...