"No se desalienten ni entristezcan, porque el gozo del Señor es su fuerza"
Nehemías 8.10
Eduardo
- No tienes porque hacer esto, hijo - me dijo mi madre conforme vio que las lágrimas volvían a brotar del borde de mis párpados - No dejare que te sigas haciendo daño. Ya no.
Permanecí con la mandíbula ligeramente apretada y dije:
- Déjame llorarle el tiempo que sea necesario, mamá. No sabes cuánto la extraño
- Tienes que ser fuerte. Dios no quiere esto para ti.
- ¿Ah, no? - espeté - ¿Entonces porque no la toco cuando ella estaba destrozada? ¡Mamá la violaron! ¡No fue cualquier cosa!
Me fulminó con la mirada y guardo silencio. Trague saliva y apacigüe mi enojo, porque lejos de estar profundamente dolido y confundido con Dios; aún así no permitiría fallarle y deshonrar a mi madre.
- Perdón - dije de forma dulce - Estoy muy estresado. Déjame solo, por favor.
Se levantó lentamente y se marcho sin decir una sola palabra. Cerro la puerta en cuando estuvo afuera de mi recamara.
A raíz de lo que paso; me sentí confundido. Sabemos que cuando hay un suicidio es porque te odias a ti mismo. Durante un mes y todavía en este tiempo me encontraba en shock. Casi todo había vuelto a la normalidad después de un mes de la muerte de Diana. Los hermanos de la Iglesia acogieron y apoyaron económicamente a la mama de Diana para que ella solo se preocupara por vivir su duelo. Pero muy en el fondo, sabía que no se adaptaban al hecho de que Diana se había suicidado. Todos sabemos que ella no esta con el Señor. Las personas suicidas no tienen lugar en el Reino de Dios, y eso me calaba en lo más profundo. No entendía y no lo podía creer. Aurora y yo eramos los que estábamos en el peor estado como para poder seguir con nuestras vidas. Aún no le encontrábamos sentido a todo esto. Durante las vacaciones parecía zombie, sólo salía de mi cuarto para mis necesidades básica. Al entrar a la escuela pasaba de largo con todo el que quisiera entablar una conversación conmigo. Literalmente, no tenía ganas de nada.
Mis padres no estaban muy contentos conmigo y mi actitud los inquietaba más, pero al menos me permitían que me encerrase en mi habitación sin quejas ni reclamos. Mi padre me leía un salmo por día. Por ejemplo, si era el día uno de tal mes; me leía el primer capítulo de los Salmos. Y así sucesivamente conforme iban pasando los días. A pesar de todo, era de gran ayuda.
Me encontraba en el día nueve, por lo que papa me leyó el capítulo nueve del Salmo:
Te alabaré Señor, con todo mi corazón; contaré de las cosas maravillosas que has hecho. Gracias a ti, estaré lleno de alegría; cantaré alabanzas a tu nombre, oh Altísimo...
Y siguió leyendo. De pronto, comencé a llorar y mi padre no dijo nada. Me dejo sollozar hasta que empece a gritar su nombre. Me rodeo el cuerpo con sus brazos y me abrazo fuertemente. Abrí los ojos desmesuradamente cuando exhale el aire para contener los gritos. Ya no podía más.
No llegué muy lejos antes de darme cuenta de una cosa: Yo sigo con vida, soy hijo de Dios y Dios me ama. Necesitaba su presencia, me era urgente sentirlo cerca aunque las circunstancias no estuvieran a mi favor. Cuando ya no podía ver más, dejé que mi corazón quebrantado me llevara a los brazos de Jesús. Entonces un día me levanté con este versículo que hizo brotar dentro de mi la necesidad de buscar a Dios: En el mundo tendrán aflicciones y tristezas, ¡ANÍMENSE! que yo ya vencí al mundo. Me aferre a esta palabra, promesa, consolación que el Espíritu Santo me estaba dando esta mañana y me levante, me bañe, me vestí, desayune y fui camino hacia la Iglesia con la cabeza en alto.
ESTÁS LEYENDO
Perdonar merece la pena [TRILOGÍA #2]
SpiritualUna vida que ha quedado destruida, una identidad que ha sido robada y una fe que ha sido matada. En Aurora ya no quedan mas fuerzas ni esperanzas para vivir... por lo que ella tendrá que descubrir el propósito en su vida y permitir que quien mas la...