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- Estoy harta –suspiré, dejándome caer de espaldas sobre tu manta bordeaux. Tú ya te habías acostado a lo ancho de toda la cama minutos atrás.

- ¿Tienes hambre? –asentí y tu sonreíste–. ¿Quieres cocinar algo? Lo haría yo... pero la verdad es que apenas si me entiendo con la tostadora.

Reí y me paré de un salto.

Por algún motivo esas dos largas horas tomando decisiones en conjunto, escribiendo y tomando notas sin parar, no solo nos habían entregado el beneficio de tener todo el lateral de las manos manchado de tinta roja mas también cierta confianza.

Te tendí mi mano derecha (la manchada) y tú la tomaste con tu propia mano pintada (la izquierda). Cundo te paraste, con mi falsa ayuda, tu collar tintineo y tu rostro estaba a tan pocos centímetros del mío que podía diferenciar las ligeras vetas celestes entre el gris del iris.

Me detuve por un segundo. Tú igual.

Sonreíste. Te imité. 

Amor en gama de rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora