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Entonces apareciste, detrás de mí, con una sonrisa de suficiencia que me advirtió de tu evidente ebriedad. Podía haberme alejado de ti, podría haberte visto enfadada o incluso reír por lo ridículo de la situación. Pero no lo hice, y eso es lo que importa.

Al contrario, y en contra de todo sentido común, mínimo e indispensable, sonreí y me balanceé al ritmo de la música como si yo tampoco estuviera plenamente sobria. Me movía al ritmo de la melodía desenfrenada y de pronto tus manos estaban en mi cintura y yo te veía por encima de mi hombro y estabas tan cerca de mí y todo era luz y había tanta gente que nadie podría reconocernos.

Estaba segura de que nadie podría reconocernos cuando deje, casi sin pensarlo, que me besaras. 

Amor en gama de rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora