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Ismael, ¿cómo pudiste hacerme tan difícil la tarea de enseñarte a usar una batidora?

Y es que jamás había visto a alguien tan inhábil en lo que a cocinar refiere, me lo habías advertido, cierto, pero asumí que no debía o podía ser tan terrible.

Fue peor que eso.

De alguna forma terminamos con harina hasta en el pelo, la masa del intento de torta de manzana se espesó demasiado y tuve que agregarle leche y leche y más leche para que dejara de ser caótica. Ni siquiera quedo bien enmantecada la tortera y se pegó nuestra obra gastronómica al fondo de esta.

Fue un desastre, pero sirvió para que termináramos sentados en las banquetas de la isla, sacándonos los ingredientes de encima lo mejor que podíamos con una franela de flores amarillas.

- Tenes un poco de... –no completaste la frase, tomaste mi barbilla con una de tus manos muy suavemente y pasaste el trapito por mi nariz.

- Gracias, isma –sentía mis mejillas levemente sonrojadas.

- De nada.

Quise besar tu mejilla.

No lo hice. 

Amor en gama de rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora