21

9 1 0
                                    

La mañana siguiente me desperté con una sonrisa que eclipsaba el amanecer y me vestí aún más rápido de lo que demoraba la alarma del celular en detenerse. Mi madre sencillamente no podía creerlo, cuando me vio sentada a la mesa del comedor, con la falda arrugada por las prisas y un vaso de cola cao en mano.

Aún menos pudo creerlo cuando vio los panqueques encima de la mesa. Cocinar me hacía recordar la tarde anterior y eso me hacía feliz.

Antes de que siquiera mi progenitora llegara a acabar su desayuno, yo ya había corrido hasta el auto y esperaba de pie, en el frío de la madrugada, a que me llevara a clases.

Ese día iba a ser asombroso y por eso me sentía flotar.


Amor en gama de rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora