La mañana siguiente me desperté con una sonrisa que eclipsaba el amanecer y me vestí aún más rápido de lo que demoraba la alarma del celular en detenerse. Mi madre sencillamente no podía creerlo, cuando me vio sentada a la mesa del comedor, con la falda arrugada por las prisas y un vaso de cola cao en mano.
Aún menos pudo creerlo cuando vio los panqueques encima de la mesa. Cocinar me hacía recordar la tarde anterior y eso me hacía feliz.
Antes de que siquiera mi progenitora llegara a acabar su desayuno, yo ya había corrido hasta el auto y esperaba de pie, en el frío de la madrugada, a que me llevara a clases.
Ese día iba a ser asombroso y por eso me sentía flotar.
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Amor en gama de rojo
PoesíaPorque todo pasó por un puñado de lapiceras y una fiesta un año atrás. Segunda parte de la saga: Colores del amor