XIX-. Sam.

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Habían pasado algunas horas desde que hablé con Mario.  Mi estómago rugía como un león literalmente, tanto así que me dolía mi cabeza y tenía ganas de volver.
Un poco débil baje a la cocina donde Diego se encontraba jugando videojuegos. Lo sé es algo raro para alguién mayor de edad, pero no es el primer caso.

—sabía que en algún momento ibas a bajar a devorarte todo el refrigerador... —dice aún jugando.

Diego tiene esa habilidad que sólo las mamás portan. Tienen ese poder de sentir la presencia de alguien, y más aparte atinar quien es...  ¿qué carajos?  Ya ni yo que soy mujer.

—hmm...  No, sólo bajé a ver como juegas. —digo con sarcasmo.

—bien hermanita, quieres que te de de tragar, pero no lo haré. —pone pausa a su juego y se voltea para mirarme.

—¡jamás dije que tú me dieras de tragar! —niego con la cabeza.

—calla hermanita... —dice Diego tapando mi boca. —te daré de comer cuando hables con Elizabeth, no me contesta... A lo mejor está muy molesta...

—¿sabes...? No soy una niña de siete años. —ruedo los ojos. —me puedo hacer de comer sola, y no, no le voy a hablar, te mereces que te deje de hablar... Eres muy...

—¿pedí tu opinión? No verdad... Así que calla.

—¿yo pedí que me dieras de comer? No verdad... Así que vuelve a tu vida y deja en paz la mía. —ruedo los ojos.

—tienes razón, pero solo háblale, me mata que esté así. —su tristeza es muy sincera para ser verdad. Eso da lástima, ¿por qué la lástima siempre triunfa en todos los sentidos?

—toma, háblale tú. —le doy mi teléfono.

—¿y qué le voy a decir? —muerde su labio.

—pues no sé tú. —rio por la desesperación de Diego.

hola nena, soy yo Diego. —habla en tono raro. —o...  Hola Eli, háblame te extraño. —hace varios intentos de como hablarle a Elizabeth. Eso da mucha risa.

Me preparo algo, lo que sea sólo que alcance hasta la noche. Pero las cosas que había en el refrigerador no fueron las que esperaba pero da igual, me alcanza para comer.

—¡Hermana! —Diego llega por detrás y me abraza. —me perdonó, me habló. —se aloca.

—¡génial! Ahora adiós. —tomo mi teléfono y lo guardo.

—eres tan seria. Eso me gusta de ti, te identifica completamente. —ríe y yo rio con sarcasmo.

—¿me vas a contar que le hiciste? —me volteo para verlo.

—me gustaría pero no. —abro mis ojos como plato.

—¿no? ¿seguro? —él muerde su labio y luego asiente. —adiós, Elizabeth me tendrá que contar en algún momento.

—te amo. —sonríe como si yo fuera otra de sus amigas.

—yo no. Adiós. —me vuelvo a voltear.

—no es lo mismo pero es igual... —dice volviendo a sentarse en el sillon. Le muestro mi dedo medio, a lo que él ríe. —¿cómo joder a tu hermana? capítulo uno.

—¿cómo ignorar a tu hermano? capitulo uno, parte uno. —sonrío y él sonríe igual.

.  .  .

Estaba tan aburrida estudiando historia cuando veo que en la casa de Mario, por la ventana se dibujan siluetas. Están haciendo tantas acciones que es fácil deducir que están discutiendo.
Veo que su novia sale de la casa muy disgustada.

Para Siempre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora