Prólogo.

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   Cerré la puerta para despedirme de la nueva vecina que vivía en frente. ¿Que suponía, que le regale algo como cualquier vecino le daría al recibir al nuevo en el vecindario? No, gracias. Eso no era lo mío, ni de mi madre.

Me encaminé a mi habitación luego de haber rodeado los ojos por la felicidad sofocante de la señora, esquivando a mi mama con una caja llena de ropa que ella estaba preparando para cargar en una valija que había en la sala de estar.

Ella me miro raro y su boca se abrió ya para comenzar a dar sus dudas.

― ¿Charlotte? ―dijo haciendo que me detenga, pero sin dar la vuelta ― ¿Quién era?

―La nueva vecina, la señora que le compró la casa a los Kearley ―contesté antes de seguir caminado por el pasillo hacia la escalera.

―No será por siempre esa actitud cada vez que nombremos su apellido, ¿verdad? ―agregó.

Sentí como mi corazón se partía. Mantuve el silencio como pude, mientras le daba la espalda a mi madre.

―Mañana quiero panqueques para el desayuno, mamá ―miré de reojo la habitación de mi madre a mi izquierda y proseguí mi camino. Cambiar el tema de conversación no era lo mejor que podía llegar a hacer, pero valía la pena el intento de evitar llorar.

Troté sobre los escalones haciendo rebotar mis ondas de cabello negro sobre mis hombros y cerré la puerta de mi habitación despacio. Me apoyé sobre la madera y me deslicé hasta sentarme en el suelo. Golpeé la cabeza contra la puerta dos veces y cerré los ojos.

"Mantente fuerte, Markhall" dije para mis adentros. Tragué saliva y la primera lágrima se derramó.

Trate de evitarlo, pero me fue imposible.

Me la sequé rápidamente, y mi último tiempo de vacaciones de invierno lo terminé de aquella forma: llorando.

Corona De Lágrimas (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora