5. Compañeros de hogar

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   Diablos, hacía mucho frío dentro de mi casa.

Nick me había preguntado si podía quedarse esa noche allí, ya que no quería viajar cinco horas hasta su universidad. Obviamente, acepte.

Al llegar, noté que era el Polo Norte dentro. Le pusimos leña al hogar y lo encendimos para comenzar alguna clase de calor. Hacía tanto frío que nuestras respiraciones tiraban vaho.

― ¿Dónde dormiré? ―preguntó Nicholas. Colgó su abrigo y su bufanda en el perchero a un lado de la puerta principal. Lo imité y lo miré sonriente.

―Duerme en mi habitación, yo duermo en la de mi mama ―encendí las luces de la cocina y abrí la lacena ―. Esto es nuevo ―saqué un paquete de arroz ― ¿Sabes cocinar?

― ¿No sabes hervir arroz? ―me preguntó, y yo negué con la cabeza ―. Pff, fracasada ―le di un codazo en sus costillas y se quejó del dolor. Se encogió y luego se enderezó con una mano en donde le pegué, frotándose el golpe ―. Lo siento.

―Deberías ―le dije, rindiéndome y comenzando a reír ―. Ya, Nicholas, ¿podrás cocinar?

―Hum, no, sinceramente no ―dijo, agachándose para buscar algo en la puerta de la heladera ―. La última vez que toque la cocina queme la cena.

No pude evitar sonreír al recordar esa noche hace años.

―Pero tenías como dieciséis ―dije, apoyándome sobre la barra ― ¿No has aprendido nada durante cuatro años?

―No, aunque mi ex novia me enseño, pero equivoqué las especias y todo salió mal por segunda vez en mi vida, dentro de la cocina ―me contó arrugando la frente, como diciéndose idiota a sí mismo.

Esta vez yo arrugué el entrecejo.

― ¿Lola, la pelirroja?

― No, esa me enseñó a bailar. Era esa de cabello largo hasta la cintura...

― ¿Margo? ―pregunté, apoyando mi codo sobre la barra y mi barbilla sobre mi puño cerrado.

― Ella sólo me ayudo a estudiar Matemáticas ―sus ojos brillaron, de seguro recordando algún momento especial que tuvieron juntos.

Sí, a estudiar Matemáticas.

― ¡Ya sé, Frankie! ―dije, recordando a la rubia con su cabello como el de la princesa de Disney.

Nicholas casi se largó a toser cuando escuchó ese nombre y escupió un poco del agua que acababa de beber de la botella.

―Olvídalo ―dijo, ya desahogado y relajado. Sus ojos bailaron por el refrigerador cerrado y sacó un imán de él. Me lo mostró y sonrió ―. ¿Pedimos pizza?

El imán tenía un papel impreso de color rojo y unos números grandes, eran lo que más llamaba mi atención.

Tengo por asegurado que mis ojos brillaron.

***

Al acabar la cena, una muy improvisada y rápida, comenzamos a juntar lo que ensuciamos y nos fuimos cada uno a su habitación.

Me cepillé los dientes ya con el pijama puesto - unos pantalones holgados con las Tortugas Ninja en diferentes partes y mi camiseta gris con tirantes - y enjuagué mi boca, luego mi cara e hice lo mismo que esa misma mañana: apoyarme en el lavamanos y mirarme al espejo con cautela.

Ese día había comenzado horrible, como siempre: sola y sin compañía alguna. Pero a lo largo que transcurrió la tarde, fue demasiado hermoso y no iba a olvidarlo jamás. Me sonreí al espejo, sonrojándome un poco al recordar la invitación de ese tal Dylan.

Al día siguiente iría al parque otra vez, obviamente, sin perderme de nada.

Antes de que me recostara para continuar leyendo tranquilamente, Nicholas cayó a la habitación de mi madre, tirándose sobre la cama y apoyando su barbilla sobre el dorso de su mano, y me miró con precaución, detallando cada parte de mi rostro.

Sonreí avergonzada y lo miré divertida.

― ¿Qué? ―dije, riendo.

―Has cambiado, Charlotte Markhall ―dijo de repente. Cerré mi libro y lo dejé sobre la mesa de noche. Lo miré para que comenzara con lo que iba a decir.

Como se había callado, me encogí de hombros, bailando mi mirada por toda la habitación.

― ¿Algo más? ―le pregunté, imitando una sonrisa demasiado falsa. Él por suerte, creo, no lo notó.

―No me gusta ―respondió, y se colocó de pie.

Nunca había vivido algo tan extraño.

Arrugué la frente, y salté de la cama para seguir a mi primo que estaba a punto de salir de la puerta. Le sujeté del brazo y lo detuve para que el girara a verme.

― ¿A qué te refieres? ―le pregunté, con mil y una dudas en la cabeza.

Nicholas suspiró y borró su sonrisa, lentamente y con malicia.

―No eres la misma, y quiero que cambies, que seas la misma Charlotte con la que viví mi infancia entera ―susurró, llevando su mano hacia la puerta para abrirla ―. Espero que sigas siendo la misma y me lo estés escondiendo.

Corona De Lágrimas (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora