3. Tarde de lectura

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   El auto de Nicholas se detuvo en frente de un café que nunca había visto.

―Guau, ¿este lugar es nuevo? ―pregunté desabrochándome el cinturón. Miré a mi primo para obtener una respuesta, pero comenzó a reírse ― ¿Qué?

―Este lugar está aquí hace un año ―dijo, dándome mi gorro que se me había caído al suelo ―. No sales tanto de tu casa, ¿verdad?

Le saqué el gorro de la mano bruscamente y con la mandíbula apretada, colocándomelo en mi cabeza. Lo estiré por detrás e ignoré el comentario de Nicholas, saliendo del auto. Él me siguió y lo miré ya cuando me estaba alejando del auto, y me iba hacia el parque que había a una cuadra de donde estábamos en ese momento.

― ¡Eh, Charlotte, no te enfades! Ven aquí ―gritó Nicholas.

Me di la vuelta de golpe mirándolo de frente, haciéndolo detener y levantar los brazos, algo asustado. ¿Tan mala cara tenía?

―No sé a qué vienes, para conocerme más, como si fueras un desconocido para mí ―dije en un tono absurdo por la primera idea que se me pasó por la cabeza ―. ¿Crees que con un café, Georgia volverá? Te lo digo fácil ―y allí, mi voz se quebró ― ¡Ella está muerta, y nada de ella volverá!

―Charlotte...

― ¡Ningún café me ayudará, nada me ayudará! La herida aún está abierta, Nick, y tú en vez de cerrarla, le echas sal encima ―dije por último.

Bueno, ahora que lo recuerdo, pude haber exagerado un poco, pero era lo único que quería gritar: que nada volverá, que nada será como antes.

Me di la vuelta ignorando la respuesta de Nicholas, y seguí caminando por donde planeaba llegar. Por fin sentí que ya no me seguía. Gracias, Dios.

Al ver algo de césped amarillo detrás de un edificio, relajé el paso. Me detuve por un momento y respiré entrecortadamente. Correr escapándome de la horrible realidad me había cansado. Me toqué las mejillas, sintiéndolas húmedas. Me pasé el gorro por la cara y me lo puse otra vez, dirigiéndome al parque.

¿Que yo necesitaba a alguien para desahogarme? Sí, lo necesitaba, pero no a Nicholas.

Buscaba una banca en donde sentarme, paseando mis ojos por todo el lugar. No había nadie quien podría verme, así que, caminé por el sendero de barro algo nevado hasta el centro del parque, donde había una pequeña arboleda. Debajo de las copas de los árboles, había bancos grises, y con la suerte que tenía, no había nadie.

¿Quién más tenía esa suerte?

Sacudí la cabeza y me senté en una de estas sintiendo el aire fresco en mi rostro.

Suspiré y solté el aire por la boca. Me estaba relajando realmente.

De pronto llegó a mi mente la imagen de mí misma, sentada en el comedor, comiendo y leyendo sola. Diablos, eso sí que dolía. Apreté los párpados y una pequeña lágrima se escapó.

―Supongo que alguien me robó el lugar ―dijo alguien que, seguramente, se encontraba en frente y yo estaba allí con los ojos cerrados como una lunática.

Abrí mis párpados lentamente, y noté que otra lágrima recorría mi mejilla; pero eso no me importaba. La persona que estaba a dos metros de mí, sostenía un libro con una mano y la otra estaba dentro del bolsillo de su pantalón.

Su cabello negro como el café y su vestimenta del mismo color me llamaron la atención. Hasta ahora, veía sus ojos negros, tan profundos como la oscuridad infinita.

Se acercó haciendo dos pasos señalando el banco. Yo no había dejado de mirarle, y él solamente me miraba sin ningún mensaje que decirme visualmente.

Minutos más tarde noté lo que sucedía.

―Lo siento, yo... Yo me iré ―dije, poniéndome de pie. El chico desconocido me miró mientras me alejaba a pasos ligeros y lentos.

―No dije que te vayas ―dijo, después de que le dé la espalda. Volteé lentamente, sin mirarlo, pero no duré más de cinco segundos y levanté la cabeza.

― ¿Te gusta Stephen King? ―preguntó, levantando su libro en mano.

Mostró la tapa de este y la vi claramente: Under The Dome.

―Un libro muy ficticio, a decir verdad ―dije, dándome vuelta por completo.

―Más que la película de Los Simpson ―dijo sonriéndole al libro. Me miró, como si eso tendría que tener alguna gracia, pero no hice nada, no reaccioné al momento. Nos miramos fijamente, pero esta vez, el sí que clavaba sus ojos en mí. Bajé la mirada avergonzada.

― ¿Quieres leer conmigo? ―preguntó el.

Eso era algo que no debería hacer ¿Leer con un extraño? ¿En el medio del parque? Yo sólo quería estar sola, sin la compañía de nadie. Pero ese mismo día me había dicho a mí misma de que necesitaba a alguien con quien compartir mis dolores y pensamientos.

Agarré fuerzas en mi interior, y asentí.

―Ven, esta es mi banca favorita, y parece que es mágica ―dijo, sentándose ―. A veces parece que eres invisible y que todos se sientan en las demás, haciendo cosas que no deberían hacer en público, o hablar de cosas que nadie debería saber... En público.


Le lancé cuchillos con la mirada.

"A veces parece que eres invisible."

"Olvídalo, Charlotte, por lo menos un chico te está hablando" dijo mi voz interior. Sacudí la cabeza.

Que prometedor, de parte de mi misma.

El chico - el cual todavía no sabía su nombre -, palmeó el espacio libre a un lado él.

Me fui acercando aunque no debería, y me senté a un lado en la banca. Oh, diablos, ahora sí que tenía miedo. ¿Y si era un asesino serial? ¿Un acosador, secuestrador, violador?

Pero su perfume me hizo olvidar de todas las cosas que mi mente procesaba en ese mismísimo momento. Su aroma era exquisito. Una esencia especial. Y tenerlo tan cerca me mareaba en el buen sentido. Respiré profundo y solté el aire con la boca, como si lo necesitara.

Abrió el libro por donde se había quedado y estaba casi por la mitad.

― ¿Cuándo lo has empezado? ―pregunté.

―Ayer ―dijo empezando a leer. Señaló una oración con su dedo índice ―. Estoy por aquí si quieres empezar a leerlo desde donde he quedado yo.

Giró su cuello y estanco sus dulces y negros ojos en mí.

― ¿Te gusta Stephen King? ―pregunto lentamente, repitiendo lo mismo de hace un minuto, casi en un susurro.

Negué con la cabeza, pero agregué rápidamente:

―Pero no digo que sea horrible con su forma de redactar sus historias. Él es increíble - dije, acercándome más a este y leí la oración que él señalaba.

Sentía aún sus ojos sobre mí, pero de todas formas yo disimulaba que leía, cuando en realidad estaba evitando que vea el rubor de mis mejillas.

¿Hacía cuánto que no me sentía de aquella forma?

Corona De Lágrimas (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora