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Faltaban diez minutos para las doce del mediodía, y todavía nada se sabía

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Faltaban diez minutos para las doce del mediodía, y todavía nada se sabía.

Luego de haber decidido que se quedaría y luego de comprar la comida, subimos y nos encontramos con un Christian dormido. Tenía una cara de paz tan grande que no quise molestarlo, así que lo dejé dormir y descansar unos minutos. Me senté a su lado, con Adrien agarrado de mi mano intentando hacer los nervios a un lado.

Al rato el morocho también se durmió y me quedé sola fijándome por inercia de tanto en tanto mi celular por si alguno de los chicos me había hablado. Todo estaba en orden.
Sólo quedaba esperar.

—El no estaba acá cuando me quedé dormido— de repente la voz de mi tío me saca del mundo en el que tan sumida estaba y me giro para verlo con una expresión de diversión en el rostro. Sus ojos observan mi mano y la de él entrelazadas con una mirada crítica.

No puedo evitar entornar los ojos.

—Te lo tenías bien escondido Mae— me sonríe a continuación dejando de prestarme atención para mirar el techo y cerrar los ojos durante un instante. Siento su cansancio desde donde estoy. Es como si hubiera una burbuja de nervios, miedo y cansancio muy intensa que de tanto en tanto dificulta el respirar.

—Era el entrenador de los chicos—le digo en voz baja.—Me ayudó cuando nadie más pudo hacerlo, es un buen hombre—le explico segura de las palabras que salen de mis labios queriendo convencerlo de algo que ni siquiera se bien qué es. El miedo que lo rechace por algún motivo es enorme y en ese momento entiendo que la opinión de este hombre que tengo a mi lado me importa muchísimo, como la de un padre a una hija.

—No lo dudo Mae, cualquiera que logre sacarte una sonrisa está aprobado por mi y es bienvenido en la familia—sus palabras son risueñas y sus ojos denotan seriedad y diversión al mismo tiempo. Me está advirtiendo que de ser diferente, el se encargaría de ello. Luego de escucharlo decir eso, me siento aliviada, como si me hubiera sacado un peso de encima.

—No tenés que preocuparte por nada, lo prometo tío—le sonrío cómplice dándome vuelta para ver a Adrien. El pobre está completamente dormido. Agotado. Lleva una pequeña sonrisa en el rostro que me alegra el corazón por unos segundos, haciendo de mi pesar, algo más liviano.

No sé cuánto tiempo permanecemos en el mismo lugar esperando algo, que alguien salga y nos de algún veredicto. Negativo, positivo, no importa, el hecho de la espera es que da lugar a que te imagines mil y un situaciones diferentes. La espera, aprendí con los años, da lugar a la esperanza y la esperanza, es peligrosa.

Cuando Adrien se despierta, se presenta ante Christian, se dan la mano y mientras mi tío está sonriente y relajado, por un instante, creo ver la cara de Adrien entrar en pánico. De estar en otra situación me reiría. El verlo tan nervioso por unos instantes me hace dudar de esa imagen que da a entender cuando lo ves caminar por la calle, o en cualquier lado, la imagen de tipo duro.

SIN FRENOS. [TOM HARDY]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora