5.

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Miro el reloj por quinta vez consecutiva en lo que va de la hora y las condenadas agujas parecen no querer moverse de lugar. Son las siete y media de la tarde y faltan TREINTA minutos exactamente para que pueda irme del trabajo. Me exaspera lo lento que pasan los segundos.

Solamente quiero irme a casa, comer algo, tomar una buena ducha caliente e irme a dormir. Aunque lamentablemente eso va a tener que esperar debido al día de hoy.

—¿Estás bien Mae?— me pregunta entre preocupada y pensativa Winnie haciendo una mueca al hablar.

—Si, no te preocupes— le sonrío amablemente y agradecida—.Es solo que estoy agotada, hoy no fue exactamente un buen día y quiero irme a casa.

—Te entiendo cariño, no falta mucho, tranquila— intenta reconfortarme con una sonrisa risueña y genuina.

Winnie es una luz de persona y agradezco de tenerla como compañera de trabajo. Es una persona auténtica y amorosa que no dudaría ni un segundo en ayudarte con cualquier cosa. Es gracias a ella (en parte) que vengo sobreviviendo las semanas de trabajo. Trabajar de moza en un café no es algo que conlleve demasiado trabajo y menos cuando tenes la suerte de encontrarte con tan buenos compañeros tales como Winnie, Norma o William. Todos atentos y respetuosos.

Lo único malo de trabajar de moza son los clientes malhumorados, hostiles, ariscos e intratables, que lo único que saben hacer es quejarse de absolutamente todo hasta del más mínimo detalle por el simple hecho de ser personas miserables que les gusta aprovecharse de gente como nosotros que estamos completamente a sus servicios.

—¿Cuándo es que dijo Ronda que nos iría a aumentar el salario?— me encuentro preguntándole a William, (un tipo alto y muy lindo, de cabello castaño claro, ojos negros como la noche y un cuerpo esbelto bastante trabajado que ronda al rededor de los treinta).

—Prometió aumentarlo a fin de mes lo cual significa que el próximo viernes tus bolsillos van a estar más gordos que ahora— me contesta divertido mientras se pone a lavar unos platos y unas tazas de café detrás del mostrador.

Ronda, la dueña, es una mujer encantadora. No podemos quejarnos porque nos trata de lujo, no tiene preferencias por nadie, prometió aumentar el salario por lo bien que íbamos y encima es una mujer de negocios seria que siempre está presente en el local.

Antes de que pueda preguntarle otra cosa o decirle algo a Will, me llega un mensaje al celular de Brian.

¡Ni se te ocurra ir sin mi Mae porque tengo todo el derecho del mundo de ir yo también! SI vas sin mi juro no voy a perdonarte ¡y no te olvides de pasarme a buscar por el galpón! ¡Ah y antes de que me olvide! Adrien dice hola.

Bloqueo el celular sin contestarle siquiera al mensaje llevándomelo al pecho y apretándole fuerte contra mi cuerpo. Hoy se cumplen exactamente tres años de la muerte de Aaron y desde que murió tenemos la tradición de ir con Brian al cementerio del pueblo donde vivíamos antes y acostumbramos a ponerle flores, Brian a veces le escribe alguna carta y simplemente nos quedamos ahí honrando su vida y recordándolo juntos.

Sonrío melancólica y con muchísima tristeza ante el pesado y crudo recuerdo. Segundos después me encuentro capaz de responderle a Brian el mensaje.

Salgo de trabajar y ni bien lo haga voy a buscarte al galpón. Tenemos un viaje largo Bri, te lo recuerdo nada más. ¿Qué hacen ustedes dos? Adrien tendría que estar enseñándote boxeo que para eso le pago. Decile hola de mi parte.

—¿Quién te escribió?— me pregunta una Norma de cincuenta años muy curiosa y amena a la situación una vez que me ve guardar el teléfono.

—Mi hermano, me recuerda que a las ocho sale de boxeo y que no me tengo que olvidar de pasar a buscarlo— le contesto a la mujer adulta con una sonrisa de nada más que puro amor plasmada en mi rostro.

SIN FRENOS. [TOM HARDY]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora