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Después de aquello nos encaminamos a su casa, la cual quedaba a tan solo quince cuadras, y digo tan solo porque podrían haber sido más. Tardamos en llegar unos cuarenta minutos debido a que Adrien se detenía cada dos por tres porque tenía ganas de vomitar, aunque por suerte, no vomitó hasta que llegamos a su casa. Una casa que de afuera lucía completamente humilde y una vez que entramos, me deslumbró con su belleza. 

Era chica por fuera y algo más grande por dentro. Ni bien entramos pude observar el gran comedor que conecta con la cocina, y las cortas escaleras que llevan al piso de arriba, donde se encuentra el baño, el cuarto del susodicho y otro cuarto aún más chico para huéspedes o quien sea que se vaya a quedar. 

—Adrien, ¿por qué no te pegas un baño y yo te hago algo de tomar y comer?— le pregunto mientras lo veo terminarse de un sorbo el vaso de agua que le acabo de dar. 

Lo veo asentir sin muchas ganas y me quedo sin aliento cuando el morocho comienza a sacarse la ropa mientras sube dificultosamente las escaleras. 

Me quedo mirándolo hasta que no veo más de el, su jean y su camisa blanca tirados en la escalera. Y aunque la situación no lo merite no puedo evitar pensar cuan hermoso se ve. 

Después de tardar unos diez minutos encontrando todas las cosas en su cocina, le preparo un huevo revuelto con unas hamburguesas que encuentro en su congelador. Agarrando todo y sirviéndole un vaso de agua, lo apoyo en la bandeja y comienzo a subir las escaleras, tomando con la mano que tengo libre las prendas de ropa tiradas en ella.

Me dirijo a lo que parece ser su cuarto y deposito la bandeja con la comida sobre la cama mientras doy vuelta la ropa y la tiendo doblada a un costado.

—¿Estás bien?— le pregunto preocupada acercándome a lo que deduzco es la puerta de su baño.

—¿Podrías alcanzarme... unas toallas de mi cuarto?— me pregunta algo confundido y me cuesta escucharlo debido al ruido de la lluvia de la ducha.

Asiento para mi y me cuesta encontrarlas pero finalmente lo hago e incómoda toco con mis nudillos dos veces en la puerta antes de gritarle "voy a entrar" y cerrar mis ojos como una niña que no ha visto a un chico desnudo en su vida. 

Entro con los ojos cerrados y la mano extendida con las dos toallas.

Escucho como el agua se detiene y como Adrien corre las cortinas de baño. 

Me siento nerviosa y no se por qué, solamente quiero que agarre las toallas y dejarlo tranquilo.

—Te... hice algo de comer, lo... dejé en tu cama— musito avergonzada y no tengo que ser mago para darme cuenta de que estoy ruborizada. No me contesta pero agarra las toallas y es cuando veo el momento para irme aunque antes de poder hacerlo lo escucho vomitar y eso me obliga a abrir los ojos.

¡Gracias a Dios tiene una toalla cubriéndole el pene y el culo porque no podría concentrarme en ayudarlo! No tengo que verme al espejo para saber que mi cara está hecha un tomate. 

Sin detenerme mucho más a pensar en ese pequeño inconveniente, le pido que se agache y que vomite dentro del inodoro. 

Lo hace sin mostrar signos de quejas y lo único que puedo hacer es tomar un poco de papel y limpiarle la boca cada vez que termina de vomitar. Con la mano izquierda me encargo de limpiarle la boca y con la derecha me encargo de hacerle mimos en la espalda, apretando fuerte en lugares determinados para que largue todo lo que pueda largar.

—Es mejor que vomites todo, no te preocupes— le digo suavemente levantándome unos segundos para limpiarme la mano llena de vomito y aunque se que es algo desagradable no me importa, me alegro de estar presente para ayudarlo—. Vas a estar bien.

SIN FRENOS. [TOM HARDY]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora