CAP 8: la princesa encerrada en una torre y el sapo que no paraba de sonreír.

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Me siento como una completa estúpida. ¿Qué diablos estaba haciendo? Reacciona Inés, reacciona. De un momento a otro reuní las fuerzas suficientes como para separarme de él.

-       Estarás contento. – le dije.

-       No sabes cuánto. – Matteo se acercó a mí tratando de repetir la azaña de nuevo.

Dejé que se confiase, que se acercase más, que me agarrase de la cintura, dejé que creyese por un momento que había ganado. Entonces rápidamente mi rodilla alcanzó su entrepierna haciéndole gritar.

-       No vuelvas a acercarte a Paolo. – le advertí. – o seré yo la que te parta la nariz.

Decidí regresar a la fiesta dejando al futbolista arrodillado en el suelo llorando del dolor. Para cuando se recuperó yo ya estaba de nuevo en la sala buscando a Marianna. No la encontré, ni a Lidia, ni a Valeria. Saqué mi blackberry del bolso y vi que tenía unas siete llamadas perdidas. Parece ser que Marianna había estado buscándome. Marqué su número. Ella lo cogió al segundo timbre.

-       ¡Inés! – gritó - ¿Estás bien? ¿Te ha hecho algo? – estaba realmente preocupada.

-       ¡No! ¡Por supuesto que no! Es más, diría que ha sido al revés. – dije en un tono mordaz, me sentía orgullosa de mí misma. - ¿Dónde os habéis ido?

-       Estamos en una clínica que hay unas tres calles más abajo. – hizo una pausa. – le están dando puntos a Paolo. El golpe ha sido muy fuerte.

-       ¡Pues claro Paolo! – entonces caí en la cuenta. Recordé todo lo que Paolo me había dicho momentos antes de que fuese aporreado brutalmente por Venanzi. Me llevé una mano a la cabeza. – Voy para allá, espérame en la puerta.

-       De acuerdo. – y colgó.

Fui corriendo a buscar a un aparcacoches y le pedí que me trajera mi Lamborghini, bueno, el Lamborghini de Venanzi que ahora era mío. Aparqué a unos cuantos metros del lugar. Vi a Marianna a lo lejos esperándome con cara de preocupación.

-       Llegué – me planté delante de ella jadeando. Había hecho los cien metros lisos.

-       Vamos dentro. – me dijo seria.

Comencé a sentirme terriblemente culpable por la paliza que había recibido Paolo… Si sólo no me hubiera acercado a él, si no le hubiera hecho caso, esto no habría pasado. Pero, por otro lado yo tampoco tenía la culpa de que un futbolista energúmeno estuviese obsesionado conmigo. ¿¡Qué demonios?! No tenía por qué sentirme así, ¡fuera remordimientos! Lo que sí era cierto era que no tenía que permitir que Matteo interfierese en mi vida de esta manera, había que ponerle puertas al campo.

Marianna y yo recorríamos los pasillos de la clínica, mirábamos a ambos lados para comprobar que no nos habíamos pasado de la habitación de Paolo. Aquí era, la 405. Abrí la puerta despacio, procurando no hacer ruido para no molestar al resto de enfermos. Cuando entramos vi a Ángela que estaba tirada en el sillón con cara de fastidio. Luego miré hacia la cama y comprobé como Matteo había dejado la cara de Paolo completamente hinchada y entumecida, además el puñetazo le había causado un derrame en el ojo derecho. Contemplar aquella estampa fue como recibir un mazazo en mis entrañas. Aunque realmente yo no era la culpable de la situación me sentía como si así fuera. Ángela levantó su cabeza de la revista que estaba ojeando y nos saludó de malas formas, propio de ella.

-       ¿Cómo está? – le pregunté a mi compañera de habitación, interrumpiendo nuevamente su lectura.

-       ¿Tú qué crees? – me dijo sin apenas inmutarse.

Fuera de juego © Cristina González 2012//También disponible en Amazon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora