Juro no volver a hablar de ampollas.

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Hacía frío, mucho frío. A las cinco de la madrugada en Milán los termómetros marcaban seis grados y Marianna había dejado la ventana abierta.  Sintió cómo el aire que se colaba en la habitación le producía escalofríos y le erizaba el vello. Abrió lentamente los ojos y miró hacia su derecha. Tendría que levantarse a cerrar la ventana. Se las apañó para llegar a hasta ella a tientas. La poca luz que iluminaba el cuarto procedía de las farolas de la calle. Cuando regresó de nuevo a la cama echó un vistazo a su despertador para comprobar la hora. Después contempló con preocupación el otro lado de la cama. Estaba vacío. Alex no había vuelto y ya era muy tarde. Se suponía que había ido a jugar al baloncesto con Paolo… Alcanzó su móvil, que estaba encima de la mesilla de noche, y marcó el número de su novio. Pero nadie contestó. Un timbrazo, otro timbrazo y otro… Nada. Colgó malhumorada. Nunca le molestó que Alex saliera por ahí a divertirse, que se marchase de juerga hasta el amanecer. Pero siempre avisaba…

Decidió volver a la cama para tratar de dormir algunas horas más. Se convenció a sí misma de que en cualquier momento Alex entraría por la puerta, se metería en la cama con ella y la abrazaría. Sí, la abrazaría y susurraría palabras románticas en su oído mientras ella fingía estar dormida. No obstante, todo quedó en un puñado de deseos incumplidos, pues las horas pasaron y nadie introdujo la llave en la cerradura, nadie abrió ninguna puerta y nadie regresó a casa. Finalmente, Marianna se dejó vencer por el sueño.

Cuando terminaron de jugar, Alex y Paolo se fueron a un bar a tomarse unas cañas. Alex bebió algo más de la cuenta y Paolo decidió llevarle a su habitación de la residencia. No podía permitir que su novia le viese en aquel estado.

-       Sí que estás afectado tío. – le dijo Paolo mientras subían las escaleras de la residencia.

Alex se limitó a gruñir y a refunfuñar. Le dolía mucho la cabeza.

-       Llévame a casa de Marianna… - le pidió a su amigo entre balbuceos.

-       Marianna te matará en cuanto te acerques a ella con este olor… - Paolo hizo un gesto de asco con la mano. – Llevas un pestazo a alcohol…

-       Se va a preocupar… - acertó a decir Alex. – tampoco he bebido tanto…

-       No, claro que no… Creo que no ha quedado nada en el bar… - dijo Paolo irónicamente.

Cuando llegaron, Paolo se las arregló para tumbar a Alex en el pequeño sofá que había cerca de la puerta del baño. Después, él mismo se tumbó en su cama con la intención de descansar un rato. Afortunadamente su compañero de habitación estaba de fiesta y no había tenido que darle explicaciones acerca del lamentable estado de su amigo Alex.

-       Si tan mal estás con el tema de tu novia, ¿se puede saber por qué has vuelto a Milán? Te podrías haber quedado en Estados Unidos una buena temporada. Al menos hasta que te hubieras olvidado del asunto…

Alex rió. Qué más hubiese querido él que quedarse allí a estudiar. Pero no pudo, no le dejaron.

-       Bah… - farfulló.

-       ¿Bah qué?

-       Suspendí demasiadas asignaturas. Literalmente, me echaron. – dijo Alex con algo de amargura.

-       Oh, vaya. – Paolo se sorprendió. – Pero no es lógico… Tú siempre sacabas buenas notas… A saber qué harías…

-       Más bien… Qué no haría… Fui un vago Paolo. Si te digo la verdad, me merezco haber suspendido y también que me hayan echado.

Fuera de juego © Cristina González 2012//También disponible en Amazon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora