Un recepcionista aburrido se hurgaba la nariz porque pensaba que nadie le estaba mirando, excepto yo que presencié asqueada como obtenía petróleo de sus fosas nasales.
En breves, nuestra presencia interrumpió su momento Zen.
- ¿Qué desean? – nos sonrió algo abochornado. Pillado in fraganti. Contuve la risa al ver su cara de circunstancias.
Mientras Venanzi reservaba habitación para el fin de semana, yo me limité a admirar el interior del Zurich Marriot Hotel. El suelo amarmolado de la recepción le daba un aspecto amplio y elegante, por no hablar de los paneles de madera de cedro que recubrían las paredes. Simplemente, majestuoso. Llamaban la atención los cuatro ascensores dispuestos en hilera que se divisaban nada más entrar a la estancia, dándole un toque futurista a la decoración. Si el recepcionista no hubiese estado trabajando con su mucosa olfatoria, el momento habría sido perfecto.
- Ya está – dijo Matteo - ¿vamos a dar una vuelta?
- Buena idea, además tengo que ir a la farmacia a por una cosita – se me había ocurrido una idea genial para hacer escarmentar a mi padre.
- ¿Qué cosita? – preguntó curioso.
- No te hagas ilusiones Venanzi – le guiñé un ojo. Yo sabía lo que él estaba pensando. Nada bueno, ni limpio.
- La esperanza es lo último que se pierde – dijo como el que reza una oración.
- Y está claro que es lo único que te queda, porque te quité todo lo demás a base de golpes – le dije a la vez que señalaba a sus, no tan nobles, partes.
- Peor para ti – y estalló en carcajadas. No se puede ser más desagradable.
Ignoré su último comentario, por mi propio bien.
Aún teníamos un par de horas hasta que Melvin viniese a recogernos, así que buscamos una farmacia. No había cola para pagar así que terminé rápido. No le dejé ver a Matteo lo que había comprado, así que me estuvo dando la brasa durante toda la tarde. Después fuimos a un lugar de visita obligada en Zurich, sobre todo para gente que tiene los bolsillos bien llenos. De nombre casi impronunciable, la calle Bahnhofstrasse reúne un conjunto de tiendas y escaparates que atraen a la crème de la crème y en general a todos los turistas.
- Vamos Inés, dime qué has comprado – seguía insistiendo Venanzi de una manera cargante – si estás enferma yo debería saberlo. ¿Y si tu padre me pregunta y yo no sé contestarle? Te echaré a ti la culpa que lo sepas.
- No estoy enferma, ni he comprado condones. – Matteo fue a decir algo pero le tapé la boca antes de que pudiese emitir sonido alguno – y por supuesto que no es un test de embarazo. Por tanto no es nada que pueda interesarte, así que cállate ya.
- No me callaré, pero siempre podemos hablar de otra cosa – y al fin salieron palabras medio normales de sus labios.
- Hablaremos en esa tienda – dije señalando el establecimiento de Channel – tengo que elegir un vestido para cenar con mi padre y su rémora.
Matteo se encogió de hombros, no le di la opción de negarse.
- Oye, deberías comprarte un traje – le dije mirando mal su chándal – eso que llevas está bien para entrenar o lo que sea que hagas, pero para reunirte con Alberto Fazzari no es un atuendo acertado.
- He traído un traje en la maleta – se disculpó el futbolista.
- ¿En la maleta?¿Y no lo habrás doblado? Porque de ser así tendría que pasar por la plancha primero y creo que no tenemos tiempo – argumenté. Me parecía divertido elegirle un traje y de paso inculcarle algo de gusto.
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Fuera de juego © Cristina González 2012//También disponible en Amazon.
ChickLitInés Fazzari acaba de mudarse a Milán para estudiar fisioterapia. Es inteligente, sarcástica y asustadiza. Tiene miedo del amor, de los hombres y de las relaciones serias. Matteo es un futbolista muy famoso, muy guapo y muy insistente, capitán de un...