Aquel era un día radiante como ninguno. El sol se alzaba en lo alto de un cielo azul, limpio y vacío de nubes. Era un día perfecto para ir a ver un partido de fútbol al aire libre. La afición gritaba y vitoreaba a los futbolistas que estaban repartidos por el campo. Otros vociferaban insultos dirigidos a los jugadores del equipo contrario. Matteo me miraba fijamente, tenía que chutar y marcarme un gol. Yo era la portera. Tenía unos guantes blancos gigantes que protegían mis manos del balón. Llevaba mi melena roja recogida hacia atrás con una goma de pelo blanca, a juego con mi camiseta. Es curioso, porque yo llevaba el número quince, al igual que Matteo.
Entonces él cogió carrerilla y le dio una patada a la pelota que salió disparada hacia la portería. Sin embargo, iba a tanta velocidad que en lugar de lanzarme a por ella para detenerla, decidí apartarme por miedo a recibir un mal golpe.
Y gol.
De nuevo, Matteo me había marcado un gol. ¡No me lo podía creer! <<¡Venga, Inés! ¡Tú eres la portera, ¿por qué no los paras? ¿Tienes miedo?>>, me repetía yo a mí misma una y otra vez.
Miré a Matteo y me percaté de que no celebraba el gol. Sólo maldecía y refunfuñaba. Se notaba que estaba muy enfadado.
- ¿Pero qué demonios haces? – farfullaba-. No te lo estás tomando en serio…
- ¡Sí que lo hago! – protesté yo - . ¡Es que la lanzas con mucha fuerza y me da miedo!
- ¡Eso es una tontería! – se quejó él - . Ya no eres una niña, deja de tenerme miedo.
Y entonces, y como no podía suceder de ninguna otra manera, me desperté.
Miré hacia mi despertador para comprobar que eran nada más y nada menos que las cuatro de la madrugada. Ángela dormía completamente sepultada bajo su edredón. La habitación estaba un poco fría, la temperatura había descendido durante la noche.
Retiré el visillo que cubría la ventana para contemplar la calle. Estaba oscura y un par de farolas iluminaban la entrada de la residencia.
Llevaba casi una semana soñando noche tras noche con Matteo. El mismo sueño, la misma pesadilla. En ocasiones variaba un poco: yo decidía parar el balón y entonces me golpeaba de lleno en la frente. O me daba en el estómago… Siempre que me tiraba a parar la pelota era yo la que acababa mal parada. Si, por el contrario, decidía apartarme, Matteo se enfadaba y yo perdía el partido.
¿Y por qué Matteo se enfadaba? ¡Ah! Qué frustrante es el mundo de los sueños… Parece que quieren decirte algo importante pero nunca eres capaz de descifrar su verdadero significado.
Observé como una pequeña motita blanca caía, atravesando el haz de luz que procedía de la farola más cercana. Luego cayó otra pequeña mota. Estaba nevando. La primera nevada del invierno en Milán.
Volví a la cama y cogí mi BlackBerry que se encontraba encima de la mesilla, a la izquierda del despertador.
Miré algunas fotos de Matteo. Luego arrastré mi dedo por la agenda de contactos hasta llegar a su número de teléfono.
Hubiese podido llamarle… Hubiese podido hacerlo en cualquier momento, pero ¿y luego? ¿Qué le habría dicho? << ¡Hola, Matteo! Mira, que sí que me voy contigo a Alemania, ¿te parece?>> y entonces él me habría respondido: <<Ya es tarde, haberlo pensado antes.>> Y fin de la conversación.
Me fui a la cama, todavía con el teléfono móvil en la mano. Sin embargo, no tuve el valor de pulsar la tecla verde.
Al día siguiente todo estaba blanco. La hierba del campus parecía una pista de esquí enorme. Había muchísima gente jugando con la nieve. Unos se lanzaban bolas, otros construían muñecos y algunos se hacían fotos compulsivamente para después colgarlas en Facebook.
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Fuera de juego © Cristina González 2012//También disponible en Amazon.
ChickLitInés Fazzari acaba de mudarse a Milán para estudiar fisioterapia. Es inteligente, sarcástica y asustadiza. Tiene miedo del amor, de los hombres y de las relaciones serias. Matteo es un futbolista muy famoso, muy guapo y muy insistente, capitán de un...