Sangre, vísceras y el chico guapo de la ferretería.

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Salta, corre, dispara… ¡Cuidado! ¡Te atacan por detrás! Batería baja…

-       Oh, mierda… - se quejó Ángela cuando se agotaron las pilas del mando de su Xbox.

Como había estado semitumbada en el  suelo jugando, gateó hasta su mesilla de noche y rebuscó en el cajón. Había compresas sin usar, llaves, algún pintauñas negro seco, unas gafas de repuesto…. Pero ni rastro de pilas.

-       ¡Inés!

-       Dime… - respondí entre sueños. Acababa de comer y pretendía echarme la siesta. Casi me alegré de que Ángela no pudiera seguir jugando con el cacharro ése, hacía tanto ruido…

-       ¿Tienes pilas?

-       No…

-       ¿Seguro?

-       Seguro… - aseguré. No sé si tenía pilas o no, pero ahora tenía demasiado sueño como para ponerme a buscarlas.

Ángela bufó, estaba a punto de pasarse la última pantalla del Gears of War.

-       Pues entonces me vestiré, me peinaré y bajaré a comprar un paquete… - lo dijo muy alto para darme a entender que, gracias a mis pocas ganas de colaborar, ella iba a tener que realizar el esfuerzo sobrehumano de salir a la calle .

A lo que yo respondí:

-       Muy bien… - me di la vuelta en la cama, dispuesta a dormir durante al menos un par de horas.

Había sido un miércoles agotador. Las clases, que habían comenzado a las ocho de la mañana y habían terminado a las tres de la tarde, habían sido muy intensas. Creo que jamás había tomado tantos apuntes.

Cuando Ángela se fue, mi móvil vibró. Alargué el brazo hasta la estantería que se encontraba encima de la cama y lo cogí.

-       Diga…

-       ¿Inés?

-       Sí… ¿Quién eres? – pregunté mientras bostezaba.

-       Soy Marianna. ¿Puedo ir a verte?

Marianna… No recordaba haberla visto en clase estos últimos días.

-       Sí, claro. No me voy a mover de aquí hoy, así que ven cuando quieras…

-       Vale ahora voy. Gracias.

-       ¡Espera no cuelgues!

-       Dime

-       ¿Te ha pasado algo? ¿Estás bien? – la pregunté. No había sabido nada de ella desde el día antes de irme a Suiza.

-       No, no estoy bien… Ahora te cuento – y colgó.

Y efectivamente, Marianna no había asistido a ninguna clase desde que Alex se fue. En primer lugar, cinco minutos después de que su, ahora, exnovio cerrase la puerta tras de sí,  se sentó en el suelo con su taza de leche y no se movió hasta pasadas unas cuantas horas. Después, cuando reunió la fuerza suficiente, se fue al sofá. Se tumbó, y no se levantó hasta el martes por la noche, salvo para beber algo de agua. Estuvo sin comer y sin moverse durante dos días. Por suerte, su madre la llamó por teléfono y la hizo reaccionar, más o menos. Entonces, se arrastró hasta la ducha, se puso un camisón y, por primera vez en cuarenta y ocho horas, pasó la noche en su cama. Pero no durmió.

Se dio cuenta de que tal vez, necesitase a alguien con quien hablar y desahogarse. Pero, ¿quién? Sus dos mejores amigas del instituto se habían ido a estudiar fuera y su hermana mayor vivía en Roma.

Fuera de juego © Cristina González 2012//También disponible en Amazon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora