Loriane paseaba entre los mostradores de las Galleries Lafayette de París. Solía frecuentar aquellos grandes almacenes cada vez que visitaba París. Era el lugar ideal para comprarse unas botas nuevas, en concreto unas de Pura López que había visto por Internet. Las botas eran altas, negras y de ante. Además tenían unas elevadas cuñas, tapizadas en cuero beige, que le aportaban al negro un toque muy trendy y casual. Tal vez era un estilo demasiado informal para Loriane, pero ella quería introducir alguna novedad en su vestuario y aquellas botas le parecían un buen comienzo.
Después de pagar los trescientos sesenta euros que costaban, dio un rodeo por la zona de los vestidos de fiesta. No tenía intención de comprar ninguno pero siempre solía echarles un vistazo para ver las últimas tendencias y si acaso, coger ideas para su próxima fiesta. Como embajadora, asistía a numerosos eventos oficiales y tenía que ir decentemente vestida. Y decentemente significaba elegante, moderna y encantadora. Ni muy sexy, ni muy recatada. Loriane podía pasarse una tarde entera de tiendas sin comprar nada, solo mirar y mirar, y tomar nota. Tenía cuarenta y nueve años pero no lo parecía en absoluto. Era una mujer que trataba de cuidarse lo máximo posible: hacía ejercicio tres veces por semana: tanto pesas como ejercicio aeróbico; comía muy sano (mucha verdura, mucha fruta, y mucho pescado) y todas las noches se aplicaba una crema hidratante para pieles mixtas que le iba muy bien. Loriane era un buen ejemplo a seguir para evitar el envejecimiento prematuro. Ya que, aunque se trataba de una persona inteligente y formada, siempre le había atribuido cierta importancia a la imagen personal. Una frase que podría definir la mentalidad de Loriane sería: “Puedes ser muy profesional, muy inteligente y muy amable, pero si te presentas ante un cliente mal vestida, mal peinada y mal maquillada, estarás perdiendo dinero”. Sí, ella reconocía que era un pensamiento muy materialista, sin embargo, la experiencia le demostraba que, en la mayoría de los casos, se encontraba en lo cierto. De ahí el afán por cuidar su imagen.
Llegó a un pequeño rinconcito en el que había algunos vestidos de novia expuestos. Entonces, se preguntó por qué narices nunca se había casado. No se había parado a pensar en ello. Llevaba una vida muy ajetreada, con muchos viajes y reuniones. Toda su vida profesional se había caracterizado por tener unos horarios imposibles, imposibles para críar hijos y para mantener a un marido medianamente exigente. Por si fuera poco, ella solo había amado a un hombre en toda su vida. Después había conocido más y había salido con ellos. Había tenido alguna noche de pasión que otra, pero ya está. No se hubiese animado a casarse con ninguno de ellos, aunque se lo hubieran pedido. Ella llevaba, como se suele decir, una vida de hombre soltero: de trabajar, llegar a casa (a tu solitario apartamento o habitación de hotel), darse una ducha, cenar algo o no cenar e irse a dormir. Nunca tuvo que prepararle la cena a nadie, ni cambiar un pañal, ni planchar una camisa, ni ninguna de esas cosas de las que se quejan todas las madres de familia. Sin embargo ahora, a estas alturas de su vida, sentía un desagradable vacío en su interior y un incipiente miedo a la soledad. Y siempre había estado sola, pero ahora le aterraba más que nunca.
Claro que, todo aquello tenía remedio. Y aquí llegaba el acontecimiento más turbador que había tenido lugar en su vida hacia las últimas horas: el hombre del que había estado enamorada tantos años acababa de pedirle matrimonio.
¿Se casaría ella con Alberto Fazzari? ¿A sus casi cincuenta años? ¿Y por qué había tenido que pedírselo ahora y no hace veinte años?
Parecía mentira, tantos romances fugaces vividos, y seguía sin conocer a los hombres: ni sus razones, ni sus motivos, ni su mentalidad ni nada.
Bah, en el fondo lo había visto venir. Alberto estaba más cariñoso que de costumbre, más entregado y más servicial. Últimamente parecían haber estado reviviendo aquellos años de universidad en los que compartieron aula, biblioteca y piso. Solo que en aquellos años él había sido, o seguía siendo (según se mire), bastante mujeriego. Y Loriane había sido su mejor amiga, aquella con la que nunca había tenido ningún tipo de contacto “amoroso”, más allá de horas y horas de conversación durante la noche. Hacían trabajos juntos, veían películas juntos, y cocinaban juntos, pero nunca salieron juntos. Ella nunca le había confesado sus sentimientos. Después, él se había casado con una de las amigas de ella y entonces, ya nunca pudo hacerlo. Y ahora, después de haberse casado y divorciado tropecientasmil veces - e incluso enviudado - , con una hija, Inés (un encanto de niña a su modo de ver), venía y le pedía que se casara con él. ¡Toma ya!
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Fuera de juego © Cristina González 2012//También disponible en Amazon.
ChickLitInés Fazzari acaba de mudarse a Milán para estudiar fisioterapia. Es inteligente, sarcástica y asustadiza. Tiene miedo del amor, de los hombres y de las relaciones serias. Matteo es un futbolista muy famoso, muy guapo y muy insistente, capitán de un...