El guacamayo azul.

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Tenía un terrible dolor de cabeza cuando alguien llamó al timbre de la habitación. Ángela se levantó para abrir la puerta y yo metí mi cabeza debajo de la almohada con la esperanza de que sus plumas amortiguaran el ruido.

-       ¡Sorpresa! – gritó Roberto desde la puerta.

-       ¡Oh! – exclamó Ángela extasiada -. Qué bonito…

Me di media vuelta en la cama para intentar dormir unos minutos más. Sin embargo, el hecho de compartir habitación con alguien implicaba que cuando ese alguien decidía madrugar, tú también madrugabas.

-       Hola, hola, hola… - escuché a mi lado.

Apreté aún más fuerte la almohada contra mis oídos.

-       Hola.

-       ¡Saluda Inés! No seas maleducada… - insistió mi amiga.

-       Hola – espeté.

Más que un saludo fue un graznido desagradable propio de las personas con mal despertar, como lo era yo en aquellos instantes.

-       Hola – volví a escuchar mucho más cerca de mí.

Me sobresalté y en seguida estuve sentada sobre mi cama gritando. Me deslicé hacia la pared para alejarme todo lo posible de aquel animal.

-       ¡Ah!

-       Tranquila, tranquila… - Roberto intentó calmarme -. No muerde…

-       Es un guacamayo azul – dijo Ángela ilusionada.

-       Sí, mi tío tiene un amigo que los cría. Están en peligro de extinción – añadió él también emocionado.

-       Ah. Vaya – los dos me miraban tan entusiasmados que no tuve más remedio que sonreír para unirme a la euforia general.

-       ¿A qué es chulísimo? – preguntó Ángela mientras le acariciaba el pico.

-       Sí, es genial. ¿Puedo tocarlo? – le pedí permiso a Roberto que tenía al pájaro apoyado en su brazo.

-       Sí, sí… - se acercó a mí y entonces pude rozar sus suaves plumas azules con la yema de mis dedos.

-       Es genial… - observé.

-       Te quiero – dijo de repente el guacamayo.

Ángela y yo lo miramos con sorpresa. Después nos reímos.

-       Hay que ver, qué pajarito tan romántico – dijo ella.

-       Desde luego – la secundé yo.

De un momento a otro el guacamayo comenzó a repartir “te quieros” a diestro y siniestro. Hasta le dedicó uno a Roberto. No obstante, tanta declaración amorosa junta no tardó en recordarme que había apagado la BlackBerry la noche anterior, que ahora esperaba a ser encendida dentro del cajón de mi mesilla. ¿Me habría respondido Matteo?

-       Iba a llevarlo al veterinario para vacunarle y comprobar que está todo en orden, ¿me acompañas? - le preguntó Roberto a Ángela.

-       Sí, claro. Espera que me pongo algo decente, tardo un minuto… y nos vamos.

Ella entró en el baño para cambiarse. Me pregunté, entonces, si aquel loro tan simpático iba a quedarse a vivir con nosotras. De hecho, así hubiese sido de no ser porque estaba prohibido tener mascotas en la residencia.

Fuera de juego © Cristina González 2012//También disponible en Amazon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora