El culo de Jennifer López es un objetivo muy ambicioso. Imposible en mi caso. Me estaba probando un vestido de color azul clarito bastante ajustado a mis glúteos y me daba un aspecto como... De tabla de planchar. Mis caras de asco podrían haber competido con la versión más siniestra de alguna de las pelis de Scary Movie. Me miré en el espejo desde todas las perspectivas posibles, pero era horrible. Aquel vestido me hacía parecer un iceberg irregular que, como mínimo, podría haber hundido al Titanic y a tres trasatlánticos más. Decidí quitarme aquel disfraz de pescado congelado y arrojarlo al montón de vestidos descartados, entre los que había unos cuantos blancos y pomposos*, nada atractivos.
Hacía una media hora que el servicio de habitaciones había llamado a mi puerta para dejar unas toallas limpias en el baño. Pensé en ducharme, pero tenía mucha hambre. Miré a mi alrededor y observé detenidamente la habitación ya que hasta entonces no había reparado en los detalles.
Mi cuarto consistía en una estancia rectangular con una cama más o menos amplia cubierta por una colcha burdeos. No tenía dosel. El suelo estaba tapizado por una moqueta verdosa y al fondo de la habitación, cerca de la ventana, había dos sillones clásicos situados a ambos lados de una mesita de café.
Cuando me quedé en ropa interior y vi mi reflejo, advertí que había perdido por lo menos tres kilillos en este último mes. Tendría que agradecérselo a la ansiedad y al estrés. Sí, agradecer, porque ahora podría comerme una pizza gigante sin ningún remordimiento y ya de paso engordar un poquillo, que falta me hacía.
Me vestí con un traje de manga larga, me calcé unos tacones bajitos y bajé al restaurante del hotel.
Si no había pizza en el menú, no me quedaría más remedio que salir a buscarla. La pizza no tendría feniletamina, pero no cabía duda de que podría catalogarse como un medicamento efectivo para el mal de amores.
Cogí el ascensor hasta la planta baja.
Para llegar al restaurante, caminé a lo largo de un pasillo con una decoración bastante sobria. Le eché un vistazo al menú que se encontraba expuesto en una vitrina a la entrada de la cafetería. ¡Qué asco! Había caracoles al vapor. Los odiaba con toda mi alma. Además me daba algo de repelús comérmelos, sobre todo desde que escuché a Ángela decir que Robert Pattinson tenía más cuernos que un saco de caracoles.* Y yo me negaba a comer ningún bicho con cuernos.
También había verduras a la plancha, bistec y calamares en su tinta. ¿Dónde demonios estaba la pizza? “¿¡Qué narices tienen los restaurantes caros en contra de la pizza!?”, pensé.
Ya me había dado la media vuelta, dispuesta a buscar una pizzería nocturna por las calles de París, cuando mi padre, mi queridísimo y adorado padre, me agarró por los hombros y me dio un abrazo fraternal. Al parecer, se hospedaba también en este hotel y yo ni siquiera me había enterado.
- ¡Inés! ¡Cuánto tiempo sin verte! – me saludó como a una tía abuela lejana que uno ve únicamente en los funerales.
Bufé y, acto seguido, puse mi mejor sonrisa.
- ¡Papá! ¡Lo mismo digo! – sonreí. Tenía una sensación extraña, aunque estaba profundamente resentida con él, me alegraba de verle. En el fondo, no dejaba de ser mi padre.
- Vamos a cenar, ¿no?
Me empujó hacia el comedor y me instó a que me sentara en una de las mesas. A mi lado había un chico más o menos joven, como yo. Sus padres estaban a su lado derecho. Después se sentó mi padre a mi izquierda. Entonces quedé rodeada por mi padre y por aquel chico.
- Pues yo pensaba salir a cenar fuera, no me convence el menú – alegué. Quería escapar de allí. No había pizza.
- Bueno, eso lo suplirán los postres con creces. Tienen una tarta de chocolate que merece la pena probar – dijo el joven que estaba a mi lado.
ESTÁS LEYENDO
Fuera de juego © Cristina González 2012//También disponible en Amazon.
ChickLitInés Fazzari acaba de mudarse a Milán para estudiar fisioterapia. Es inteligente, sarcástica y asustadiza. Tiene miedo del amor, de los hombres y de las relaciones serias. Matteo es un futbolista muy famoso, muy guapo y muy insistente, capitán de un...