Una princesa malvada y el teléfono que me salvó del abismo.

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Había una vez una princesa muy pero que muy mala. Llevaba unos tacones muy altos y los ojos muy maquillados. Su falda era muy corta. Tenía atemorizados a todos los caballeros del reino, a todos a los que le había bajado los pantalones, claro.

Esta princesa se llamaba Sonia, la pequeña Ricci. Pero afortunadamente existe la justicia karmática o poética o como la queráis llamar. Digo esto porque siempre llega un día en el que se le acaba el chollo a la princesa puta del cuento. Y así ocurrió cuando Alex se bajó del avión en Milán.

Sonia sabía de su regreso porque su madre, la ex - top model Ricci había estado cotilleando con las habituales marujas de las fiestas que solía frecuentar.

Así que su hija, o su fotocopia cutre en blanco y negro, decidió darle una sorpresa al que ella consideraba como su “único” y “verdadero” amor. O por qué no, dicho así, al que la tenía más grande. Cuando el ingenuo e inocente Alex llegó a la salida del aeropuerto y se encontró con la malvada princesa sintió como si acabaran de echarle un jarro de agua fría.

-       ¡Oh, Alex! – dijo ella toda ilusionada.

-       Oh… tú – dijo él con un cierto tono de asco en su voz.

Sonia se lanzó encima de él sin pensarlo dos veces. Él simplemente se apartó haciendo que ella perdiera ligeramente el equilibrio. Pero la princesa no perdía la esperanza y trató de besarle a la fuerza, cual pulpo.

La escena recordaba a Perseo luchando contra el Cracken. Finalmente y como no podía ser de otra manera, Perseo venció.

Alex recordaba aquellos momentos mientras ahora yacía tumbado en una cama con Marianna entre sus brazos. Sonia no le llegaba ni a la suela del zapato. 

Mientras en Zürich, una pelirroja muy indecisa trataba de asimilar la nueva fase en la que se encontraba su relación con Matteo Venanzi.

El futbolista la llevó de la mano durante toda la inauguración, dando así a entender a la prensa rosa que aquello era el inicio de un nuevo noviazgo. Sólo que la novia no estaba tan segura.

-       ¿Por qué estás nerviosa? – me susurró él al oído con dulzura.

-       ¿Por qué dices eso? – pregunté.

-       Porque te sudan las manos y estás temblando.

-       Es solo que… No estoy segura – le dije sin mirarle.

-       ¿De qué? – me preguntó él alarmado.

-       De esto. No sé si es lo correcto.

-       No ocurrirá nada que no quieras. – me dijo tratando de levantarme el ánimo.

-       Tú mismo me dijiste que no sé lo que quiero.

-       Creo que no vas a tardar mucho en descubrirlo. – me dedicó una tierna sonrisa. Me volvió a besar. Pero lo rechacé. Lo aparté de mí, sintiéndome paradójicamente culpable.

No volvimos a hablar hasta estar de vuelta en el hotel. Me quité los tacones y me estiré en la cama dejando a mis pobres pies respirar un rato. Creo que no he tenido tantas ampollas en toda mi vida.

-       ¿Qué te ocurre Inés? – Matteo se acercó a mí y se sentó a mi lado. Me miraba fijamente. Fue como someterme a un tercer grado.

-       Nada.

-       ¿Sabes? No te entiendo… - comenzó él – me frustras. Al momento dices que sí, como dices que no. Me besas con ansia y me rechazas. Me das una colleja y luego me coges de la mano. ¡No tienes un comportamiento racional Inés! – dijo Venanzi indignado. – Creo que me merezco saber a qué atenerme.

-       Yo también me merezco saber a qué atenerme – le respondí con lágrimas en los ojos. – Mírame, Matteo. ¡Mírame! Soy una persona normal. No soy alta, no estoy tan delgada como las modelos y no poso en ropa interior para Women’s Secret! ¿Cómo puedo saber que dentro de una semana no me vas a poner los cuernos con Bar Rafaeli? – grité y por primera vez le dije claramente lo que pensaba.

-       No necesito a Bar Rafaeli para querer tener algo con alguien. – me dijo muy serio. – sólo necesito un voto de confianza.

-       A mí me cuesta confiar – le respondí.

Él empezó a reír. Tanto que me acabo contagiando la risa y se me quitaron las lágrimas.

-       ¿Tú crees que te cuesta confiar? ¿De verdad? ¡No me lo creo! – me dijo irónicamente.

Se acercó a mí cada vez más, sólo bastó un segundo para que comenzara a besarme y a acariciarme con desesperación. Yo me dejé llevar. Tenía miedo sí, pero la atracción hacia él era aún más fuerte.

Sonó el teléfono.

-       Señorita Fazzari, su padre la espera en recepción – dijo la vocecita de una señora mayor al otro lado de la línea.

-       Sí, ahora bajo – dije con fastidio.

-       Lo siento – le dije a Matteo.

-       No te vas a librar de mí – me advirtió él.

-       De momento sí – y le guiñé un ojo.

Salvada por la campana.

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lo sé me vais a matar

es muy corto

pero es todo lo que he podido escribir hasta hoy jejejejj 

un besito!

Fuera de juego © Cristina González 2012//También disponible en Amazon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora