20. Día perfecto.

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Carolina agarró el vestido, cubierto por una bolsa y dejó encima del mostrador los trescientos diez dolares con noventa y cinco centavos.

—Vení mi vida. —Carolina ató a Emma en la silla de atrás del mini Cooper y ella volvió a adelante.

—Mamá, ¿iremos a la feria ahora?

—Si mi amor, papá nos llevará al descampado donde hay las atracciones y las paradas. —sonrió Carolina. Ella no tardó mucho en llegar a casa. Aparcó el coche en el garaje. Agustín ya había sacado su 4x4. Si había algo que a Agus le fascinara, eran los coches. Tenía cuatro o cinco. Ni ella misma lo recordaba.

—¿Vamos? —sonrió él, apoyado en la puerta del todoterreno. Carolina asintió. Una vez dentro del coche, Agustín le pisó fuerte. No le gustaban los sitios con aglomeración de gente. Pero Carolina había sabido convencerlo. Y es lo que tocaba como buen padre y... novio. Dolía decir eso. Tenía ganas de cambiar esa palabra por ‘marido’. Hacía cuatro años que esperaba que Carolina volviera a confiar plenamente en él. Que le diera un ‘sí’ del todo segura. Y tenía ganas, muchas ganas. ‘¿Es tu mujer?’; ‘Sí, hace dos años que estamos felizmente casados.’ ‘¡Pero qué esposa tan guapa!’; ‘No hace falta que me lo digas, me di cuenta desde el primer día en que la conocí.’  Agustín sonrió.

—¿En que piensas, tan feliz? —dijo Carolina intentando aguantar la risa, por la cara que ponía aveces Agustín, cuando se alejaba de el mundo real.

—En que tengo muchas, muchas ganas de que ya llegue el día de la boda.

—No sabes cuanto espero yo lo mismo. —dijo ella, acariciando la mano que Agustín tenía encima del cambio de marchas. Y una vez más, como siempre solían hacer, condujeron juntos. No importaba el punto de llegada. Solo lo hacían. Como siempre, para siempre.

[...]

Emma ya estaba cansada. Se había montado en el tren de la bruja. En las sillas que daban vueltas. Se había encontrado con Valerie, una de sus amigas del jardín de niños. Había insistido a Agustín de que le consiguiera un oso de peluche de la máquina. Y hasta había convencido a Carolina de que se subiera con ella en unas cuantas atracciones. Carolina había terminado algo bastante mareada.

—¿Vamos ya a casa? —dijo Agustín, mirando el reloj. Eran las once y media de la noche y llevaban dando vueltas por ahí desde las siete. —¿Mmm?

—Sí... —dijo Emma apoyando su cabecita en el hombro de su padre. —quiero dormir... —suspiró ella.

—Ahora cenas y te llevo a la cama.

—Pero yo quiero que me lleve mamá.

—¿No quieres que te lleve papá? —dijo Carolina, agarrándola del brazo de Agustín.

—Es que a mí no me quiere. —dijo Agustín fingiendo estar triste.

—Sí qué te quiero. —dijo Emma cruzándose de brazos. —pero es que rascas. Y no puedo darte ningún beso.

—¿Rasco? —preguntó Agustín frunciendo el ceño.

—Sí. —Emma pasó una mano por su mejilla.

—Pero, princesa, si me he afeitado ésta mañana. —miro a Caro. —¿Mi amor? ¿Rasco? —ella no dijo nada. Se encogió de hombros. —Oh, gracias por tu apoyo. —dijo Agustín, irónico. Entonces se inclinó, susurrándole al oído; —entonces, vete olvidando de nuestras noches, podría irritar tus perfectos muslos en la parte interna. —Carolina se ruborizó.

—Papá no rasca. —habló entonces Carolina. —no lleva esa barba horrible que aveces se deja. —Agustín la miró mal. Carolina agachó los ojos, despreocupada. —no te preocupes, a ti te queda bien. Pero la barba aquella de tres días, sigue siendo horrible.

—¿Gracias? —dijo Agustín. Y ambos se pusieron a reír.

—¡Papá! —exclamó Emma. —Quiero ¡ese! —dijo, al pasar por el lado de parada de disparo con balines.

—¿Otro? Pero si ya te conseguí el osito rosa... —suspiró Agustín. —vamos a ver.

—Dale mi amor, ¿no se te dan bien las armas? —dijo Caro. —oh, espera. —se adelantó. —no, no, ahora quiero probar yo. —
Carolina le alcanzó al taquillero un billete de cinco dólares, y éste le dio un platillo con cinco balines, de los de mentira, claro. Ella abrió el cargamento del rifle de juego y colocó el primer balín. Miró al taquillero.

—Dos canicas, y hay premio pequeño. Tres y se llevan uno de los grandes. —señaló la estantería de los premios grandes. Justamente ahí estaba el que Emma quería. Carolina apuntó una de las fileras de las canicas y disparó. Ni una.

—Te quedan cuatro... —la molestó Agustín, divertido.

—Cállate. —le dijo Carolina, y lo miró mal. —esta sí. —volvió a disparar. Esta vez, la canica se balanceó. Pero no le dio en pleno. Así que nada. Agustín dejó a Emma en el suelo, justo al lado de su madre. Ella observaba desde su altura. Agustín rodeó a Carolina por detrás y la colocó en buena posición. Juntó su mano con la de ella. Y apoyó su cara, junto a la de Carolina. Apretó el gatillo, con el de do de Carolina por debajo. La canica amarilla cayó, estampándose contra la pared de la presión. Agustín abrió el cargamento y metió los dos últimos balines. ¡Pam! ¡Pam! Otras dos canicas cayeron. El taquillero aplaudió. 

—Elijan premio. —dijo sonriente.

—¡Ese! —lo llamó Emma. —¡ese! —señaló lo que al parecer era el peluche de Hello Kitty.

—Toma pequeña. —le dijo el hombre, dándoselo. Agustín volvió a cargar a Emma en sus brazos.

—Gracias. —dijo, dejando el rifle encima del mostrador.

—A ustedes.

Carolina se lo había pasado bien. Sentir el cuerpo de Agustín, a todo él, pegado al suyo, la hacia sentir bien. Se sentía segura. Protegida. Había podido esnifar su esencia a hombre, una deliciosa, que hacia que se debilitara. Había sentido como sus músculos la rodeaban, juntando sus brazos, con los más finos y blancos de ella. Y la cara de él, junto a la suya. Con esa perfecta boca en forma de corazón. Esos ojos, pequeños, de un color miel intensos, emotivos, que tanto le habían expresado lo que hacia el amor.

—¿Y tú? —le dijo Agustín.

—¿Yo qué?

—Ahora eres tú la que parece estar flotando. Tienes una expresión en la cara de ‘tonta feliz’. —él rió. —¿En qué piensas tú ahora, mi vida? —Carolina sonrió y le dio un besito, pequeño, corto, perfecto.

—En ti.

[🌹]

🍌¡Bananas!🍌

¿Cómo están? ¿Que les pareció el capítulo?💕

Yo aún sigo esperando al Agus de regalo de cumpleaños.😂❤

¡Hey, tú!
Te amo.❤

#TeamBananas.🍌💛

Noy🌹

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