Hemos determinado el mundo para que todo se haga por nosotros, nuestro propósito es nuestra comodidad y nuestra comodidad nos hace mediocres.
Buscamos maestros que nos enseñen, políticos que nos administren, policías que nos protejan y un dios que provea, y a estos mismos elementos los utilizamos también para culparlos de nuestros fracasos. Nos han enseñado además que ante cualquier problema debemos pedir ayuda, nos han convencido de que necesitamos la opinión de terceros para cualquier decisión que debamos tomar. Y mientras aceptamos estos patrones de conducta, nos vamos familiarizando cada vez más con el proceso de victimización, es decir, convertirnos en víctimas absolutas de todo. Dicho proceso parte de una frase categórica: "No puedo", y a ella se le asocia otra palabra que acabará por enterrarnos: "No puedo solo". De esta manera comienzan a hilvanarse los mecanismos que nos ahogarán en la mediocridad: "No nací para esto", "no sé qué hacer", "no puedo vivir sin ti", "y ahora ¿qué hago?" ...
Una vez que aceptamos que nuestros triunfos dependen de un don divino o de la suerte, y no de nuestra persistencia, esfuerzo y constancia, con estas ideas nos auto-incapacitamos, le fijamos límites imaginarios a nuestro potencial, empezamos a preocuparnos desmedidamente por trivialidades, nos elaboramos todo tipo de problemas, porque vemos que quienes más sufren son los que reciben mayor atención, compasión y lástima. Y tal como expresa Wayne Dyer: "La gente prefiere ser compadecida que realizarse". Relegamos todas nuestras decisiones a factores externos y allí nace la pregunta que nos estancará de por vida, a menos que dejemos de realizarla de manera definitiva, que mezcla un pedido de opinión con aprobación y supone una incapacidad: "¿Qué hago?"; y que se encuentra indefectiblemente con una respuesta más patética que la pregunta en sí: "No puedes". Desde el momento en que aceptamos que los demás nos digan lo que debemos hacer o que nosotros les entreguemos el control de nuestras decisiones, damos inicio a que nos consideremos unos ineptos. No es casualidad que vayamos en busca de consejos con quien hace menos todavía que nosotros, por eso en este tipo de círculos, el líder siempre es el más mediocre de todos. Y así continuamos aceptando que todo es difícil, cuando no, imposible. Gastamos más energías en pensar cómo solucionar las cosas que en solucionarlas, nos preocupamos por todo y no nos ocupamos de nada. Nos ponemos en el lugar del más débil, intentamos comprender a todo aquel que se hunde a causa de sus propias decisiones, y así desparramamos compasión por doquier, evidenciando que es lo mismo que queremos recibir. Damos generosa piedad con la esperanza de que nos la regresen, y así, si todos nos hundimos en el mismo pantano, al menos no estamos solos, que es lo que más nos preocupa.
Gran parte de la razón por la cual pensamos de la manera en que lo hacemos podría provenir de la religión, los gobiernos, y las instituciones manipuladoras y caritativas que alientan el desmerito y nos enseñan a pedir, rogar, ponernos de rodillas, suplicar y agradecer; los sistemas organizados que contribuyen a generar esclavos de baja autoestima, soldados obedientes, trabajadores ignorantes que no se creen capaces de lograr nada, que no crean merecer nada, seres humildes, callados y estáticos; que obedezcan, vayan a la escuela, trabajen para comer, tengan hijos, paguen impuestos, voten, se jubilen y mueran. Pero si buscamos al verdadero culpable solo nos basta con mirar al espejo.
El niño aprende con una velocidad increíble, sus padres se sorprenden al ver cómo adquiere conocimientos constantemente y sueñan con el brillante futuro que sin duda le deparará. A medida que crece siente una enorme curiosidad por todo, pregunta, piensa, analiza, saca conclusiones que dejan con la boca abierta a quien lo oye... "Va a ser un genio" es el comentario unánime de todos los que le observan.
Cuarenta años más tarde está sentado frente al televisor, bebiendo cerveza, riendo de los mismos viejos chistes de siempre, que ya está harto de escuchar y que en realidad no le proporcionan una diversión auténtica. Se levanta, escucha las noticias, se indigna como si su indignación hiciera alguna diferencia, se queja sobre cosas que no puede cambiar, desayuna muy mal, si es que desayuna, para luego dirigirse hacia un trabajo que odia y al que no quiere volver jamás. Viaja hacinado de pie varias horas hasta llegar. Almuerza la misma comida insípida de todos los días, se lamenta de lo poco que gana maldiciendo a su jefe, pero hace veinte años que trabaja allí y nunca ha ahorrado o invertido en un negocio para poder independizarse o en información, en estudiar para poder salir de ese lugar.
Y un buen día, la empresa decide que ya no lo necesita y queda despedido. Sin saber hacia dónde ir se dirige sumiso y culposo tal como viene conduciéndose durante toda su vida. Ya es demasiado viejo para emprender algo nuevo, por lo que con el dinero que obtiene de indemnización se compra un automóvil que no puede mantener o pone un negocio que no sabe manejar y se funde. En el mismo trámite se divorcia de la única pareja que se conformó con él. No recuerda la última vez que leyó un buen libro, que miró una buena película, que se interesó por algo, que tuvo ganas de ser alguien y de hacer algo importante con su vida, no recuerda haberse sorprendido últimamente con nada... ¿Qué ha sucedido?
Desde pequeños los niños escriben sus nombres en las aulas de los colegios en todos los rincones. Sus padres y docentes piensan que es solo para llamar la atención, pero detrás de ese supuesto llamado de atención hay un mensaje encubierto: el niño quiere ser reconocido, quiere ser nombrado, quiere ser alguien, quiere importar, sueña con ser grande, único. Pero un día, varios años después, todos esos sueños se vieron doblegados por una realidad paralela en la que no es nadie, y sufre el paso del tiempo porque cada día es una nueva decepción con sí mismo y con lo que esperaba ser.
Se encuentra entonces conque su existencia se erosiona y se desgasta por falta de uso, de propósito. Sus facultades descansan en un sueño inducido, su talento se aletarga al mismo tiempo que el sentimiento de inutilidad se acrecienta dentro de sí. La TV le ha puesto la mente en blanco, el ocio adormeció su espíritu, demasiadas vacaciones que son demasiado largas, demasiados pasatiempos que le consumen el tiempo, demasiados descansos que le provocan aún más cansancio y así, recorriendo el camino del menor esfuerzo, logra una inactividad que es el desenlace de la victimización que consigue por la insistencia de los malos hábitos.
El desconocimiento de su potencial, la falta de respeto por sus sueños, la negligencia con la que ha abordado todos sus proyectos, la insolencia con que ha tratado su autoestima y el desprecio que tuvo para con sus talentos, fueron las causas principales de todos sus desaciertos. Allí reside el foco de la inconstancia y de la frustración, por esto jamás podrá detenerse a elaborar un plan de acción, una estrategia de éxito, porque ya no cree en nada, ni siquiera en sí mismo.
Pero un día se descubre en el fondo de la piscina o al borde del abismo, es como un pájaro bebé que se ha caído del nido y quiere más que nada regresar al nido, pero no se da cuenta que no necesita el nido, necesita volar... y debe decidir provocar un cambio en su vida para alcanzar sus más altas aspiraciones, para lograr sus máximos sueños y superar sus mayores retos. Y es ahí donde tiene que descubrir que solamente basta con aplicar los Principios que gobiernan los resultados que busca, para poder conseguirlos. Es ahí donde despierta del letargo, apresurado e histérico por la revelación de que ha perdido el más valioso tiempo en una inacción total...
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9 Principios fundamentales para lograrlo todo
RandomEstamos atravesando la cultura del sufrimiento. Una cultura que revive nuestras facultades de victimizarnos por todo, estas sensaciones de culpa se transmiten de padres a hijos, de profesores a alumnos, entre amigos, compañeros y hasta la propia pa...