CAPÍTULO 9

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Ji Yong gimió sin fuerza luego de sentir los fríos dedos de su acompañante clavándose en sus caderas, gravando apasionadamente su encuentro. Cayendo sobre las ásperas sábanas como peso muerto, sintió el repentino vacío que dejó el abandono junto con la ligera incomodidad del viscoso fluido escurriendo desde su palpitante esfínter.

El grave gruñido a sus espaldas no hizo otra cosa más que notificarle que su acompañante estaba satisfecho.

Pocos minutos pasaron antes de sentir cómo su cuerpo era manejado con habilidad, obligándole a acurrucarse contra el calor de una piel ajena. Se deleitó con el aroma a cedro y ronroneó al sentir los lentos y perezosos besos mariposa que fueron abandonados sobre su piel. El mayor se encargaba de acariciar y besar devotamente cada trozo de su piel desnuda. Parecía como si de alguna forma, quisiese tocar más profundo, dentro de su alma.

Para el menor, Ji Hoon parecía estarse comportando extraño. El hombre era cruel; utilizaba palabras hirientes, y no le era difícil ordenar arrebatar la vida de alguien. Sin embargo, parecía estar comportándose distinto desde que había descubierto la preocupación que Choi tenía por él. Además, también estaba la petición del hombre, anhelando su amor. ¿Qué tanto sentido tenía todo eso?

—¿Por qué lo haces?— inquirió el de cabello desteñido, alzando la empañada mirada.

—¿No es obvio que disfruto de ti? ¿De tu cuerpo? — sonrió mientras con el dorso de los dedos acariciaba la afilada mejilla— Siempre quise domesticar al fiero dragón. — se inclinó para besar con ansia los delgados labios— Aunque ahora no seas más que un dulce gatito.

—¿Qué hay acerca de lo que dijiste? Acerca de amarme...— sus labios picaron ante la mención de aquello.

—Voy a dártelo todo, Ji Yong. — sonrió— Todo lo que pidas y mandes. Pondré el mundo a tus pies, mi amor. Tan solo debes ser mío en todos los sentidos. — sus dedos se ciñeron alrededor del fino mentón con la suficiente fuerza como para notar al joven quejarse— Seré bueno contigo, siempre y cuando tú seas bueno y me complazcas. El amor surgirá entonces, cuando te des cuenta de que soy lo que necesitas.

El viejo hombre Kwon suspiró con desdicha mientras se echaba contra el cómodo respaldo de la silla de cuero. Sosteniendo en una de sus manos un vaso medio vacío de coñac, miró detenidamente la fotografía yaciendo sobre su desgastado escritorio.

Se trataba de un viejo retrato familiar, de un tiempo lejano en el que las cosas habían sido distintas. Su esposa no había sido una arpía, él no había sido un patético alcohólico, su hijo no había sido un rebelde drogadicto y había tenido una hija.

Cerrando los ojos, soportó el rancio sabor de su desdicha. Sintió el estupor de la perdida, y se lamentó ante su realidad. Otra vez, luego de tantos años.

Él había sido un hombre poderoso, adinerado y respetado, sin embargo, todo se había derrumbado en sus manos. Había creído que hacia lo necesario, lo correcto, para que su familia estuviese bien y al contrario de ello, no había hecho otra cosa más que asegurar la desdicha.

Se había asegurado de trabajar día y noche, manteniendo un imperio que surgió de la nada cuando era joven. Había llevado una vida ajetreada, sin embargo su recompensa la obtenía por las noches, cuando regresaba a su inmenso y cálido hogar, tan solo para ser recibido por su flamante esposa, quien siempre tenía una sonrisa sincera para él acompañada de un amoroso beso y una preocupación genuina. Rememoraba los dichosos momentos que solía compartir. Y sonreía ante los recuerdos. Había sido feliz.

... esa noche regresó como de costumbre, pasadas las ocho de la noche. Salió del auto, luego de que su viejo mayordomo le abriese la puerta, y sonrió suavemente ante el gesto cordial del hombre, al preguntarle sobre su día.

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