CAPÍTULO 2

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Aquellos pecaminosos labios rosas no tuvieron otro propósito más que profanar aquella santa boca. Acariciaron con suma maestría aquellas suaves almohadillas que se movían con torpeza, puesto que su dueño no podía sentirse más atontado con la situación.

Los largos dedos de Ji Yong se escabulleron dentro de la costosa chaqueta del mayor, pasando por su torso y hundiendo las puntas en la ancha espalda, por sobre la delgada tela de la camisa del pelinegro, quien no estaba seguro de lo que el otro pretendía ciertamente. Aunque se hizo una buena idea cuando hábilmente, el menor accionó la palanca del asiento y lo recorrió sólo para después pasar sus largas piernas enfundadas en esa segunda piel rojiza, quedando a horcajadas sobre su pelvis.


—¿Qué demonios estás haciendo?— apenas y pudo murmurar entre jadeos al comenzar a sentir el leve bamboleo de caderas por parte del de cabellera color sangre— ¡Quítate de encima, demonios!— gruñó molesto.

—Oblígame.— una torcida sonrisa se apoderó de aquellos humectados y pecaminosos labios.

—Mira, no estoy de humor para esto.— dijo entre dientes— Ahora sólo quítate de encima y baja del auto.

—No.— respondió con una repentina expresión gélida, misma que heló la sangre del mayor. Ese chico poseía un aura aterradora— Ya te lo he dicho, dime lo que quieres por el coche.

—Y yo ya te he dicho que no me van los hombres. Así que quítate de encima, bájate del auto y ve a follar con algún otro marica, porque yo no lo soy.

—¿Un niño recto?— una sonrisa le adornó los labios— Entonces, sólo imagina que soy una mujer.

—¿Y se supone que debo ignorar el maldito pedazo de carne que tienes entre las piernas?— se burló— No gracias.— sosteniendo al pelirrojo de las finas caderas, prácticamente le arrojó al asiento del copiloto y después se inclinó para abrir la puerta— Bájate del puto auto, rápido. — bajando del auto, el chico azotó la puerta y se inclinó en ella, mirando al mayor con una expresión de profundo odio.


—Vas a arrepentirte.

—Tus amenazas no me atemorizan.— le devolvió la misma mirada— Y si me permites darte un consejo...— el otro arqueó una de sus delgadas cejas rojizas— Ten un poco de dignidad. Tratar de canjear tu cuerpo por un simple auto es denigrante, y patético.

Después de aquello, el auto arrancó, dejando en medio de la calle a aquel pelirrojo con los ojos empañados. Su respiración se volvió pesada, hizo sus manos puños, ejerciendo tanta fuerza que incluso sus nudillos se volvieron blancos. La opresión en su pecho se volvió insoportable, tanto que incluso su cuerpo se vio obligado a doblarse del dolor, cayendo instantes de después de rodillas, sobre el duro y sucio asfalto. Finas lágrimas comenzaron a correr, descendiendo por esas pálidas y tersas mejillas.

Ese no era un simple auto, ese era especial. Había sido un regalo especial de parte de una persona que él había amado mucho.

No era el auto en sí, sino lo que significaba para él. El auto era lo único que le quedaba en esa maldita vida y ahora también lo había perdido.

Ese auto significaba mucho para él, tanto que estaba dispuesto a dar el poco orgullo que le quedaba.

Alzó la mirada, mirando a través de aquellas puertas de hierro forjado y apreció la inmensa mansión de su familia; todas las luces estaban apagadas a excepción de una, pero no podía ser. Se levantó con prisas y corrió tan rápido como pudo, introduciendo la llave en el fuerte cancel, entrando después, sin importarle mucho dejar abierto. Atravesó los largos jardines descuidados, sintiendo en ocasiones como sus articulaciones dolían por el esfuerzo. Abrió la puerta principal y luego de cerrar descuidadamente, subió las largas escaleras de madera, sosteniéndose del barandal. Se quedó estático mientras comprobaba aquella luz, proveniente de la habitación al final del corredor.

ESTÁ PROHIBIDO ENAMORARSEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora