CAPÍTULO 19

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Solía tener esperanza. Por las mañanas, a veces, sí se despertaba con el pie correcto, miraba al cielo y no podía evitar sonreír ante la nueva mañana que estaba dándole la oportunidad de enmendar ese defecto que, aunque no sabía cuál, su madre odiaba.

Se había esforzado tanto. Había despertado temprano cada mañana para ir al colegio, sin que nadie tuviese que llamarlo. Se había hecho cargo de sí mismo. Tomaba todos y cada uno de los alimentos que la empleada de la cocina ponía frente a él, a pesar de que sintiese que podría vomitar con cada bocado. Había ejecutado cada tarea en tiempo y forma. Había asistido a cada práctica deportiva y había soportado cada dura lección de música. Se había asegurado de hacer todo cuanto le fue pedido, e incluso lo que no, simplemente todo lo que se esperaba de un niño. Y a pesar de eso, no había sido suficiente, para nadie. Él nunca llenó las expectativas de nadie. Él sólo fue relegado a un lado, como si no tuviera importancia.

Removiéndose en el asiento trasero del automóvil, se enterró en el costado del corpulento hombre a su lado, quien simplemente se dedicó a acariciarle el cabello mientras dejaba un gentil beso en su cabeza, como un gesto engañosamente habitual.

Si cerraba los ojos, podía concentrarse en el ligero aroma a cedro que provenía del mayor. Era un aroma tan natural y adictivo. Le recordaba a la felicidad, tan absurdo como sonase. Alzando la cabeza, sus labios quedaron lo suficientemente cerca de la mandíbula ajena. El otro hombre lucía tan familiar, era algo así como cercano. Mandíbula fuerte, sin rastro de barba, nariz afilada, labios sedosos, ojos profundos, cejas gruesas y un diminuto hoyuelo en la magra mejilla. Casi perdió la respiración cuando vio ese hoyuelo. Tan bonito. Alzándose lo suficiente, lo besó gentilmente mientras sus ojos se cerraban y al mismo tiempo, le rodaba una lágrima por la mejilla.

—¿Qué sucede, cariño? — escuchó que decía el otro. Abriendo los ojos, sintió cómo si su corazón se rompiese. Ya no eran los mismos ojos, ni los labios, y ese lindo hoyuelo ya no estaba— ¿Amor?

—Nada...— apenas murmuró antes de volver a enterrarse en el costado ajeno.

No podía creer que siguiera pensando en él. Seung Hyun probablemente había salido de ese hoyo en el que él mismo se había sumido. Quizás ya ni siquiera se acordaba de él y de esa noche que habían compartido juntos, mucho menos de todos esos momentos en los que habían estado uno al lado del otro, simplemente haciéndose compañía. Aunque debía admitir que era gracioso. No podía seguir pensando en alguien que simplemente lo había proyectado en alguien más, alguien que no sentía nada verdadero por él.

Podría reírse, sí tan solo no le doliera tanto. Como siempre, había amado a la persona que no daría ni un pensamiento por él.

El automóvil siguió su camino, cada vez alejándose más de la zona que Ji Yong recordaba como el último hogar del mayor. Frunciendo el ceño, se atrevió a mirar al frente, encontrándose con la mirada del conductor por el espejo retrovisor, era el mismo hombre que había estado drogándolo y cuidando de él luego de que las visitas se iban. Reteniendo la respiración, vio al hombre simplemente dedicarle una mirada apenada antes de que regresara su atención al camino.

Un par de horas más tarde, apenas y sintió cómo Ji Hoon lo sacudía ligeramente para despertarle. Ni siquiera se había dado cuenta de en qué momento se había quedado dormido. Saliendo del auto, se dio cuenta de que se encontraban en una zona solitaria, con casas a medio construir, y nada más que ellos dos y el guardaespaldas SeHun, quien sostenía una pequeña maleta en su mano derecha.

—¿Dónde estamos? — inquirió, confundido.

—En el lugar de mis sueños...— Ji Yong lo miró, frunciendo el ceño— No me mires así, amor. Los hombres como yo también pueden tener sueños. — rio— Éste sería mi hogar, junto con la mujer que elegiría para pasar el resto de mi vida.

ESTÁ PROHIBIDO ENAMORARSEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora