E S P E C I A L

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C A P I T U L O   E S P E C I A L   +18

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Ji Yong peinó su cabello hacia atrás mientras dejaba que un profundo suspiro abandonara sus labios. Cansado, se recostó contra el respaldo del sofá mientras miraba el papeleo que debía revisar. Había tenido un largo mes lleno de sesiones, pacientes apasionados con sus historias y un sinfín de revisiones por parte de los médicos a cargo de su área.

Aún le parecía irreal cuanto había cambiado su vida. Ya iban a cumplirse casi ocho años desde el momento en que vio la salida a todo su dolor. Ocho años desde que le había dado la bienvenida al amor, y había aceptado la compañía de un hombre maravilloso que desde entonces se había encargado de dárselo todo.

Había ido a la Universidad, se había graduado y ahora hacía lo que más le gustaba. Definitivamente no había otra cosa que deseara en la vida. Sentía que ya lo tenía todo. Un compañero que le había entregado su amor incondicional y una familia que lo había acogido felizmente.

Luego de que su madre se hubiese ido, algunos meses después logró enterarse de que se había casado nuevamente, con un hombre de origen japonés que se la había llevado a vivir a tierras niponas. Por lo que sabía, ella finalmente había regresado al circulo elite que tanto le gustaba, además de que había adoptado a una bebé junto con su esposo. Quizás finalmente podría tener a la hija que tanto había querido.

Por otro lado, su padre había pasado cuatro años en prisión. Él se había encargado de ir a visitarlo cada mes para ver su estado al mismo tiempo en que se interesaba en su caso. Finalmente, el abogado había apelado para que pudiese salir en libertad condicional debido a su buena conducta. Luego de eso, y de ver que ya no había verdadero quehacer para él, su padre había decidido retirarse a una pequeña cabaña a las afueras de la ciudad, en algo similar a un pequeño pueblo. Incluso había conseguido trabajo en un pequeño supermercado como cajero. No era mucho lo que tenía, pero él parecía estar conforme y en verdadera paz. Se aseguraba de llamarlo cada semana y cuando podía, se daba el tiempo de ir a visitarlo.

Frunciendo el ceño, alcanzó la tasa de chocolate caliente que había dejado en la mesa de centro mientras se acomodaba sobre el sofá y doblaba sus piernas bajo de sí. Apenas pudo dar un par de sorbos al humeante líquido antes de escuchar la puerta principal abriéndose y cerrándose, después el traqueteo de unos zapatos.

—Hola, amor...— escuchó, para sentir después un gentil beso sobre su cabello. Sonriendo, vio cómo el recién llegado aflojaba su corbata y luego se tiraba sobre el sofá, acaparando prácticamente todo el espacio mientras descansaba la cabeza sobre su regazo.

—Hola, cariño. ¿Cómo estuvo tu día?

—Pesado...— ronroneó al sentir los largos dedos del menor comenzar a masajear su cuero cabelludo— Literalmente estoy muerto.

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