CAPÍTULO 16

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La temporada navideña había comenzado, y faltando poco más de dos semanas para tan esperada fecha familiar, ya comenzaba a sentirse el entusiasmo y la dicha. Pensar en la cena en familia, los regalos e inclusive los molestos interrogatorios de las tías incomodas cuestionándote sobre si pensabas casarte pronto, sólo ejemplificaban cuan habitual eran los finales de año.

Seung Hyun no había tenido más remedio que mudarse nuevamente a casa de sus padres luego de aquella noche a finales de julio, de aquello ya habían pasado algunos meses por supuesto, sin embargo, a él le parecían apenas unos cuantos días. Desde aquel momento, su mente no dejaba de torturarlo con recuerdos de una noche que estaba seguro no se repetiría. Cerraba los ojos y podía jurar ver la expresión corrompida en deseo y lujuria del apasionado muchacho, en sus labios saboreaba la dulzura de la tersa piel y sus manos picaban ante la astral sensación de sus dedos recorriendo cada centímetro del bello cuerpo.

Sentía como si aquel astuto joven le hubiese arrebatado algo esencial, algo sin lo que no podía seguir, que lo volvía torpe y descuidado. Desorientado. Abanicando las pestañas, se encontró con la dulce expresión de su madre, quién mientras le dedicaba una amplia y cariñosa sonrisa, le ofrecía el pequeño canasto con panecillos para la cena. Tomando dicho objeto, se limitó a simplemente servirse mientras que sus ojos se dedicaban a vagar alrededor de la mesa. Su padre encabezaba la mesa, al igual que la conversación, algo sobre inversión en la bolsa y negocios acertados. Su madre yacía al costado derecho del primero, sonriendo y prestando debida atención al diálogo, interviniendo cuando salían a relucir los nombres de sus amigos más allegados, quienes de igual forma se habían arriesgado en los negocios. Su hermano mayor simplemente se mantenía callado mientras devoraba la exquisita cena que se había preparado esa noche, asintiendo febrilmente cuando consideraba debía hacerlo. Y por último estaba él, observando todo desde afuera, sintiéndose excluido de la burbuja en la que se desarrollaba aquel perfecto monologo.

Ni siquiera se daba cuenta de que fruncía el entrecejo mientras picoteaba la cena, sin tener verdaderas intenciones de participar en la escena. El desgano fue imposible pasar desapercibido, o por lo menos no lo fue para la señora de la casa, quien animándose e importándole poco interrumpir a su esposo, cuestionó el estado anímico de su hijo más joven.

—No tengo mucho apetito...— se limitó a pronunciar, sin siquiera mirarlos, trayendo silencio a la mesa.

—Quizás si te preparo otra cosa...— ofreció.

—No, madre. En verdad, no tengo hambre. — suspirando, se deshizo de su servilleta, y luego de dejar ésta sobre la mesa justo al lado de su repleta cena, se levantó de su sitio— Si me disculpan, prefiero retirarme a descansar. Fue un largo día en el hospital.

No se sentía completo, no sentía que las cosas estuvieran bien.

Relamiéndose los labios, zafó la camisa de algodón de sus bien planchados pantalones y simplemente se deshizo de ella, tirándola descuidadamente al sofá más próximo. De alguna forma, podía sentir un sabor amargo en su boca, mismo que iba bajando a través de su garganta, escurriendo hacia el interior. Se trataba de una sensación que no lo había abandonado en el último par de meses.

Tirándose boca abajo en la cama, cerró los ojos y suspiró cuando las mismas imágenes que lo habían estado persiguiendo, se hacían presentes. La mirada apasionada, la expresión cariñosa y la tenue sonrisa.

Tan distraído en sus propios pensamientos, hizo caso omiso al sonido de los goznes de la puerta, y segundos más tarde el constante repiqueteo de los zapatos contra el piso de madera. Hundiendo la cama justo a un costado de la cabeza de su hijo mientras se sentaba, la señora Choi acarició dulcemente los espesos cabellos azabaches.

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