13. El castillo para los culpables

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Había perdido. Era un fracaso total, sin caso alguno. Weindirus tenía razón, era patético. Él solo no podría alcanzar su meta. Si tan solo hubiera sido paciente, quizás lo hubiera matado. Pero ahora lo perdió todo. A sus hombres, a Lucius, Mugaro, a Nina... Sin ella, ahora todo era más triste y oscuro. Sin su presencia, las cosas eran frías como las cadenas que lo sostenían, y el dolor dentro de él era mayor a cualquier tortura.

Se hallaba en una de las prisiones de la cárcel, en un cuarto de tortura. Estaba encadenado fuertemente a la pared. Su pecho estaba descubierto, donde el carcelero le daba cientos de latigazos. Estaba cubierto de moretones y heridas abiertas.

-¡Dime dónde está tu base!-le gritaba el carcelero. Llevaba una tela que le cubría el rostro, y sonaba como un borracho. -¡Quiénes son tus aliados! ¡Cuál es tu siguiente plan! ¡Dímelo, miserable rata!

Le azotaba por vigésima vez. Azazel gemía de dolor, apretando con fuerza los dientes.

-¡Ja! Veo que todavía no quieres hablar. Pero pronto cederás. Quizás si me dejaras escuchar tus gritos, sea un poco piadoso...

De pronto la puerta del cuarto se abrió, dejando entrar una intensa luz en la oscuridad. El torturador se hizo a un lado para dejar pasar al Rey. Chorice se acercó al demonio, mirándolo. Le dio una pequeña sonrisa de victoria.

...

El niño estaba sentado, dándole la espalda. Las diosas lo miraban desde afuera de su confinamiento. No se veía nada contento.

-¿Estás segura de que funcionará?-le preguntó Sofiel a Gabriel. -No creo que El esté listo para la guerra. Todavía es muy joven.

-Situaciones desesperadas requiere medidas desesperadas. Si queremos que la raza humana retorne al camino correcto, debemos usar nuestra mejor arma contra el rey Chorice. Despertaré la divinidad dentro del niño, y recuperaré nuestra fuerza.

Un pequeño ángel se acercó a las dos diosas.

-Mi señora Gabriel, hemos recibidos noticias acerca de la fisura que se estaba abriendo. Ha sido sellado... por la magia de Weindirus.

Gabriel se dio la vuelta. Un par de gotas de sudor aparecieron sobre su frente, y palideció un poco.

-Esa mujer. Nunca sabe en dónde no debe meterse. Nos a causado cientos de problemas. Ya se interpuso en nuestro camino cuando buscábamos la Llave de Dios, y se rumorea que evitaba que encontráramos a El. Pero esta vez no podrá detener esta guerra.

Gabriel se fue, seguida por el pequeño ángel, dejando atrás a su compañera. Esta miraba apenada al niño, todavía recordaba aquella noche en que él y su madre le salvaron la vida. Trataba de pensar en una forma de devolverles el favor. Weindirus, pensó.

...

Por las rejas de la ventana de arriba entraba la luz de la luna. Caía sobre el rostro de Azazel. Su cuerpo seguía temblando. El frío comenzaba a comerle los huesos. La sangre sobre sus labios estaba recién cuagulándose. Por primera vez en su vida, sentía pena y tristeza. No paraba de pensar en Nina. No se le quitabafavola cabeza su rostro de horror. Si tan solo la hubiera seguido. Tenía ganas de romper esas cadenas e ir tras ella para abazarla con fuerza. Necesitaba ahora su calor.

¿Qué era este sentimiento? ¿Culpa? ¿Desesperación? ¿Trataba de buscar alguna esperanza? ¿O era algo más profundo?

El carcelero volvió al cuarto de tortura, chupánfose los dedos por la cena que acababa de tener. Había traído una ogaza de pan. Lo partió en frente de las narices de Azazel, dejando que el calor le diera sobre los cachetes, y que el olor le penetrara sus orificios nasales. Las tripas del demonio rugieron. Hace días que no comía nada. Su torturador se rió al ver su mueca de dolor.

-Bueno, empecemos-dijo el sujeto.

Se acercó a una mesa con aparatos de tortura, y sacó unas pinzas inmensas.

-¿Qué prefieres? ¿Que te rompa todos los dedos, o que te arranque las uñas una por una?-no paraba de reír.

De pronto se escucharon unos gritos desde afuera. La puerta del cuarto se abrió de golpe. La luz intensa dejó ciego al carcelero por unos segundos, lo suficiente para que su brazo fuera amarrado por un látigo. Su atacante tiró de él, y luego le dio un puñetazo, dejándolo inconsciente en el piso. Azazel reconoció la figura de su rescatista. Una inmensa alegría lo invadió.

-Nina...-dijo casi con lágrimas en los ojos.

Ella pasó sobre el carcelero del piso, corriendo hacia él. Se detuvo en seco, horrorizada al ver sus heridas.

-Dios mío...-dijo ella. Se cubría la boca, con lágrimas en los ojos.

Inmediatamente se dispuso a quitarle las cadenas, rompiéndolas con su super fuerza. Una vez libre, el demonio se dejó vencer por su debilidad. Nina apenas pudo atraparlo. Se desparramaba como un muñeco de trapo. Vio que su respiración sonaba como un silbato, y parte de la sangre de sus labios le manchó el hombro. Azazel no podía pararse.

-No te preocupes, ya estoy aquí-, le dijo, agarrándolo bien. -Weindirus ideó un plan de rescate, y hemos venido a salvarte.

-Nina... -dijo débilmente con una voz ronca. Rodeó su cuerpo con sus brazos, dándole un abrazo. -Perdóname...

Las palabras le hicieron cosquillas cuando le susurró al oído. Un par de lágrimas salieron por los ojos de la muchacha. Enseguida ese calor familiar que Azazel conocía lo cubrió. Justo lo que necesitaba.

Sin perder más tiempo, lo cargó por los pasillos. Los guardias estaban tendidos en el suelo, inconscientes. No pasó mucho hasta que salieron al patio. Allí se encontraba Rita, controlando a un grupo de soldados zombis, acompañada por Weindirus. Esta estaba sentada sobre un grupo de guardias inconscientes.

-¡Nina!-la llamó.

La diosa y la zombi se acercaron. Le dieron una rápida inspección al demonio. Mientras tanto, entraban por el patio varios soldados armados, dispuestos a luchar contra los intrusos. Los rodearon, acompañados por un golem.

-¡Rindanse ahora y entrenguense, al menos que quieran ser destruidas!-dijo el general de la cárcel.

Pero la diosa no le prestaba atención a sus palabras. Seguía atendiéndo al demonio y dándole instrucciones al resto.

-Vayan por ese pasillo, y afuera Bacchus los espera con una barcaza. Váyanse lo antes posible. Yo me hago cargo de estos.

-Pero...-dijo débilmente Azazel- Tú... no puedes...

-No te preocupes, no los mataré. Les daré tiempo para escapar...

-¡Oye!-la lamó el general. -¿Acaso me escuchas? ¡Cómo osas desafiar ignorarme!

Weindirus lo miró con indiferencia. Y luego le sacó la lengua.

-Suficiente-dijo molesto el humano.

Con un gesto, el golem descargó su martillo sobre los intrusos. Pero la diosa estiró su puño. El arma se hizo miles de pedazos, dejando intactos a los muchachos. Weindirus salió disparada hacia la cabeza del guerrero, y con un solo golpe lo destruyó. Los soldados les lanzaron flechas, pero estas rebotaron sobre su piel. Aprovecharon la oportunidad para salir corriendo. Rita ayudaba a Nina a cargar al demonio entre las dos. Detrás de ellas se escuchaban algunas explosiones y gritos.

Afuera, orillado, estaba Bacchus con la barcaza. Apenas subieron empezó el dios a remar. Como era lento, Nina tomó su puesto, cuatriplicando su velocidad. Ya estaban a doscientos metros del castillo donde aprisionaban a algunos criminales de la corona. Del patio salian pequeñas explosiones, y se escuchaban algunos gritos. Rita trataba de atender al demonio con el equipo de medicina que trajo, pero este no paraba de gemir.

-Ni-nina...- suplicaba temblando. Sus dientes castañeaban.

Debido a sus gemidos, Nina dejó los remos. Le quitó por las fuerzas a Bacchus su saco y le envolvió a Azazel. Apoyó su cabeza contra su pecho, frotando sus brazos para darle calor.

-Tranquilo, estoy aquí-lo consolaba.

-Nina... Nina-susurraba el demonio. Se aferraba a ella, tratando de coger su calor. Lo necesitaba desesperadamente.

Rita pudo seguir atendiéndolo sin que siguiera quejándose o gimiendo. Bacchus continuó remando, mientras miraba extrañados a la rara pareja.

Me enamoré de un demonio (Azazel x Nina)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora