22. Después de la tormenta

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Al fin los demonios habían logrado pasar la línea defensiva de los humanos. Estos estaban ya muy débiles por el poder de la gema para seguir usándola. Trataban de pelear como podían contra los demonios, sin tanto éxito. Justo, en el balcón del Rey, apareció el Demonio de Trapo, Azazel. Extendió sobre el vacío la cabeza de un hombre. No era necesario mencionar de quién era. Los humanos, al ver esto, el alma se les vino a los pies. Ya no tenía sentido seguir peleando. Soltaron las armas al piso, y se arrodillaron, levantando las manos, indicando que se rendían. Los demonios festejaron, gritando al aire, levantando sus armas. El Dragón Rojo había aterrizado en el techo del castillo, no muy lejos de donde se hallaba Azazel. También rugió al cielo, contenta por la victoria. Luego se inclinó sobre el balcón, y el demonio le acarició el hocico.

Al fin lo había conseguido. Tal como lo había prometido, se deshizo de Chorice. El futuro de su raza estaba a salvo.

Hubo un ruido extraño, como un trueno, o algo así. Entre las calles, viniendo hacia ellos, eran al menos dos tercias parte de los Caballeros de Orleans, dirigiéndose al campo de batalla, dispuestos a salvar a sus compañeros caídos.

-Será mejor irnos-le dijo a Nina. -Nuestro trabajo aquí ha terminado.

El Dragón Rojo lanzó un aro de fuego especial al cielo, una señal de retirada para sus hombres. Pero se sorprendió al ver lo que se formó en medio de las nubes grises: un enorme sello dorado, y de él salía una nave voladora de los dioses.

-Debes estar bromeando-se quejaba Azazel.

-No te preocupes, a partir de aquí yo me hago cargo-dijo una voz a sus espaldas.

...

Mugaro se hallaba en su asiento, preocupado por lo que iba a pasar. Le había prometido a Weindirus que no dejaría libre su forma divina para los propósitos de Gabriel, pero tampoco podía dejar a cientos de dioses morir en vano. No se sentía capaz de hacer eso. No iba a tener otro remedio.

Ya estaban llegando a la superficie, pero no se esperaba a ver lo siguiente. Grandes partes de la capital humana echaba inmensas columnas de humo. Parte de la avenida principal frente al castillo estaba destrozada, y en ella había cientos de demonios junto a caballeros Onyxs. Los humanos se habían rendido, pero por alguna razón los demonios estaban huyendo. Quizás sea por la caballería que venía al rescate. La nave se detuvo en seco. Gabriel no se esperaba nada de esto.

-¡Hola de nuevo!-escuchó a sus espaldas.

Había una mujer de piel morena y ropas humanas que flotaba en el aire con las piernas cruzadas, igual que una niña pequeña. Los soldados la apuntaron de inmediato con sus lanzas. Mugaro se levantó de su asiento, contento de ver a Weindirus.

-¡Q-qué haces aquí!-la señaló molesta Gabriel.

Weindirus se limitó a ignorarla, dirigiéndose hacia el niño. Había un guardia que se interponía en su camino, pero con tan solo tocar la punta del arma, hechizó la lanza y la hizo estallar en cientos de partículas. Apartó al hombre con delicadeza. En cambio, Gabriel suplantó al guardia.

-¡No me ignores cuando te hablo! ¡Ahora dime por qué estás aquí!

-Se un poco amable, ¿quieres? He venido por Mugaro para llevarla con su madre, tal como le prometí.

-Tú... tú...-un foco se le prendió a Gabriel. -Planeaste esto, ¿cierto? ¿Le dijiste a El que no se treansformara para cabrearme. ¡Por qué demonios siempre estas conspirando contra mí!

-Bah, exageras un poco. ¿Por que crees que todo tiene que ver contigo? Yo no estoy en todas las conspiraciones hacia tu persona.... Bueno, quizás sí algunas, pero no todas.

-No te llevarás a El. Te lo prohibo.

Weindirus levantó una ceja, molesta. Inmediatamente colocó la hoja de su espada en el cuello de Gabriel, pero ella no se inmutó.

-Buen intento, pero eso no me asusta.

-Lo sé, aunque no te puedes confiar de una maldición. Siwmore se puede darle guelta. Quizás no te pueda matar, pero sí puedo cortarte la garganta o arrancarte los ojos. O si prefieres, puedo derrumbar tu linda nave, dejándolos caer a la superficie, donde hay muchos demonios resentidos con ustedes por el pasado. ¿Qué escojes?

Gabriel pasaba con dificultad saliva, ahora asustada por su amenaza. Weindirus guardó la espada, contenta de ganar la discusión.

-Vamos, Mugaro.

El niño obedeció con una sonrisa. Pasó entre los guardias, ignorando sus expresiones de estupefacción. Ambos se dirigieron al borde de la nave, dispuestos a irse, pero el niño le hizo un gesto a la diosa para que aguardara un poco. Mugaro brilló un poco, dejando parte de su poder fluir. Sus heridas del cuello fueron sanadas, y su piel y cabello volvieron a un tono cálido. Sus ropas oscuras cambiaron a un traje digno de un ser divino, y le salieron dos alas de la espalda.

-Ya estoy listo, andado-le dijo sonriendo El a la diosa.

Gabriel tenía unas tremendas ganas de ahorcar al niño santo.

Ambos se fueron lejos de la nave, dirigiéndose hacia las montañas, donde Bacchus esperaba en su carruaje la llegada de Weindirus, junto a la Santa, quien se imaginaba estar abrazando en ese instante a su pequeño.

Me enamoré de un demonio (Azazel x Nina)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora