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Los nervios hacían que varios escalofríos recorrieran mi cuerpo. Inseguridad era lo único que podía sentir en el instante que posé mis ojos en este edificio.

Ignorando a los gritos del resto de personas que se despedían de sus familias, yo contemplaba fascinado la fachada del internado.

Parece casi un castillo en miniatura, con sus muros de piedra y todas aquellas ventanas.

—¿Richard? ¿Todo bien?—

Me giré sorprendido por la voz de papá.

—¡Sí, papá!— grité sin querer por el susto.

Tengo que aprender a dejar de aislarme tanto en mis pensamientos...

—Cariño, no grites.— pidió mamá. —Estamos al lado.

—Perdona...— respondí con una sonrisa nerviosa.

De la puerta principal abierta, vi cómo salía una mujer muy extravagante. De piel blanca y ojos almendrados, llevaba el pelo castaño recogido en un moño despeinado, con una rama en medio. Su vestimenta eran un vestido verde y marrón, un collar de dientes animales y plumas que parecían de paloma, y unas botas marrones sencillas. Dicha mujer se dirigió a mi familia, incluyéndome a mi mismo.

—Bienvenidos. Ustedes deben de ser la familia Hollister.— comenzó a hablar.

—Así es, señora.— respondió mi padre.

—Me alegro. Entonces, ¿tú eres Richard?— me preguntó la señora con una sonrisa amable.

—Sí. ¡Mucho gusto!— dije mientras tendía mi mano para estrechar la suya.

—Richard, no hace falta que hagas eso...— me regañó suavemente mi madre.

—No se preocupe, señora Hollister. No es ninguna molestia. Es más, ¡es reconfortante saber que hay alumnos con tanto espíritu!— La mujer estrechó mi mano. —Yo soy Amélie Leblanc. Seré tu profesora de Biología, y tu directora.

—¿Es usted francesa, señora Leblanc?— preguntó mi padre.

—Oh, no. Mi padre es francés, pero mi madre y yo somos estadounidenses, de Luisiana. Por cierto, soy señorita Leblanc todavía. No estoy casada.

—¡Ah...! Mis disculpas.

—No tiene importancia. Bueno, Richard, ¿porqué no empiezas a instalarte?— me preguntó Leblanc mientras me dejaba una llave en la mano. —Es la llave de tu cuarto. Está subiendo las escaleras, girando a la derecha, en el segundo piso. Tus maletas ya están en la habitación.

—¡Vaya, gracias!—

En cuanto empecé a andar, noté un tirón de orejas.

—¿No vas a despedirte siquiera?— me preguntó mi madre severa.

—¡P-perdón, mamá...! Los nervios.— Abracé a mi madre y a mi padre. —¡Nos vemos en Navidades! ¡Adiós!

—¡Por lo que más quieras, ten cuidado!— gritó papá.

—¡¡Y no corras!! ¡Te vas a caer...!— añadió mi madre.

Pero yo no les hice ni caso.

Cuando entré, contemplé asombrado la gran vidriera de la escalera central, que tenía un gran libro abierto pasando páginas.

Cuando empecé a subir las escaleras, sin querer le pisé a una chica en el pie.

—¡¡AAAUU!!

—¡Ahí va! ¡Perdona!

—¡¿Qué te perdone?! ¡¿Tienes idea del daño que---?!— La chica pareció morderse la lengua, y acto seguido, me sonrío como si nada. —Q-quiero decir... ¡Oh, no pasa nada! Solo ten más cuidado la próxima vez, ¿vale?

¿Porqué tengo que ser yo el malo? La Verdad OcultaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora