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A la mañana siguiente, salí de casa solo para encontrarme a Samuel fumando. Reparo en mi presencia y sonrío.

—¿Qué? ¿A gusto con la novia?

—Ya te gustaría a ti tener a alguien en la cama.— le bufé.

—Bah. Aunque reconozco que tuve el oído atento para saber gemíais.

—¡¡Pero serás...!!—

Samuel se rió, llevándose el cigarro a la boca después.

—Como te pille Eficent la armas.

—Pues vale. Le puedo decir que en el internado no lo hago y punto.

—Pero es mentira.

—¿Y?— me preguntó mirándome mientras quitaba la ceniza. —Ni que tú hubieras sido totalmente sincero con ella desde el principio.

—Touché...—

Me apoyé en la pared justo después.

—Oye, Sam. He estado pensando...

—¿Qué?

—¿Cómo descubriste que te gustaban los tíos?— Samuel me lanzó una mirada asesina. —N-no me malinterpretes. Es solo curiosidad.—

Samuel le dio una calada al cigarro antes de contestarme.

—Pues porque me enamoré de un chico.

—¿... Ya está? ¿Así tal cual?

—Tal cual.

—¿Y te fue bien?

—¿Tú que crees?

—...Que no.

—Exacto. Además, si te soy sincero, las chicas me tiran para atrás. Son unas cotillas llenas de soberbia a las que no les importa una puta mierda lo que pasé tras comentar un maldito rumor.—

Sabía perfectamente que era un tema incómodo para ambos, sobre todo para Samuel, pero realmente tenía curiosidad. Apenas sé nada de él, quitando que es un borde.

—Y... ¿Te gusta ahora alguien?

—¿A qué viene todo esto, Hollister?— me cortó preguntando. —Si quieres decirme algo, dímelo a la cara.

—Vale.— dije encogiéndome de hombros. —Creo que te gusta Peter.—

Samuel se atragantó con el humo, sacándolo después tosiendo con fuerza.

—¿Estás de puta coña, no?— preguntó sorprendido.

—Nope.

—Que te den.

—Vale... Pero no lo estás negando.

—¡¿Quieres una hostia que te cruce la cara?!— me amenazó.

—Entonces te gusta, ¿eh...? Tanto mandarlo a la mierda y te importa ahora, ¿eh...?— dije riendo, metiéndome con él.

—¡Venga, ¿puedes decirlo más alto?!

—Sí, puedo. ¡¡Pet---!!—

Samuel me pegó un puñetazo en la cara antes de poder terminar el nombre. Después tiró la colilla al suelo y la pisó, agarrándome del cuello de la camiseta.

—¡Escúchame bien, porque no te lo voy a repetir...! Como le digas algo a Peter sobre esto, O A QUIÉN SEA, te quemo los putos huevos con un cigarro, ¡¿te enteras?!— gritó medio susurrando, y rojo. Creo que nunca lo he visto tan enfadado como ahora.

—Vale, vale. Solo estaba metiéndome contigo. Claro que no diré nada.—

Samuel me soltó con brusquedad.

—Más te vale llevártelo a la tumba, o te meteré yo mismo en ella.

—¿De qué habláis?—

Hablando del rey de Roma, por la puerta asoma: Peter.

—De nada.— ¡Qué rápido se ha recuperado el cabronazo! —Solo hablábamos del diario.

—¿En serio? Me ha parecido como que estabais peleándoos.

—¿Pero qué dices?— pregunté riéndome. —¿Por qué tendríamos que pelear, eh?—

Peter torció la cabeza, extrañado.

—Estáis muy raros los dos...

—Lo que pasa es que te acabas de levantar, enano.— atajó Samuel como el rayo.

—Será eso... Por cierto, ¿habéis visto a Rebbeca? No la he visto en el salón.

—Pues está...

—En la cama de Chase.— me interrumpió Samuel.

—¡¿Eh?!— Peter me miró. —Oye, Chase, ¿lo habéis...?—

Supe a qué se refería incluso antes de terminar de hablar.

—¡¿Tú estás tonto?!— le grité. —Solo vino a ver cómo estaba, y se durmió conmigo. No hubo nada más.

—¿Seguuuuuurooooo?

—¡A qué te reviento...!— dije con ademán de pegarle.

Samuel se rió.

—Si que eres rápido para defenderte.— ¡¡Le habló la sartén al cazo...!!

—Que. Os. Den. POR CULO. ¡A ambos dos!—

Mientras se reían, el resto de la gente empezó a levantarse. Y tras desayunar, Yuri se dispuso a marcharse.

—Muchas gracias por todo, Elisa. Ha sido un placer volver a verte. Y también el conocerte a ti, Chase. Espero que algún día seas tan buena persona como lo fue tu padre.— me dijo Yuri con una sonrisa.

—L-lo intentaré.— respondí. —Y gracias por el número de teléfono. Si tenemos alguna duda, te lo preguntaremos.

—Sin problema. Bueno, me marcho ya. Tengo que coger el tren. Hasta la vista, chicos.

—¡Adiós!— le despedimos todos mientras cerraba él la puerta.

Después, Eficent me pasó el diario de Papá.

—Anda, iros a leer al cuarto. Seguro que no aguantáis más tiempo.

—¡Gracias, mamá!— gritó Peter arrebatándome el diario y subiendo las escaleras corriendo.

—¡Eh, tío, espérate!— le grité mientras lo seguía. —¡Y no es tu madre, es la mía!—


¿Porqué tengo que ser yo el malo? La Verdad OcultaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora