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Narra Chase

Cuando pude abrir los ojos, me encontré de nuevo en mi cuarto, tumbado en la cama.

—¿Qué me ha pasado...?—

—¿Vas a dejar que esto se acabe así sin más?—

De repente, noté un dolor agudo en la parte trasera de mi cabeza, llevándome la otra mano al foco del dolor.

—¿Q-qué me pasa...?

—¿No eres capaz de reconocerme? ¿O has decidido olvidarte?—

Alcé la vista para encontrarme con algo terrorífico. Un gran lobo negro, de ojos amarillos, en los cuales podía ver el terror de mi cara reflejado.

—N-no...—

—El pasado persigue a todos, Chase Hollister. Como un lobo a su presa en mitad del bosque. Por mucho que esta huya, su destino ya queda marcado mientras malgasta los últimos segundos de su vida.

—¡Argh...! ¿Qué... quieres...?

—Deja de huir como un cobarde. Tú lo viste todo aquella noche. Pero los candados que cierran tus recuerdos cual fortaleza, creados por tu temor, te impiden recordar.—

Tan rápido como una exhalación, el lobo se abalanzó contra mi con sus fauces abiertas, haciéndome chillar mientras cerraba los ojos. Pero no noté nada. Ni una dentellada. Al abrir los ojos, vi que era de noche. Asustado, me miré a mi mismo. De algún modo, era más pequeño.

—Recuerda los eventos que tuvieron lugar.— Mi cabeza se giró para ver al Lobo en la puerta casi por acto reflejo. —En ellos está la respuesta que tanto anhelas.—

De repente, escuché un golpe en seco en la planta baja seguido del sonido de un cristal rompiéndose. Rápidamente, salté de la cama y corrí bajando las escaleras. Cuando dirigí mi mirada al salón, allí estaba mi madre, tirado en el suelo.

—¡P-papá!

Todo se volvió oscuro y los alrededores de mi padre borrosos. Me sentí como si estuviera metido en una foto en blanco y negro. El Lobo volvió a aparecer y dirigió la vista al cuerpo de mi padre.

—Deja de centrarte solo en el hombre. Hay muchas otras cosas que viste aquella noche, aunque tu memoria este nublada por el miedo y el tiempo..— Este me miró. —Confía en las habilidades que adquiriste meses atrás, tus sentidos. Y encuentra a tu verdadera presa: La verdad.—

Honestamente, ya no tenía ni idea de qué me estaba pasando. A lo mejor estaba muerto, si te descuidas. Pero, de algún modo, quise hacerle caso al animal.

Bajé las escaleras con cuidado y me acerqué despacio mientras el Lobo seguía adelante. Y así, me acerqué a mi padre. Y viéndolo de nuevo, realmente me seguía pareciendo dormido.

—Olvídate del rostro.— bramó el animal.

A regañadientes, desvié la vista para fijarme en algo que estaba en una de las manos de mi padre. Un bote naranja; un bote de medicamentos.

—¿Medicina? Papá no estaba enfermo. ¿Por qué tenía esto?

—¿No es obvio? Ese bote no le pertenece; lo dejo su asesino para indicar el suicidio por sobredosis. Y junto a otro objeto, tú te lo creíste.—

Levanté la mirada hacia la mesa, donde pude ver bien lo que había en ella. Allí estaba la nota de suicidio que me leyó el notario años atrás.

—Tu padrastro se deshizo de tu padre a sangre fría, y dejo esa nota como testigo. En aquel momento, tu mente estaba segura de que tu padre había muerto.

¿Porqué tengo que ser yo el malo? La Verdad OcultaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora