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Hacía un calor de mil demonios hoy, y casi podría decir que me estaba derritiendo en casa. Aunque bueno, mejor era estar dentro que fuera. Hasta logré freír un huevo en plena calle gracias al sol...

Habían pasado ya cinco meses desde todo lo ocurrido en el internado, y por consecuencia, la muerte del Bromista. Cinco meses durante los cuales volví a ser yo mismo. Por fin podía respirar tranquilo, sin miedo a morir cada minuto que pasaba, o sin transformarme en un lobo gigante sediento de sangre. Por fin... volvía a ser Chase Hollister.

—Madre mía... ¿Siempre hace aquí tanto calor?— me preguntó Eficent. Quiero decir, mamá.

—Para nada. Siempre hace calor en verano, pero tanto... Joder, ni que estuviéramos en Sevilla.—

Después sonó el teléfono. Cuando fui a agarrarlo, me quemé por lo caliente que estaba el metal.

—¡Auch! Mamá, coge una manopla para el horno... Puto teléfono.—

El canario, desde su jaula, me pio en alto. Conozco demasiado bien a ese pájaro como para saber que me está echando la bronca.

—Oh, cállate un rato.— le "pedí". 

Eficent me pasó una manopla, me la puse y cogí el teléfono, sin acercármelo demasiado a la oreja.

—¿Diga?

—¡Hola, Chase! ¿Te pillo en un mal momento?

—¡Ah, Peter! Tranquilo, no estaba haciendo nada. ¿Qué tal el verano?—

Peter, cuando yo lo conocí, tenía el cuerpo de un niño de 9 años, y una actitud infantil y optimista ante todo. En pocas palabras: Era, y sigue siendo por dentro, un niño. La maldición lo privaba de crecer, ya que era Peter Pan. Pero, eh, podía volar. Ni tan mal. Hoy en día, dice que es una persona madura, y que intenta ser maduro, pero no engaña a nadie.

—¡Genial! ¡Me vienen mujeres a puñados! ¡Y todo gracias a que por fin se ha largado la maldición!— De repente, oí un golpe. —...¡Eh! ¡Que estaba hablando!

—Pues jódete, es mi móvil.—

Me reí por el origen de aquella respuesta borde.

—Hola a ti también, Samuel.

—¿Huh? Ah, Chase. Perdona, no sabía que eras tú.

—No importa. ¿Qué tal estás?—

La primera vez que crucé miradas con Samuel fue en mi primer día de curso. Al principio, me intimidaba con sus respuestas directas y, a veces, despectivas. Pero poco a poco fui conociéndolo, viendo su lado "simpático", e incluso logrando disuadirme de la idea de suicidarme cuando estaba desesperado. Su personaje era Sherlock Holmes, y creo que no pudo ser más apropiado para este genio homosexual incomprendido.

—Bueno, tirando voy. Aún no me puedo creer que me hayas convencido para ir a tu pueblo con el enano.

—Pues porque soy persuasivo.— respondí riendo. —Además, necesitamos ayuda con las cosas de mi padre. Ya te lo dije. Oye, ¿cómo vas con... ya sabes... "eso"?

—Buf...— Ya veo que nada bien. —Mis padres siguen ignorándome, y... sigo con corte. Dejémoslo ahí.

—¿Peter aún no lo sabe?

—HE DICHO QUE LO DEJES.— espetó el ex-detective.

—Como veas... Cambiando de tema---— Llamaron al timbre. —Un momento.—

Alejé el auricular de mi cara.

—Mamá, ¿te importa abrir?

—¡Voy!— me respondió ella.

¿Porqué tengo que ser yo el malo? La Verdad OcultaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora