📓20📓

50 5 6
                                    

Narra Richard

Tras varias horas de tren, Yuri y yo nos encontramos con mi antiguo mentor, quien estaba esperándonos en la entrada de la estación.

—Bonito día para estar vivo, Hollister.

—Lo siento, señor. Pero sabe perfectamente porque he tenido que hacer todo esto.

—Sí, sí...—

Me giré para ver a Yuri.

—Tú vete yendo al pueblo con el tren.

—¿Y tú?

—Yo iré en coche. Nos encontraremos de nuevo en el pueblo. Pero antes, ten.— Le di a Yuri la llave de mi casa. —La necesitarás para entrar.

—...Entendido. Te veré con los demás.

—Eso. Venga, hasta luego.—

Tras darle una palmada, Yuri se subió a otro tren mientras yo me acercaba al coche rojo viejo de mi mentor. Ahora puedo dejarme de formalismos con él.

—Yo conduzco.— dijo ofreciéndose.

—¿Es broma? Vamos, déjame a mí.

—¡Aunque tenga 81 años no estoy tan atrofiado, Richard! ¡Ten algo de confianza en mí!

—C-como quieras...—

Me senté en el asiento del copiloto mientras el ex-policía arrancaba y empezaba a andar por la carretera. Al cabo de una media hora larga, el conductor empezó a hablar, tras bajar un poco el volumen de la radio.

—Mira que tienes cojones... ¿Tantas ganas tenías de una baja?

—León, ya sabes que no he hecho esto por gusto. Nunca fue mi intención permanecer escondido 3 años.

—Ya... Oye, Richard. La razón de ser policía... ¿Era ese caso? ¿El de tu amigo?

—Sí. Y otro caso más: El de la muerte de Leblanc.

—Pero no lo entiendo. Fueron hace más de 30 años, ¿por qué son tan importantes?

—Es confidencial.— No me creería si le contara lo de la maldición ahora.

—Oh, venga. ...Normalmente eres más frío.

—La gente cambia.— respondí mirándolo. —Mira, León, lo único que te puedo contar es esto: Rodrigo Márquez, mi amigo y el niño cuya desaparición investigaste, había sido acusado antes de la muerte de Leblanc. Era mi compañero de habitación, y sabía de sobra que Rodrigo no tenía el estómago suficiente como para matar a alguien. Y mucho menos, de forma tan cruel.

—Ajá...

—Aquella noche, Rodrigo intentó suicidarse. Y yo logré salvarlo a duras penas. Pero días después... desapareció. Sin dejar rastro. Aún no puedo olvidar la tarde en la que decidiste hablarme de su caso...

—Ah, sí. Descubrimos que el padre realmente abusaba del crío al igual que de la madre. Y que, según los vecinos, el niño recibía muchos más abusos, físicos y psicológicos, que la madre porque este la protegía, incluso cuando su padre lo amenazaba con vender sus órganos. ...Tu amigo era un héroe, Richard.

—Lo sé. Me lo contó él hace un par de años.

—¿Cómo? ¿Entonces está vivo?

—No... Murió hace poco. Pero me alegro de haberlo vuelto a ver después de tanto tiempo. Fue bonito hablar con él, mientras duró.

—¿Y de qué hablasteis? Si puede saberse, claro.

—¿Por qué no?— dije medio riendo. —...Me confesó dos secretos. El primero... que yo le gustaba. Que se enamoró de mí en el internado, pero que le daba miedo que me burlara de él o lo destruyera si me enteraba de sus sentimientos.

¿Porqué tengo que ser yo el malo? La Verdad OcultaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora