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—¿Rodrigo sufría abuso domestico...?— musitó Rebbeca mientras se llevaba una mano a la boca.

—Eso explica porqué tenía tantas ganas de tomar el control.— dijo Samuel, pensativo. —Todos los días él era la presa... hasta que se hizo depredador.

—Además, el abuso constante es algo común en muchos asesinos seriales.— remarcó Yuri.

Bianca miró a Peter.

—Peter, ¿estás bien? No has dicho ni pío.—

Él tardó en responder.

—Sé que el Bromista era una persona despreciable y retorcida. Intentó matar a Chase, secuestró a Rebbeca, casi mata a Bianca... casi nos incinera a mí y a Sam... Por no hablar de todos los crímenes que habría cometido antes.— Peter alzó la vista. —Pero... no lo entiendo... No entiendo como una persona es capaz de cambiar... tanto...

—Bueno, seguro que podéis seguir con esto mañana.— dijo Eficent cogiendo el diario y cerrándolo. —Ahora todos a dormir. Son las dos de la madrugada. Y para asegurarme... me quedo yo con esto.

—¡Pero mamá---!

—Ni peros ni nada.— Inmediatamente, me callé. —Ven, Yuri, te enseñaré donde puedes dormir. Vosotros ya veréis como os organizáis.—

Al final mis amigos decidieron dormir en el salón, pero como no había sitio para mí allí, me fui a mi habitación. Una vez dentro, no deje de pensar en todo lo que había averiguado con el diario de Papá.

Aún me resultaba increíble. Mi padre y Rodrigo eran muy buenos amigos... ¿Por qué tuvo que ocurrir lo que ocurrió...? Ojalá Papá siguiera aquí para poder decírmelo.

De todos modos, ya he podido ver el cariño y aprecio que tenía hacia Eficent por aquel entonces. Pensar que me separaron de ella por mi propia seguridad y que varios años después, la conocería por pura casualidad... La vida tiene un retorcido sentido del humor.

Llamaron a la puerta.

—Está abierta.—

Cuando se abrió, vi a Rebbeca.

—Ah, bien. Aún no estás dormido.

—¿Rebbeca? ¿Qué pasa?

—Nada malo, tranquilo.— me dijo mientras me abrazaba. —Solo quería estar un rato contigo a solas. Apenas hemos podido hablar este verano, al fin y al cabo.

—Ah... vale.—

Rebbeca me miró.

—¿Estás bien?

—Sí, solo... cansado.— logré decir. Ella me puso la mano en la mejilla.

—A mí no me engañas. ¿Qué te pasa...?—

Yo resoplé y aparté la mirada. Por algún motivo, no la podía mirar a los ojos.

—...Duele, Rebbeca. Duele tener que oír todas las experiencias de un ser querido que está muerto y sabiendo que no va volver nunca.—

Rebbeca quitó la mano de la mejilla y la usó para girar mi cara, haciendo que yo viera su rostro triste.

—Chase, no te intentes hacer el fuerte.— dijo ella suavemente. —Yo... reconozco que no tengo ni idea de como te sientes. Ni siquiera me lo puedo imaginar; porque nunca lo he vivido. Pero sí sé una cosa: Que a mí me duele verte así.—

No pude evitar sentirme peor.

—...¿Sabes? Durante estos 3 años, me he dado cuenta de una cosa.

—¿De lo qué?

—Que la vida es una despiadada puta.— contesté. —Nunca te da segundas oportunidades. Y eso es lo que jode para la gente que no ha podido decirle sus ultimas palabras a alguien que quiere antes de perderla para siempre. ...Me di cuenta cuando Marco te puso el cuchillo en el cuello.

—Chase, deja de pensar en ese tipo. Lo único que te trae es dolor y malos recuerdos.

—¡Pero no lo puedo evitar...!— grité medio susurrando para no despertar a nadie mientras apretaba mis puños sin querer. —Cada vez que oigo su nombre, solo con oír su nombre... Siento como que me hierve la sangre al recordar como engañó a todos.

—Pero tú fuiste capaz de ver a través del disfraz, Chase.— me consoló Rebbeca abrazándome del cuello y acercándose. —Pudiste ver al lobo oculto tras la piel de cordero. Y gracias a ese instinto, pudiste ayudar a mucha gente, aunque no lo quieran reconocer. Además... me salvaste la vida. Dos veces.

—En la segunda fue más bien Marco soltándote.— la corregí. —Yo me llevé una puñalada en el estómago.

—También diste un paso adelante y exigiste que me soltara. Eso para mí es mucho.— Rebbeca se apoyó en mi pecho. —...Ahora quiero ser yo la que te proteja a ti.

—Rebbeca...—

La abracé con suavidad mientras sonreía.

—Gracias. Era el empujón que necesitaba.

—De nada.— dijo ella. —Oye, ¿te importa si paso contigo la noche?

—¿Estás segura...?

—Samuel ya puede darme una coartada falsa para mi padre. Aparte, no hay nada raro en que una chica quiera dormir con su novio, creo yo.—

Me reí.

—Siempre es mejor una cama que un sofá, eso sí.— Me aparté de Rebbeca y dejé que ella se tumbara primero. Después, me tumbé a su lado, abrazándola de la tripa.

—¿Sabes una cosa, Rebbeca?

—¿Lo qué?

—Que te adoro.— Ella se rió, bostezando acto seguido.

—Y yo a ti.— Después, se acurrucó en el abrazo dándome un pequeño beso después.—Hasta mañana...—

—Que descanses.—

Tras decir aquello, yo cerré los ojos, algo más tranquilo que antes, y logrando conciliar el sueño.


¿Porqué tengo que ser yo el malo? La Verdad OcultaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora