Tiempo perdido.

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El tiempo avanzaba a cada segundo que transcurría y yo cada vez más sentía cómo mi pecho se oprimía. Me sentía frustrada. Me sentía angustiada. Me sentía exhausta, cansada, sin fuerzas, débil, estúpida, incompleta, extraña, agónica, intranquila, algo lúgubre. Me sentía todas esas cosas o puede que incluso alguna que otra más, y no tenía ni idea de cómo hacer que todo eso parara. Miré mi escritorio deseando que todas las cosas que estaban encima una de la otra se colocaran en su sitio y entraran mágicamente en mi mente como un disco grabado en su dvd. Deseaba sentarme allí y comenzar a estudiar cada palabra o incluso cada fonema, deseaba embadurnar mi intelectualidad con más capas de inteligencia, pero siempre había una mano invisible que me empujaba hacia el otro lado de la habitación, hacia aquel lado oscuro que me llamaba porque se sentía vacío sin mí. Pero yo no quería ir. Quería seguir avanzando, pues eso es lo que siempre se debe hacer, pero aun así, se me hacía muy difícil. No tenía fuerzas para nada, ni siquiera me apetecía respirar. Tan solo quería tumbarme en el frío suelo a imaginarme qué bonita sería mi vida si pudiera cambiar de 0 a 100 en unos segundos, o de lo bonita que era antes, cuando todo estaba en su lugar. Miré el techo intentando buscar algunas formas en el gotelé que envolvía las viejas paredes de mi habitación. Encontré un par de formas que parecían dos rostros dándose la espalda, no conseguía definir si era un hombre y una mujer, o dos mujeres o dos hombres, simplemente dos rostros de perfil cuyos ojos miraban de reojo hacia donde se encontraba el otro. Era incluso más entretenido que buscarle formas a las esponjosas nubes. Me senté. Puse las piernas pegadas a mi pecho y las rodeé. Volví a mirar mi escritorio que seguía intacto. Todos los montones de hojas parecían estar perdidos y se encontraban sueltos por la mesa sin ningún orden. El ordenador me avisaba de que en cualquier momento se iba a apagar porque su batería ya había llegado a su fin. Entonces me acordé de mí. Me había convertido en algo como eso. Una batería terminada y sin ganas de ser cargada de nuevo. Estaba ahí, ausente y a punto de irme por la borda, sin fuerza suficiente como para volver a cargarme, con ganas de ser tirada a la basura sin esperanza alguna. Me levanté a regañadientes y apagué el ordenador. Me senté en el escritorio y mis ojos comenzaron a ver bastante mal. Había comenzado a llorar, otra vez. Un grito de frustración salió de mi garganta con esperanza de hacerme despertar. Golpeé mi frente con la mesa provocando que todos los papeles rebotaran y volvieran a colocarse en su sitio. Suspiré, y entonces las lágrimas comenzaron a caer.

Estaba totalmente en un coma mental y quería despertar, quería volver a cargarme. Quizá mañana, quizá dentro de unos días o unos meses... Pero el tiempo seguía avanzando a cada segundo que transcurría... y yo cada vez más sentía cómo mi pecho se oprimía.

Mi pequeña destrucciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora