Recuerdo perfectamente cómo temblaba del frío que se colaba por mis huesos y del miedo que sentía. Hoy es un día como aquel, con el mismo frío y el mismo miedo con el que me embargan los recuerdos, intentando hacerme a la idea de que no ocurrió ayer por mucho que pareciese, porque así es cómo me sentía cada vez que lo recordaba.
–¿¡Tantas ganas tienes de morir o qué!? –gritó a centímetros de la cara de Eden. Éste ni se inmutó. Le miraba desafiante, con la mirada completamente oscura y tenebrosa, resaltando su pelo blanco. Era casi como hablar de la noche y el día representada en la misma persona. Eden no es que fuera albino, le gustaba ponerse el pelo blanco y para nada le hacía verse más mayor. Siempre me decía que le gustaba porque era diferente y a él lo diferente le encantaba–. ¡Te estoy hablando! –Zed volvió a gritarle amarrando el cuello de su camiseta con fuerza, haciendo que Eden se pusiera de puntillas. Pero él seguía sin inmutarse.
Yo me encontraba totalmente despavorida y horrorizada detrás de ellos, ahí tirada en el suelo. Agarrando la sudadera que me había dado nada más encontrarme y separarme de Zed. La apretaba con tanta fuerza en mi pecho que tenía los nudillos blancos.
Me sentía totalmente sucia; me daba asco a mí misma. Me dolía todo el cuerpo y temblaba sin cesar, sin saber cómo pararlo. A tientas me puse su sudadera, intentando ahogar el dolor que sentía de moverme. Había hecho cosas conmigo que tan solo de pensarlas me daban arcadas. Había abusado de mí a su antojo como si fuera un juguete. Me sentía utilizada... y humillada. Me sentía fuera de mi cuerpo, como si estuviese dentro de un recipiente vacío con el que han hecho cualquier cosa. Le miraba con rabia, tristeza, ira, angustia... No podía entender cómo el ser humano era capaz de hacer cosas como esta y después ni arrepentirse por ello... Aunque de todas formas ya es tarde, tarde para curar ese dolor y esa enorme cicatriz que nos dejan de por vida... Y que algunas ni pueden siquiera contar.
Eden me miró por encima de su hombro un milisegundo para comprobar que seguía ahí detrás, aunque no para asegurarse si estaba bien porque claramente no lo estaba.
–¡Eh, mis ojos están aquí delante! ¡¿Tu madre no te enseñó a mirar a la gente a los ojos cuando te habla?! –Zed lo agitó con brusquedad ya que aún le seguía sujetando de la camiseta.
–Mi madre está muerta. –dijo el peliblanco. Sin una pizca de dolor en sus palabras.
Zed de repente comenzó a reírse sin separarse de él.
–Con razón, mírate. La pobre tenía que odiar su vida de tener a alguien como tú en ella.
Entonces, lo siguiente pasó muy deprisa. Eden elevó su brazo para agarrar la mano con la que Zed estaba sujetándole, y el otro lo elevó a una velocidad descomunal para estrellar su puño en la mejilla del pelinegro. Zed le soltó al instante, retrocediendo unos pasos y escupiendo algo de sangre a un lado.
–¡Hijo de...!
Y tras aquello, los dos se fundieron en una inmensa paliza.
–¡Vete al puto infierno! –gritó Eden antes de empujar a Zed contra la pared y hacer que cayera al suelo de golpe. Era como ver una máquina de matar sedienta por acabar con su contrincante. Jamás le había visto así, jamás. No entendía cómo su cuerpo podía contener tanta fuerza, no sabía cómo podía luchar por superar a Zed, el cual tenía muchísima más grasa muscular además de experiencia con meterse en peleas.
Zed aún así se defendía. Hubo un momento en el que su puño se hundió en el estómago de Eden. Quise gritar su nombre, pero me dolían tanto las costillas que no me salía la voz. Quise gritar el nombre de aquel imbécil y pedirle que parara porque sabía que si seguía así iba a matarle, pero las palabras no me salían de la garganta. Me entraron unas ganas enormes de cerrar los ojos. Así que terminé por hacerlo.
Lo siguiente que recuerdo fueron sirenas de policía y unas frías manos cogiéndome del rostro y gritándome que despertara. Una extraña sensación cálida y líquida se escurrió por mi mejilla: era sangre. Abrí los ojos, totalmente turbada, buscando a algo que me ubicara en el lugar donde estaba y encontré tumbado e inmóvil, a un par de metros lejos de mí, a Zed. En ese momento me movieron el rostro de nuevo. Encontré a un Eden desesperado y sangriento, todo parecía pasar a cámara lenta, incluso su voz parecía lejana. Entonces sentí cómo me cogía en brazos y echaba a correr a quién sabe dónde, terminé por volver a cerrar los ojos por mucho que me exigiera que no lo hiciera.
Cuando desperté estaba en el hospital. Abrí los ojos muy lentamente y lo primero que hice fue verme a mí misma. Estaba llena de magulladuras, sintiéndome sucia y una total basura. Sintiéndome impura porque simplemente a alguien le hubiera apetecido "pasar un buen rato" conmigo, por muchas veces que yo dijera que "no".
Miré a mi derecha, y me encontré con la persona a la que debía darle las gracias por ayudarme a seguir con vida, a seguir luchando. No era consciente en ese momento de lo afortunada que había sido y de la maravillosa suerte que tuve de salir de allí y de hoy en día recordarlo aún con el mismo sufrimiento, pero recordarlo y que forme parte del pasado, no de mi presente y mucho menos de mi futuro.
Hoy me encuentro aquí observando a la persona que me concedió seguir con mi vida, sintiéndome fuerte y segura de vivir, de disfrutar los días que me quedan. Me encuentro diciendo que luché, que no dudé un segundo en rendirme y que jamás dudaría de mis otras hermanas que pasaron por lo mismo pero que no tuvieron la misma suerte que yo.
Hoy doy las gracias por seguir respirando, por seguir riendo, llorando, disfrutando, sufriendo... Porque de eso se trata la vida. Doy las gracias por tener otra oportunidad y por ver desde aquí a esa persona pudriéndose donde tiene que estar. Doy las gracias por todo lo que tengo y lo que me quedará. Doy gracias por vivir.
Gracias.
-----------------
Esta podría ser perfectamente una historia real de alguna mujer hoy en día, de hace años o la de alguna en un futuro, que gracias a Dios tuvo la suerte de salir, contarlo, recordarlo y seguir hacia delante.
No caemos en la cuenta de cuántos casos hay así o con un final terrorífico. Pero debemos seguir luchando.
"No" siempre va a ser "no".
Lucharemos por vivir, porque no haya más muertes y porque no lloremos más la ausencia de nuestras hermanas que intentaron salir a la superficie para poder contarlo pero que se ahogaron en el intento.
Ni una más. Ya basta.
No podrán con nosotras.
ESTÁS LEYENDO
Mi pequeña destrucción
De TodoPoco a poco, pequeños pedazos son capaces de unir un corazón roto. Para aquellos que aman la vida pero a veces se pelean con ella. Para aquellos que buscan su alma gemela. Para aquellos que buscan una vía de escape. Bienvenidos a mi mundo, bienve...