Ojos depredadores.

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Su mirada era tan afilada y escalofriante como la de un depredador.

Sus ojos eran marrones, tan oscuros como la noche. Cuando los mirabas parecía que estabas viendo un atardecer en un día de Otoño, contemplando las hojas muertas caer lentamente al suelo. Sus ojos eran fríos y parecían, a su vez, estar tristes. Parecía un auténtico depredador queriendo acabar con su presa, aunque dudando de ello. O más bien como si tuviera miedo de hacerlo. ¿Extraño, no?

Pues lo era... Ocultaba tanto y parecía ser tan doloroso, que transmitía una inseguridad horrible. Como si te estuviera alarmando de lo que se avecinaba, como si te estuviera diciendo que huyeras todo lo lejos que pudieras... como si te pidiera perdón con esa mirada por lo que iba a hacer.

Yo solo quería arropar esa mirada titubeante. Quería atreverme y mirar cara a cara a la muerte aún con el cuerpo tullido. Quería mirarle directamente y decirle que no tenía miedo, que se atreviera a hacer lo que quisiera, estaba preparada... preparada para hacer que se convirtiera él en la presa. 

Estaba dispuesta a luchar con sus demonios, dispuesta a aceptarlos y a que, con suerte, que los suyos y los míos llegaran a entenderse.

Solo de esa manera sabía que ambos sobreviviríamos.

Qué desgracia la mía, que ambos chocamos como dos navíos fuera de control en alta mar.

Todos nuestros demonios se perdieron en el inmenso océano de nuestra vida, hundiéndose y llorando en silencio por lo que pudo haber sido y no fue, ya que sabían que iban a estar toda la eternidad ahí... O al menos, hasta que alguna corriente hiciera que volvieran a chocar y que de tal colisión, uniera de nuevo otra historia que contar. 

Mi pequeña destrucciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora