Idas y venidas, miradas efímeras y barreras irrompibles.

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Recuerdo perfectamente las noches que pasaba en vela pensando en la forma y el momento correcto para poder cruzar alguna palabra; pensando en el diminuto porcentaje de probabilidades que tenía de estar en su mente; en mis momentos de estrés en el que sabía que lo que sentía podía ser verdad; en la estúpida risa que me salía con sus chistes malos; en sus ojos... Pero sobre todo, en la cantidad de veces en las que nuestras miradas se encontraban como si se buscaran mutuamente por los extensos caminos y calles de nuestra ciudad. 

Recuerdo perfectamente su mirada, siempre intensa y con aires de grandeza. Todo en él transmitía tener una gran inteligencia, quizá él pensaba que demasiada... pero era soportable en cierto modo. Sus ojos marrones siempre me observaban, analizando cada paso que daba, y eso me ponía nerviosa. Era yo quien siempre pillaba su mirada puesta en mí, y eso no lo entendía, me desquiciaba. Tras aquellos segundos en los que nos mirábamos antes de saludarnos como dos personas que se conocen pero que esconden algo que quieren decirle al otro, nada más sucedía. Quiero decir, siempre se comportaba de tal manera que me hacía preguntarme si era yo quien estaba demente, o era él quien escondía algo que yo me moría por saber. A veces hablábamos como si nada, después nos despedíamos con ganas de quedarnos mucho más hablando, pero el tiempo nos lo impedía, y al final, de vuelta al bucle de las miradas afiladas como cuchillas que se penetraban con fuerza en mi corazón. Siempre me quedaba observando su espalda tras darse media vuelta para marcharse hacia otro punto distinto al mío, siempre en dirección opuesta. Era como si estuviera encerrado en una caja de acero irrompible... No podía hacer nada para romper aquella barrera que separaba nuestras vidas, por más que gritaba y gritaba lo mucho que quería estar a su lado, él parecía cada vez más alejarse de mí.

Es extraña la forma en la que lo escribo como si todo fuera agua pasada, cuando actualmente sigue pasando día tras día. Quizá es por mis ganas de olvidarlo y de dejarlo en uno de los rincones oscuros de mi mente en los que guardo las cosas que no necesito en mi vida. Ya que quizá sea mejor así...

Quizá nuestra historia estaba escrita para hablarse en pasado, para hablar de algo que comenzó sin tener un final predeterminado, simplemente porque sí, porque tenía que pasar... porque no tiene futuro alguno... Quizá porque es de esas personas que llegan a tu vida para cruzarse contigo y después marcharse hacia un camino totalmente opuesto al tuyo, porque la vida es así, de idas y venidas continuas... Porque quizá él era una casualidad y no mi destino.

Y esque ahora empiezo a darme cuenta: Realmente el amor es capaz de destruir y reconstruir un corazón. Realmente... hay personas capaces de llegar a tu vida como un huracán para destrozarlo todo a su paso, pero también hay otras similares al tiempo que se encargan de arreglarte de nuevo.

Mi pequeña destrucciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora