Vida y Muerte.

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—Papá cuéntame un cuento para dormir.

La pequeña se acercó a quién reconocía como su sombra (sí, su sombra, su padre. Una copia exacta a ella. Era su reflejo, su media alma). Le cogió del brazo y empezó a dar pequeños tironcitos hacia la cama de su habitación. Cuando su padre estaba en casa, deseaba siempre con todas sus fuerzas que llegara este momento del día para pasar tiempo con él y, sobre todo, aprender algo nuevo o escuchar una de sus historias.

Cuando llegaron a la habitación, la pequeña subió de un brinco a la cama y se metió dentro. Su padre sonrió.

—Eres de lo que no hay...

—¡Vengaaaa! ¡Un cuento cortito!

—Está bien —dijo sentándose a su lado después de arroparla en la cama. La niña se tapó hasta arriba, tan solo se veía su pequeño rostro y sus finas y diminutas manos sujetando la manta. Se acomodó y miró a su padre emocionada.

A Elizabeth siempre le gustaban los cuentos de su padre, le traían buenos recuerdos y muchas veces, grandes ambiciones. Sin embargo a veces eran un tanto amargos y eso a ella le ponía nerviosa porque siempre se quedaba buscando una moraleja con sentido, a pesar de que muchas veces su padre se lo explicaba, pero ella permanecía dándole vueltas hasta que se dormía. Su padre lo hacía con razón. Y esta vez era uno de esos cuentos.

—Que tenga final feliz, porfi.

—No todas las historias tienen final feliz, cielo...

La pequeña hizo pucheritos. Sus mejillas sonrosadas aumentaron de tono porque le dio rabia lo que había dicho. Siempre que le salía con aquello, sabía qué cuento se avecinaba.

—Eso no es verdad, todos podemos tener un final feliz, los malos siempre mueren.

—Bueno... A veces sí, pero hay otras que no. En esta vida no podemos conseguir todo lo que deseamos.

La niña lo miraba con el ceño fruncido mientras ponía morritos. Su padre se rió.

—Pues que rollo.

—Pero no te olvides de recordar que no por eso debes rendirte. —la advirtió—. Veamos... —dijo mesándose la barba—. Creo que se me ha ocurrido algo oportuno para esto, sin buenos ni malos.

Iba a comenzar a hablar cuando le interrumpió.

—Pero... si no hay malos, ni buenos... ¿qué hay?

—¿Empiezo?—la pequeña asintió volviendo a inflar las mejillas al darse cuenta que no iba a recibir respuesta—. Bien, pues había una vez hace muchísimos, muchísimos, muchísimos años... Ni siquiera podríamos averiguar su comienzo, había alguien llamado Vida y otro alguien llamado Muerte; que vivían muy separados el uno del otro y no tenían los medios para poder encontrarse. Sin embargo, estaban muy enamorados. Podrían estar enamorados durante más tiempo del que tengamos palabras para describir. Y lo sé porque Vida le envía regalos a Muerte y Muerte los custodia y los protege, es la prueba de su amor, un amor que nunca podrá unirse. ¿Y sabes qué son esos regalos?

—¡Comida!

—No, cielo —dijo su padre riéndose—. Esos regalos siempre hemos sido nosotros. Y lo más admirante es que a pesar de todo, se siguen amando y se seguirán amando por todo el tiempo del mundo, aunque nunca llegue el día en el que puedan encontrarse. Ellos no se rinden.

—Quieres decir que... ¿se quieren, pero no pueden estar juntos?

—Sí.

—Eso es muy triste, si se quieren tanto deberían de encontrarse... —Su padre le escondió un salvaje rizo detrás de la oreja.

—Quiero que comprendas que a veces el destino pone a ambas personas en un lugar y que, por mucho que se quieran, puede que sea imposible que se encuentren o quizás que puedan estar juntas. Quiero que comprendas que no todo te va a salir justo como planeas a lo largo de tu existencia, pero no por eso debes abandonar, ¿entendido?

La pequeña le cogió la mano a su padre y la entrelazó. Tras pensar por unos segundos, asintió con fuerza y le dio un gran abrazo.

Inspirado en la imagen superior.

Mi pequeña destrucciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora